Hombres de ceniza (romantasy-concurso)

4.B: El Archivo Sagan. (Punto de Vista: Umberto Sagan)

4.B.1 - El Silencio que Miente

El silencio de mis aposentos era una mentira cuidadosamente construida.

Había ordenado el cese de todas las funciones no esenciales en mi zona personal: sistemas de ventilación reducidos a modo pasivo, iluminación atenuada a 30% de capacidad estándar, incluso los procesadores de datos que normalmente zumbaban con actividad constante habían sido puestos en modo de bajo consumo. Todo para crear ambiente de silencio absoluto. Todo para poder pensar sin interferencia.

Pero no podía silenciar el eco de la voz de mi padre en mi mente.

Un Sagan no siente curiosidad, Príncipe. Un Sagan analiza. Un Sagan controla.

Las palabras habían sido pronunciadas cuando tenía ocho años, la primera vez que había preguntado "¿por qué?" en lugar de simplemente aceptar información como hecho. Mi padre —Comandante Supremo Aris Sagan II, llamado así por el bisabuelo cuyo legado ensombrecía a todos sus descendientes— había mirado mi curiosidad infantil como un granjero miraría una plaga en su cultivo. Algo a ser erradicado antes de que se propagara.

"La curiosidad", había dicho, su voz sin emoción pero con peso de decreto absoluto, "es la antesala del caos. Preguntar 'por qué' implica que el orden actual podría ser diferente. Podría ser cuestionado. Un Sagan no cuestiona. Un Sagan implementa. La diferencia entre nosotros y ellos —los de la Ceniza— es que nosotros aceptamos que el universo es mecánico. Ellos se aferran a la fantasía de que el significado existe más allá de la función".

Yo había tenido ocho años. Demasiado joven para articular mi desacuerdo. Demasiado bien entrenado para intentarlo.

Pero ahora, veinte años después, sentado en la penumbra de mis aposentos con el resplandor tenue de la ciudad-máquina más allá de mi ventana, esas palabras resonaban con ironía amarga.

Porque el control había vacilado. Mi control. El control que supuestamente era la definición de mi identidad.

Y yo no solo sentía curiosidad.

Sentía reconocimiento.

4.B.2 - La Memoria de la Simulación

La sensación me transportó involuntariamente a una memoria que había intentado enterrar durante años. Una simulación de combate, muchos ciclos atrás. Yo tenía doce años, en el punto de mi entrenamiento donde las pruebas dejaban de ser académicas y comenzaban a ser... viscerales.

Mi padre observaba desde la sala de control, su silueta visible a través del vidrio de observación. Nunca participaba directamente. Eso habría implicado inversión emocional. En su lugar, observaba. Evaluaba. Juzgaba.

La prueba había sido simple en su descripción: eliminar a un escuadrón de androides programados para replicar las tácticas caóticas de los Hombres de Ceniza. Doce unidades. Variables en tamaño, armamento, y patrones de comportamiento. Diseñados no para luchar con lógica militar sino con... improvisación. Con irracionalidad calculada.

Lo hice con una eficiencia del 99.8%. Once androides neutralizados en secuencia óptima. Tiempo total: cuatro minutos, treinta y siete segundos. Sin daño personal. Sin desperdicio de munición.

Perfecto. Casi.

El último androide quedó en el suelo, dañado pero no completamente inoperativo. Sus sistemas de movilidad habían sido comprometidos por mi último disparo, dejándolo arrastrándose inútilmente hacia una pared. Debería haberlo terminado inmediatamente. Protocolo estándar: enemigo incapacitado todavía es enemigo. Neutralización completa es único estado aceptable.

Pero me detuve.

El androide extendió una mano, y una chispa de energía caótica —una simulación de su "magia", de la Ceniza que los contaminados usaban como arma— parpadeó en sus dedos. No era amenaza real. No tenía energía suficiente para convertirse en ataque efectivo. Era... gesto. Desesperación mecánica programada para replicar desesperación humana.

Y por una fracción de segundo, dudé.

No por miedo. No por compasión en el sentido emocional. Sino por curiosidad. Quería ver qué haría el androide con su último momento. Si su programación tenía profundidad suficiente para crear algo interesante. Si el caos, en su último suspiro, podría producir algo que valiera observar.

La simulación se detuvo.

Todo el escenario se congeló. Los androides neutralizados permanecieron inmóviles. Las luces de emergencia de la sala de entrenamiento parpadearon una vez, señal de que control externo había interrumpido la secuencia.

La voz de mi padre llenó la sala, no con gritos —los Sagan no gritaban, gritar implicaba pérdida de control— sino con una decepción gélida que era infinitamente peor:

"Esa vacilación, hijo, es el genoma del fracaso. La compasión es un virus que corrompe la lógica. Has completado la tarea al 99.8%. Pero esa fracción faltante —esa vacilación que duró exactamente 1.7 segundos— es la diferencia entre un líder y un seguidor. Entre un Sagan y... otra cosa".

Había descendido a la sala de entrenamiento entonces, sus pasos medidos, cada uno produciendo eco que parecía contar los segundos de mi vergüenza.

"¿Sabes qué habrías causado en combate real?" No esperó respuesta. "Esos 1.7 segundos son suficientes para que un enemigo herido detone un explosivo. Para transmitir coordenadas a refuerzos. Para grabar tu rostro y convertirte en objetivo prioritario. La curiosidad sobre lo que el enemigo hará es irrelevante. Solo importa asegurar que no haga nada".

Me había obligado a repetir la simulación. Veintitrés veces. Hasta que pude terminar el último androide sin vacilación. Hasta que la duda había sido condicionada fuera de mi respuesta instintiva.

O eso había creído.

4.B.3 - El Reflejo en Metal

De vuelta en el presente, me levanté de mi escritorio y caminé hacia el espejo de metal pulido que dominaba una pared de mis aposentos. No era vanidad. Los Sagan no se permitían vanidad. Era funcionalidad: verificar que tu apariencia proyectara autoridad apropiada antes de reuniones importantes.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.