4.1 - La Cicatriz en el Mundo. [Punto de Vista: Shiva Mae]
El campamento del Polvo no era un asentamiento. No era una base militar. No era siquiera una ciudad en el sentido tradicional, con toda la humanidad caótica que ese término implica.
Era una cicatriz abierta en la carne del mundo. Una herida quirúrgica, precisa, que nunca había sido destinada a sanar sino a permanecer como recordatorio de dominación absoluta.
Nos arrastramos por la última cornisa, nuestros cuerpos presionados contra roca tan fría que quemaba incluso a través de nuestros trajes aislados. El viento —que aquí arriba soplaba con una fuerza que nunca experimentábamos en las profundidades— levantaba nubes de Ceniza que, por una vez, jugaban a nuestro favor. Nos envolvían en un manto gris que confundía los sensores visuales del Polvo, convirtiéndonos en poco más que sombras entre sombras.
Abajo, separado de nosotros por tal vez cincuenta metros de aire vacío y doscientos metros de descenso vertical, la geometría perfecta del complejo zumbaba con una energía que me provocaba náuseas físicas. No era el tipo de náusea que viene del miedo o del vértigo. Era algo más fundamental. Como si mi cuerpo reconociera, en un nivel celular, que lo que estaba viendo era antinatural. Que violaba leyes no escritas sobre cómo debería organizarse la vida.
Era el sonido de un corazón que no latía sino que calculaba. Cada pulso del complejo era perfectamente espaciado, matemáticamente preciso. No había variación. No había el caos orgánico que caracteriza a todo lo vivo. Solo: pulso, pausa, pulso, pausa, con intervalos de exactamente 1.73 segundos entre cada uno.
Mis manos temblaban. No de frío esta vez. De rechazo visceral.
"Los drones tienen un patrón de barrido de noventa segundos", susurró Elia a mi lado, su voz apenas un hilo de tensión controlada. Su dispositivo proyectaba un holograma diminuto que solo nosotros podíamos ver, mostrando las trayectorias de patrulla en líneas de luz azul. "Hay un punto ciego de tres segundos cerca del conducto de ventilación sur. Es nuestra única entrada".
Observé el patrón. Tenía razón. Los drones —doce en total, orbitando el complejo en esferas perfectas— creaban momentáneamente una zona sin cobertura cuando cuatro de ellos convergían en el punto norte, sus campos de detección solapándose de forma que dejaban un hueco en el sur.
Tres segundos. Tal vez cuatro si éramos increíblemente afortunados.
Para atravesar cuarenta metros de terreno abierto, descender por una pared vertical de ocho metros, y colarse en un conducto de ventilación que probablemente tenía sus propios sistemas de seguridad.
"Demasiado arriesgado", replicó Roric, su voz como grava. Su rostro, parcialmente oculto por la máscara de filtro que todos llevábamos, era una máscara de tensión. Podía ver el cálculo en sus ojos: las probabilidades de éxito vs las probabilidades de detección y muerte.
"No hay tiempo", intervine, mi voz más firme de lo que me sentía. Más firme de lo que tenía derecho a ser dadas las circunstancias. "La máquina... está acumulando energía. Puedo sentirlo".
Era verdad. Mi canal —esa herida abierta en mi ser— pulsaba en sincronía con el zumbido del complejo. No armonía. Resonancia. Como dos frecuencias opuestas chocando, creando un patrón de interferencia que podía sentir en mis dientes, en mis huesos, en la médula.
"Va a iniciar un nuevo ciclo de purga mucho antes de lo previsto. Horas, no días. Si no actuamos ahora, si esperamos un momento mejor..." dejé la oración colgando. No necesitaba terminarla.
4.2 - La Decisión y la Carrera
[Punto de Vista: Shiva Mae]
Roric me miró, su rostro una máscara de duda que luchaba contra algo más peligroso: confianza reluctante. La batalla con las Arañas de Sombra le había enseñado a no descartar mis "sentimientos". Había aprendido, dolorosamente, que lo que yo percibía como instinto a menudo era información real que sus sensores no podían detectar.
El silencio se extendió. Dos segundos. Tres. Podía ver la guerra en su expresión: entrenamiento militar contra experiencia práctica. Protocolo contra supervivencia.
Finalmente, asintió. Fue un gesto pequeño, apenas perceptible, pero definitivo. "Tres segundos. Muévanse cuando yo dé la señal. Jax primero. Es más rápido. Luego Elia. Shiva tercera. Caelan cuarto. Yo cierro. Nadie se detiene. Nadie mira atrás. Si alguien cae, los demás continúan. ¿Entendido?"
Era orden de muerte potencial. Si uno de nosotros era detectado, los demás no arriesgarían la misión intentando un rescate. Era lógica brutal. Y necesaria.
"Entendido", murmuramos en secuencia.
Roric observó el holograma de Elia, sus ojos siguiendo las trayectorias de los drones. Esperando. Esperando. Su mano levantada, tres dedos extendidos.
Dos dedos.
Uno.
"¡Ahora!"
La carrera fue un borrón de adrenalina y terror controlado. Mis piernas se movieron antes de que mi cerebro pudiera procesar completamente la orden, entrenamiento muscular tomando control. Jax era una sombra adelante, sus movimientos tan fluidos que apenas parecía tocar el suelo. Elia lo seguía, menos grácil pero compensando con pura determinación.
Yo era tercera. El aire me quemaba los pulmones, cada respiración era como inhalar vidrio molido. La Ceniza en suspensión, agitada por el viento, se adhería a mi máscara, reduciendo visibilidad. Pero no podía ralentizar. Tres segundos. Tal vez menos ahora.
El borde del acantilado apareció ante mí y casi seguí corriendo directamente sobre él antes de que Jax —ya descendiendo— extendiera una mano, agarrándome por la muñeca y tirando. No gentilmente. Con la fuerza necesaria para redirigir mi momento hacia abajo en lugar de hacia adelante y el vacío.
El descenso fue caótico. Mis manos buscaban agarres que apenas existían, mis pies resbalando en roca suavizada por generaciones de viento. Ocho metros. Siete. Seis. Podía escuchar el zumbido de los drones cambiando de tono, ajustándose. El punto ciego estaba colapsando.
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Editado: 26.10.2025