La noche había caído en Hallownest, envolviendo todo en una quietud pesada, pero no para la Vasija Pura. Caelum permanecía en su puesto habitual, de pie frente a la puerta de la cámara de Elyra, como lo hacía cada noche desde que fue asignado a protegerla. Su cuerpo inmóvil, su expresión inquebrantable. Las sombras danzaban en las paredes de la fortaleza, proyectadas por la tenue luz de los faroles que parpadeaban en la penumbra.
Elyra dormía tras la puerta, pero Caelum no descansaba. No conocía el concepto del descanso de la manera que otros seres lo entendían. La vigilia era su deber, su propósito. Siempre atento, siempre observando, preparado para cualquier amenaza que pudiera surgir en la oscuridad. Esa era su vida, su razón de ser.
Pero esta noche, algo era diferente. Su mente, que rara vez se desviaba de su misión, vagaba hacia Elyra. Las imágenes de ella, de su radiante presencia, de cómo traía calma y luz a todo lo que tocaba, invadían sus pensamientos. Caelum no entendía por qué. Siempre había sido capaz de mantener el control de su mente, de ignorar cualquier distracción... pero con Elyra, eso era distinto.
—Elyra... —murmuró, susurrando el nombre sin intención, como si su voz le hubiera traicionado.
Recordaba cada detalle de su apariencia con una precisión que ni él mismo comprendía. Elyra no era como las demás criaturas de Hallownest. Ella era diferente. Radiante y enigmática a la vez, su armadura brillaba con una luz suave, como si dentro de ella latiera un poder ancestral que apenas comenzaba a despertar. Los tonos de blanco y dorado parecían emanar desde su propio ser, iluminando su entorno, pero siempre estaban las sombras sutiles en los bordes, como una representación de la dualidad de su ser: luz y sombra, esperanza y misterio.
Caelum no podía apartar de su mente la imagen de su largo cabello plateado, moviéndose como un río de estrellas en la brisa nocturna, ni sus ojos celestes, tan brillantes como el cielo mismo. Eran ojos que reflejaban la esperanza que llevaba consigo, una esperanza que, de alguna manera, afectaba a todos los que la rodeaban... incluso a él.
—Ella es... bella —admitió en su mente, sorprendido por el pensamiento.
Caelum nunca se había permitido reflexionar sobre la belleza, ni sobre emociones. No sabía lo que era sentir aprecio o admiración por alguien. Para él, todo giraba en torno al deber: proteger y mantener el equilibrio. Y sin embargo, allí estaba, con esa imagen de Elyra ocupando su mente, envolviéndolo en pensamientos que no podía ignorar.
No es importante, se dijo a sí mismo. Mi deber es protegerla, no admirarla.
Pero cada vez que intentaba apartar esos pensamientos, volvían. La gracia con la que ella caminaba, incluso cuando estaba débil, su sonrisa cálida, su manera de hablar con los ciudadanos como si cada uno de ellos fuera especial. Elyra no era una guerrera, pero su poder radicaba en algo mucho más profundo, algo que Caelum no podía comprender del todo. Y eso lo inquietaba.
—No necesito entenderlo —murmuró de nuevo para sí, como si intentar racionalizar sus emociones fuera la clave para silenciarlas.
A pesar de que no entendía los conceptos emocionales que otros seres poseían, algo dentro de él empezaba a cambiar. Elyra traía consigo una luz que no solo sanaba a las criaturas de Hallownest, sino que también comenzaba a iluminar partes de Caelum que él ni siquiera sabía que existían. Lo hacía sentir algo más que una herramienta, algo más que un simple caballero protector.
Pero entonces, otra duda surgió en su mente: ¿Por qué me temen a mí? ¿Por qué me llaman la Vasija Pura y no por mi nombre?. Caelum lo sabía. Conocía las historias que circulaban entre los habitantes de Hallownest, las historias que lo pintaban como una figura peligrosa, una criatura a la que no debían molestar. Habían escuchado leyendas de su poder, de su capacidad para destruir y todo era real, cometió muchas cosas en nombre del rey. Nunca usaban su verdadero nombre, siempre se referían a él como "la Vasija Pura". Un título que había aprendido a llevar con indiferencia, pero que ahora, frente a Elyra, comenzaba a pesarle.
En algún punto de la noche, mientras sus pensamientos lo abrumaban, Elyra se movió dentro de su habitación. Caelum, siempre alerta, se acercó a la puerta en silencio, su presencia imponente, su mirada fija en el umbral como si pudiera percibir cualquier peligro al otro lado. Sabía que no había amenazas en ese momento, pero su deber era mantenerla segura.
Sus pensamientos se detuvieron por un instante mientras escuchaba la respiración tranquila de Elyra. Su misión seguía siendo la misma, pero por primera vez, se dio cuenta de algo más. Ya no era solo una cuestión de cumplir con su deber. Sin darse cuenta, había comenzado a proteger algo más que el cuerpo de Elyra. Algo más profundo, algo que no podía explicar.
Se dio la vuelta y volvió a su posición original, inmóvil y en silencio, pero esta vez con un peso distinto en su corazón vacío. Había algo especial en Elyra, algo que lo diferenciaba de todos los demás. No era solo la luz que emanaba de ella, sino su capacidad de tocar a quienes la rodeaban... incluso a él, una vasija vacía.
Caelum no sabía cuánto tiempo más podría mantener su distancia emocional. No entendía el amor ni el afecto, pero sí sabía una cosa: no fallaría en su misión de protegerla. Esa era la única certeza que tenía, el único ancla que lo mantenía firme en su propósito.