Hombres de ceniza (romantasy-concurso)

5.B: Fragmentos de una Niña Perdida. [Punto de Vista: Shiva Mae]

El dolor era un puente hacia otro lugar.

No un lugar físico —no algo que pudiera mapear o nombrar— sino un espacio entre espacios. Una grieta en la realidad donde el tiempo no fluye linealmente sino que se enrolla sobre sí mismo como una serpiente devorando su propia cola. Aquí, el pasado y el presente no eran distintos. Eran la misma herida abierta, sangrando en todas direcciones a la vez.

No había campamento del Polvo. No había explosión. No había el rostro de mi hermano lleno de pánico, sus manos aferrándose a mí como si pudiera anclarme a este mundo por pura fuerza de voluntad. Todo eso se había desvanecido como humo disipándose en la oscuridad.

Flotaba —no, esa no es la palabra correcta— me disolvía en un mar de sensaciones desconectadas. Los recuerdos fríos de Umberto —ese niño eterno atrapado en su prisión de cristal y soledad— chocaban con mis propios fantasmas y se fundían en algo nuevo. Algo que no pertenecía completamente a ninguno de los dos. Era una pesadilla. Era una memoria. Era las dos cosas y ninguna.

Era la verdad, finalmente revelándose.

Frío.

El frío del acero en mi espalda desnuda. No el frío del Rescoldo, que es húmedo y vivo. Este era un frío clínico, artificial, diseñado. El tipo de frío que no existe en la naturaleza porque fue creado por mentes que querían esterilizar, controlar, contener.

Correas de metal me mordían las muñecas y los tobillos. El dolor era agudo, preciso, médico. Podía sentir cómo el metal cortaba mi piel cada vez que intentaba moverme, cada vez que mi cuerpo se contraía involuntariamente contra el tormento que fluía a través de él. No podía moverme. Ni siquiera podía girar la cabeza para ver dónde estaba.

No era una cama. Era una mesa.

Una mesa de operaciones.

Y yo era el experimento.

La habitación era blanca. Tan blanca que dolía mirarla, como si la luz misma fuera una forma de tortura. Luces brillantes colgaban sobre mí, demasiado brillantes para ser lámparas de aceite. Estas eran luces del mundo de Antes. Luces que funcionaban con electricidad, ese poder perdido que solo los Hombres de Tierra todavía dominan. Las luces zumbaban con un sonido bajo, insectil, que se metía en mis dientes.

Alrededor de mí había máquinas. Instrumentos que no reconocía, pantallas que parpadeaban con números y gráficos que no podía comprender. Tubos transparentes conectados a mi cuerpo, bombeando líquidos que brillaban con colores que no deberían existir. Rojo oscuro. Negro iridiscente. Plateado que pulsaba como si estuviera vivo.

Una voz de mujer, aguda por el pánico, resonaba en la blancura. El sonido rebotaba en las paredes estériles, multiplicándose hasta convertirse en un coro de terror.

"...¡no es estable! ¡Los niveles de fusión álmica son catastróficos! ¡La resonancia está rompiendo los límites de contención!"

Fusión álmica. Las palabras no significaban nada para mí, pero mi cuerpo las conocía. Cada célula de mi ser respondió a esas palabras con un reconocimiento que trascendía el lenguaje.

Una voz de hombre, grave y cansada, respondió. Una voz que había escuchado demasiadas cosas horribles, tomado demasiadas decisiones imposibles. "Es la única que sobrevivió a la inyección de la Ceniza Primigenia. La sujeto Alfa-Mae. Es nuestro último prototipo. Nuestro último intento de crear algo que pueda enfrentar lo que viene".

Una pausa. Podía escuchar el peso de la desesperación en ese silencio.

"Si fracasa, todo habrá sido en vano. Los sacrificios. Las vidas. Todo".

Alfa-Mae.

El nombre cayó sobre mí como una sentencia. Alfa. La primera. Mae. Un fragmento de mi apellido, pero también... ¿de mi nombre? ¿O era al revés? ¿Era Shiva Mae mi verdadero nombre, o era solo una máscara colocada sobre algo más antiguo, más fundamental?

El nombre no significaba nada para mí. Y sin embargo, se sentía... correcto. Como una llave girando en una cerradura que no sabía que tenía.

Sujeto Alfa-Mae. Prototipo. Experimento.

No.

No puede ser verdad. Soy Shiva. Hija de Kael y Mira. Hermana de Caelan. Nací en el Rescoldo, en la Colmena Inferior, en el distrito médico donde las familias se hacinan en habitaciones que huelen a hongos medicinales y desesperación.

Pero la certeza se sentía falsa. Como una historia contada tantas veces que había dejado de sonar a mentira.

Un fuego líquido me recorría las venas.

No era la cálida Ceniza que conocía, la que sanaba y susurraba secretos de los muertos. Esta era algo más antiguo, más voraz, más hambriento. Sentía como si mi sangre misma estuviera siendo reemplazada, célula por célula, con algo que no debería existir dentro de un cuerpo humano.

La Ceniza Primigenia. Ese era el nombre que había usado la voz del hombre. No la Ceniza que todos conocemos, la que nació de la muerte del mundo. Esta era la Ceniza de Antes del Antes. La primera chispa. El error original.

Ardía. Dios, cómo ardía.

Gritaba, pero el sonido era absorbido por las paredes blancas y estériles de la habitación. Mi garganta se desgarraba en un esfuerzo por expresar el tormento que no tenía palabras, pero nada salía. Era como gritar bajo el agua. Como gritar en el vacío del espacio donde no hay aire que lleve el sonido.

Mi cuerpo se arqueaba contra las correas de metal. Podía sentir cómo mi piel se rasgaba, cómo la sangre —mi sangre, ¿verdad? ¿O era de alguien más?— goteaba sobre el acero frío de la mesa.

Las máquinas a mi alrededor chillaban con alarmas cada vez más frenéticas. Los números en las pantallas subían exponencialmente, entrando en rangos marcados con rojo brillante.

"¡La fusión está alcanzando el punto crítico! ¡Su firma álmica está colapsando en sí misma!"

"Mantén la inyección. Si detenemos ahora, el colapso será total. Al menos así tiene una oportunidad".

¿Una oportunidad de qué? quería gritar. ¿De sobrevivir? ¿De convertirme en lo que sea que están tratando de crear? ¿De seguir siendo humana?




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.