Hombres de ceniza (romantasy-concurso)

1.13: El Voto de la Matriarca. Punto de Vista: Elara)

La Ceniza no olvida. Solo entierra.
Y yo soy su jardinera.

Cada grano que se adhiere a mis túnicas es un testamento. Cada Eco que susurra en los túneles es un recordatorio: la arrogancia de nuestros ancestros nos condenó a ser los sepultureros de un mundo que ya no respira. Pero hay fracasos… y hay pecados.
Y Shiva Mae es la encarnación del segundo.

La vi salir de la enfermería, con su hermano Caelan como una sombra protectora a su lado. Había “salvado” el alma de Kael, sí. Pero no con las manos de una sanadora.
Con las garras de un depredador.
No tejió la herida. La devoró. Absorbió la corrupción del Polvo… y la hizo suya. No fue sanación. Fue posesión. Y en ese acto, selló su destino.

Más tarde, en la Cámara del Cónclave Secreto, el aire era espeso con el olor a salmuera y miedo antiguo. El General Kaelen estaba de pie, una roca en la penumbra. A su lado, los dos Ancianos restantes eran poco más que formas sentadas, sus cuerpos más Ceniza que carne, sus ojos dos brasas apagándose.

—Debemos enviarla a la línea del frente —dijo Kaelen, su voz directa, sin adornos—. Su don, llámenlo como quieran, es un arma. Si muere, perdemos un arma. Si vive, ganamos una batalla. Es un cálculo simple.

La palabra arma resonó en mi mente como un cuchillo en una herida abierta.
Y con ella, un recuerdo que nunca se convirtió en Eco… porque sigue vivo. Sangrando dentro de mí.

Yo, mucho más joven, sosteniendo la mano helada de mi hermana, Lyra.
No había sido herida por el Polvo. Un “sanador de Ecos” renegado, lleno de arrogancia, había intentado absorber la plaga de la putrefacción gris que la consumía. Pero el poder lo desbordó. Se corrompió. Y en su agonía, liberó una ola de Ecos incontrolados que barrió la enfermería.
No sanó. Devoró.
Y Lyra fue una de las almas que se llevó.

Kaelen ve un arma, pensé, volviendo al presente, mi corazón un nudo de hielo.
Yo veo la misma promesa rota. El mismo poder que no distingue entre sanar y devorar.
La absorción no es un don. Es un hambre.
Y el hambre siempre exige ser alimentada.

—¡No es un arma! —espeté, mi voz más afilada de lo que pretendía—. ¡Es una profecía caminando!
Kaelen me miró con irritación, pero los Ancianos inclinaron sus cabezas encapuchadas.
—¿O han olvidado las leyendas? “De la Fusión Álmica nacerá el Devastador”.
Ella no solo absorbe Ecos… ¡los acumula! ¿Qué creen que pasará cuando ya no quepa más alma en su vasija?

Dejé que la pregunta flotara en el aire, una semilla de miedo que yo misma había regado con mi propio dolor.

Miré a los Ancianos.
—Ustedes estuvieron allí. En los Primeros Días. ¿Fue un error? ¿O fue un pecado?

La Anciana, cuya forma era apenas un contorno, respondió. Su voz era un susurro múltiple, como el crujido de mil hojas secas.
—El Protocolo Quimera fue muchas cosas, Matriarca. Un intento de robarle el fuego a los dioses. La arrogancia que nos condenó…
Hizo una pausa.
—Y… una semilla. Ella es esa semilla. Y las semillas, o florecen… o se pudren.

Kaelen resopló.
—¿Semillas, profecías? Yo tengo una guerra que ganar. Mañana, en el Consejo de Guerra, propondré la misión de sabotaje. Ella irá. Esa será su prueba.

Asentí en silencio, mi rostro una máscara de acuerdo.
Kaelen solo veía un soldado.
Los Ancianos veían un presagio.
Yo veía una oportunidad.

Si ella es el Devastador, que así sea.
Que devaste a nuestros enemigos.
Que arrase con el Polvo y su ciencia blasfema.

Y cuando no quede nada de ellos…
purificaremos la herramienta, como debimos haber hecho con aquel sanador renegado hace tantos ciclos.

Esta vez, no fallaré.




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