El amanecer en Hallownest era tenue, como si el sol apenas tuviera fuerzas para iluminar el reino. Elyra se levantó lentamente, sintiendo los efectos de su prolongado sueño todavía en su cuerpo. Aunque estaba exhausta, había algo en su interior que la empujaba a continuar, una voluntad que superaba el cansancio. Sabía que el reino necesitaba de su presencia, y que su misión apenas comenzaba.
Mientras se preparaba para salir, la Vasija Pura aguardaba en silencio a la puerta, fiel a su deber. Su figura imponente y callada parecía un recordatorio constante de que no había descanso para él. Para Caelum, todo era protección. Las emociones, los sentimientos de los demás, todo quedaba en segundo plano ante su único propósito: proteger a Elyra a toda costa.
-¿Estás lista para continuar? —preguntó él con su profunda voz neutral, mientras la observaba con sus ojos vacíos, imposibles de leer.—
Elyra asintió, aunque sus pasos eran aún torpes. -Sí, aunque me siento un poco débil, estoy lista.
Caelum, con la misma frialdad de siempre, extendió una mano para ayudarla. No porque lo sintiera como un acto de bondad, sino porque era su deber asegurarse de que Elyra no cayera. Elyra, agradecida, aceptó la mano de su protector.
Juntos salieron hacia la ciudad nuevamente, recorriendo los callejones sombríos y las plazas vacías, con Elyra manteniendo su misión de traer esperanza y consuelo. En su presencia, el aire parecía suavizarse, las pesadas nubes de tristeza que cubrían los corazones de los ciudadanos se aligeraban momentáneamente. Los niños seguían sus pasos, los ancianos la observaban con miradas más cálidas, y los comerciantes empezaban a sonreír, aunque fuese de manera tímida.
Pero no todos recibían la calma con gratitud.
A medida que el día avanzaba, comenzaron a surgir problemas. En uno de los rincones más oscuros de Hallownest, un grupo de ciudadanos, afectados profundamente por la desesperación y el miedo, no veían en Elyra una salvación, sino una amenaza. Para ellos, cualquier cambio era peligroso, cualquier nuevo poder, incluso uno tan luminoso como el de Elyra, podía destruir el poco equilibrio que les quedaba.
-Esa chica no nos ayudará —murmuró uno de ellos mientras observaban desde la penumbra— ¿Qué nos asegura que no está aquí para cumplir los deseos del Rey y someter aún más nuestras almas?
-Y esa Vasija... dicen que es invencible. No tiene emociones, no es humano... ¿qué harán con nosotros si decidimos resistir?
La tensión creció entre ellos, una mezcla de miedo, odio y confusión. Uno de los individuos, de rostro endurecido por las cicatrices de antiguas batallas, alzó una mirada desafiante. -No nos quedaremos de brazos cruzados mientras otro 'protector' nos vigila. Si esa chica es realmente la clave para algo, podemos usarla... o destruirla.
Elyra y Caelum continuaban su recorrido por la ciudad cuando, de repente, una sombra veloz se deslizó entre los callejones. Elyra, distraída en sus pensamientos, no percibió el peligro hasta que fue demasiado tarde. Un hombre encapuchado surgió de la oscuridad, su mirada llena de resentimiento. Blandía una daga oxidada y, sin mediar palabra, se lanzó directamente hacia Elyra.
Todo ocurrió en un instante.
Antes de que Elyra pudiera siquiera reaccionar, la Vasija Pura ya estaba en acción. En un movimiento rápido y preciso, Caelum se interpuso entre Elyra y su atacante, bloqueando el arma con su brazo. El sonido del metal chocando contra la armadura resonó en el callejón, seguido de un silencio tenso. El hombre retrocedió, claramente desconcertado por la rapidez de Caelum.
-Retrocede —ordenó Caelum, con una voz firme pero vacía de cualquier emoción. No había ira, ni miedo, ni preocupación, solo un mandato directo y absoluto. Su mirada, fría y sin vida, se posó sobre el atacante, quien tembló al enfrentarse a la leyenda viviente de la Vasija Pura—
El hombre, consciente de su desventaja, intentó atacar de nuevo, pero antes de que pudiera mover un músculo, Caelum lo desarmó con una precisión letal. Un golpe rápido y seco, y la daga cayó al suelo, lejos de su alcance. Caelum no hizo más. No lo lastimó innecesariamente; no era parte de su misión. Solo le importaba asegurar que Elyra estuviera a salvo.
Elyra, aún conmocionada por el ataque, dio un paso atrás, observando la escena con el corazón latiendo con fuerza. No estaba acostumbrada a la violencia. Su papel era traer paz, no presenciar batallas. Pero sabía que había peligro en Hallownest, y la Vasija Pura estaba allí precisamente para enfrentar esos peligros por ella.
-¿Estás bien? —preguntó Caelum, su voz profunda pero carente de emoción mientras se volvía hacia Elyra, quien aún procesaba lo que acababa de suceder—
Elyra respiró hondo y asintió, aunque su rostro mostraba un rastro de preocupación. - Sí, gracias. Pero... ¿por qué haría eso?
-El miedo y la desesperación llevan a los seres a actos irracionales —respondió Caelum. Para él, no había misterio en las motivaciones humanas. Eran simples, predecibles— Mi deber es mantenerte a salvo de esos peligros.
El hombre, ahora desarmado y claramente derrotado, miró a la Vasija Pura con odio en sus ojos. -¡Tú! No eres más que una máquina sin alma, un sirviente ciego del Rey. ¡No puedes entender lo que sufrimos!
Caelum no respondió. Para él, las palabras del hombre carecían de significado. Su deber estaba claro y eso era todo lo que importaba. Sin embargo, Elyra lo escuchaba. A pesar de su miedo, sentía compasión por aquellos que sufrían en el reino, incluso si sus corazones estaban oscurecidos por el odio.