Habían pasado varios meses desde el despertar de Elyra, y la ciudad de Hallownest comenzaba a mostrar signos de mejoría. La luz y la esperanza que Elyra traía con su mera presencia ayudaban a disipar la oscuridad que había envuelto al reino. Elyra no era una guerrera, pero su misión de traer armonía, paz y alegría a los desfavorecidos estaba dando frutos. Los niños reían con su canto, y aquellos que antes parecían perdidos encontraban consuelo al escuchar sus palabras. Aunque no todo era perfecto, los ciudadanos empezaban a recuperar la fe en un futuro mejor.
Sin embargo, el cambio no era solo en la ciudad. Caelum, la Vasija Pura, que la protegía incansablemente, comenzaba a notar algo diferente en Elyra. Aunque seguía creyendo que su deber era solo protegerla, no podía ignorar la singularidad de su presencia. Elyra era distinta a cualquier ser que hubiera conocido en Hallownest, y aunque no entendía del todo por qué, empezaba a ver su valor de una manera que no se basaba únicamente en su deber de protegerla.
Una mañana, el Rey los convocó al gran salón. Elyra y Caelum llegaron en silencio, como de costumbre, ella irradiando luz, y él caminando en su sombra, vigilante como siempre.
-Elyra, tu luz ha sido una bendición para Hallownest —dijo el Rey con una voz pesada por el dolor—Pero nuestro reino es vasto, y hay muchos más lugares que necesitan tu ayuda. Las ciudades vecinas están sufriendo, y aunque Hallownest comienza a sanar, no podemos ignorar a aquellos que siguen en la oscuridad.
Elyra bajó la cabeza, comprendiendo la magnitud de lo que le pedían. -Lo sé, mi Rey. He sentido el dolor de estas tierras desde que desperté. Si hay más que puedo hacer, iré a donde me necesiten.
El Rey asintió lentamente. -No estarás sola. La Vasija Pura te acompañará y te protegerá, como siempre lo ha hecho.
Caelum, que permanecía en silencio junto a ella, inclinó la cabeza respetuosamente. -Cumpliré con mi deber —dijo con su voz profunda, pero sin emoción alguna—
Elyra sonrió débilmente, aunque sabía que el camino sería difícil. -Gracias por tu constante protección, Caelum. Siempre has estado a mi lado, y sé que no será diferente en este viaje.
Caelum no respondió más allá de otro leve asentimiento. Para él, protegerla era simplemente su deber, algo que haría sin importar las circunstancias. Pero había algo en la forma en que Elyra lo miraba, en la calidez de su agradecimiento, que lo hacía sentir una incomodidad que no podía explicar.
El viaje a las ciudades vecinas comenzó unos días después. Elyra y Caelum, junto a un pequeño grupo de escoltas, recorrieron los caminos oscuros que conectaban Hallownest con las otras regiones del reino. El paisaje se volvía más desolado a medida que avanzaban, y las cicatrices de la guerra eran más visibles. Las ciudades que visitaban estaban sumidas en la desesperación, pero allí donde Elyra llegaba, la oscuridad se disipaba, aunque fuera solo por un instante.
En cada ciudad, Elyra dedicaba tiempo a hablar con los habitantes, a escuchar sus preocupaciones y ofrecer consuelo. No necesitaba promesas ni soluciones mágicas; su mera presencia traía una paz que hacía mucho tiempo que la gente no sentía. Un día, mientras descansaban en una pequeña ciudad, Elyra se sentó junto a un grupo de niños que habían comenzado a reunirse a su alrededor.
-¿Podrías cantarnos otra canción, Elyra? —preguntó una pequeña niña, con ojos llenos de esperanza—
Elyra sonrió con dulzura y asintió. -Claro, cantaré para ustedes todo el tiempo que deseen.
Comenzó a entonar una melodía suave, y los niños se agruparon aún más cerca, escuchando atentos. Su voz parecía atravesar las barreras del sufrimiento que envolvían la ciudad, trayendo momentos de alegría a quienes la escuchaban. Los adultos, aunque más reservados, también comenzaban a acercarse poco a poco, atraídos por la serenidad de su canto.
Caelum observaba desde la distancia, siempre alerta a cualquier peligro que pudiera surgir. Para los habitantes de las ciudades vecinas, él no era un protector; era una figura temida, una leyenda que circulaba con historias oscuras.
-Es la Vasija Pura —susurraban algunos— Dicen que no tiene alma... Solo vive para cumplir los deseos del Rey. No deberíamos acercarnos a él.
Caelum escuchaba los murmullos, pero no le importaba. No estaba allí para ser comprendido o aceptado; su única misión era mantener a Elyra a salvo. Sin embargo, con cada ciudad que visitaban, con cada sonrisa que Elyra arrancaba de los corazones afligidos, algo empezaba a moverse dentro de él. No era una emoción clara, pero estaba ahí, una pequeña chispa que no había sentido antes.
Esa noche, después de que Elyra hubiera terminado de cantar, ella se acercó a Caelum, como lo hacía todas las noches.
-Gracias por estar aquí —le dijo suavemente, con la misma amabilidad que siempre mostraba—
Caelum la miró brevemente, luego volvió su atención al horizonte oscuro. -Es mi deber.
Elyra lo observó por un momento en silencio antes de hablar de nuevo. -Caelum... sé que no entiendes completamente lo que significa el deber más allá de la protección, pero siento que hay algo más dentro de ti. Algo que ni siquiera tú has visto.
Él la miró esta vez, sin comprender del todo sus palabras. -No es necesario que entiendas, pero algún día lo harás —añadió ella con una sonrisa suave—