El dolor era un puente hacia otro lugar.
No había campamento del Polvo, ni explosión, ni el rostro de mi hermano lleno de pánico. Flotaba en un mar de sensaciones desconectadas, donde los recuerdos fríos de Umberto y mis propios fantasmas chocaban y se fundían. Era una pesadilla. Era una memoria.
Frío. El frío del acero en mi espalda desnuda. Correas de metal me mordían las muñecas y los tobillos. No podía moverme. No era una cama. Era una mesa.
Una voz de mujer, aguda por el pánico, resonaba en la blancura. "...¡no es estable! ¡Los niveles de fusión álmica son catastróficos!".
Una voz de hombre, grave y cansada, respondió. "Es la única que sobrevivió a la inyección de la Ceniza Primigenia. La sujeto Alfa-Mae. Es nuestro último prototipo".
Alfa-Mae. El nombre no significaba nada para mí, pero se sentía... correcto.
Un fuego líquido me recorría las venas. No era la cálida Ceniza que conocía, la que sanaba y susurraba. Era algo más antiguo, más voraz. Gritaba, pero el sonido era absorbido por las paredes blancas y estériles de la habitación. Mi garganta se desgarraba en un silencio absoluto.
Una imagen fugaz. Un rostro. Un hombre de cabello plateado y ojos grises, los mismos ojos que acababa de ver en la plataforma de observación. Me miraba no con crueldad, sino con una profunda y abrumadora tristeza. Me hablaba, pero las palabras llegaban corruptas, rotas por la estática de los años.
"...lo siento, pequeña... el Devastador... no pudimos..."
La imagen se rompió, reemplazada por el recuerdo de Umberto en su habitación blanca, trazando ecuaciones en el aire. La soledad del niño se mezcló con la tristeza del hombre, y por un instante, no supe cuál era cuál.
Una alarma ensordecedora. La voz de la mujer, ahora gritando con puro terror. "¡Falla de contención! ¡El parásito detecta la firma! ¡Sellamos el laboratorio o nos devora a todos!".
Parásito. La palabra se sintió como una aguja de hielo en mi mente.
Y entonces, en medio del caos del sueño, la voz de la mujer se transformó. Se convirtió en la voz de Umberto, la que había escuchado en mi cabeza durante la Fusión, susurrando una sola palabra que era a la vez una orden y una súplica.
"...contener..."
Desperté con un jadeo, el sabor del polvo y la sangre en mi boca. Estaba en el suelo, entre los escombros de la máquina. Caelan me estaba arrastrando, su rostro una máscara de pánico.
"¡Shiva, arriba! ¡Tenemos que movernos!".
Me puse en pie, mi cuerpo un mapa de dolor. Pero el dolor físico no era nada comparado con el terror de las imágenes grabadas a fuego en mi mente. Miré mis manos, casi esperando ver las marcas de las correas de metal.
No eran sueños. Eran Ecos.
Pero no eran los Ecos de los muertos.
Eran míos.
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Editado: 26.10.2025