Hombres de ceniza (romantasy-concurso)

Capítulo 6: La Contaminación. [Punto de Vista: Umberto Sagan]

Desperté en la pulcritud estéril de la enfermería de mi nave.

La habitación era exactamente como todas las habitaciones en las que había pasado mi vida: blanca, limpia, optimizada. Cada superficie estaba diseñada para minimizar la contaminación bacteriana. Cada esquina redondeada para evitar la acumulación de partículas. Cada luz calibrada al espectro exacto que promovía la curación celular sin interrumpir los patrones de sueño.

Era perfecto. Era vacío. Era familiar de una manera que ya no me traía consuelo.

El diagnóstico del sistema médico flotaba en mi campo visual, proyectado directamente en mi córnea a través de mis implantes neuronales. Texto verde fosforescente sobre negro absoluto, cada línea respaldada por datos precisos:

TRAUMA FÍSICO: Menor. Contusiones superficiales. Ninguna fractura. Tiempo estimado de recuperación: 18 horas.

AGOTAMIENTO ENERGÉTICO: Moderado. Reservas psiónicas al 34%. Requiere descanso y recalibración.

ANOMALÍA NEURONAL: No clasificada. Patrones de actividad cerebral inusuales detectados en regiones asociadas con procesamiento emocional y formación de memoria. Origen: Desconocido. Recomendación: Aislamiento inmediato y análisis exhaustivo.

El informe no podía medir el verdadero daño. Los sensores médicos de la nave podían cuantificar cada molécula de mi sangre, cada impulso eléctrico en mi sistema nervioso, cada fluctuación hormonal. Pero no tenían categoría para lo que realmente había sucedido.

No había protocolo para medir la contaminación del alma.

Mi primer pensamiento, al despertar, no fue sobre la misión fallida.

No fue sobre la máquina dañada, que había representado meses de trabajo y recursos incalculables. No fue sobre las vidas perdidas en la explosión, aunque sabía con precisión matemática cuántos soldados no habían logrado escapar del radio de destrucción. No fue sobre la ira del Alto Mando cuando recibieran mi informe sobre este fracaso monumental.

Fue un pánico ilógico. Una oleada de emoción tan ajena y abrumadora que mi sistema la clasificó inicialmente como un ataque psiónico. Como si algo externo estuviera intentando forzar su camino dentro de mi mente protegida, reescribiendo mis procesos de pensamiento desde dentro.

Era el recuerdo, vívido y punzante como un cuchillo en las costillas, del amor feroz que la Aberración —que Shiva— sentía por su hermano.

No era un dato. No era información que pudiera ser archivada, categorizada, analizada y descartada. Era un sentimiento. Crudo. Primordial. Absoluto. El tipo de amor que no se cuestiona porque existe más allá del reino de las preguntas. El tipo de amor que dice: Te protegeré aunque me cueste todo. Aunque me destruya. Aunque el universo entero esté en mi contra.

Y estaba dentro de mí.

No como un recuerdo observado desde fuera, como cuando accedo a los archivos de data de un sujeto de investigación. Estaba experimentándolo. Como si fuera mío. Como si yo fuera quien amaba con esa intensidad terrible y hermosa. Como si Caelan fuera mi hermano, no el de ella.

Mi sistema de diagnóstico había clasificado correctamente la sensación como una anomalía. Pero se había equivocado en la causa. No era un ataque externo.

Era algo mucho peor.

Era una fusión. Un sangrado entre consciencias que no debería haber sido posible.

Parte de ella estaba ahora en mí. Y temía, con un terror frío y racional, que parte de mí pudiera estar ahora en ella.

"Príncipe Umberto, ¿se encuentra bien?"

La voz de Valerius me ancló a la realidad como un cable arrojado a alguien que se está ahogando. Fuerte. Segura. Completamente desprovista de la contaminación emocional que ahora infectaba mi mente.

Me incorporé en la camilla médica, mi cuerpo protestando débilmente. Los músculos que raramente uso —mi vida es cerebro, no músculo— se quejaban con un dolor sordo. Pero era un dolor menor. Cuantificable. Manejable.

"Estoy funcional, Comandante", respondí, mi voz cayendo automáticamente en el tono preciso y controlado que había perfeccionado a lo largo de años de interacciones obligatorias. "Informe de situación".

Valerius se acercó, su armadura todavía manchada con polvo del Rescoldo. Su rostro —cincelado, estoico, marcado con las cicatrices de incontables batallas— mostraba la más mínima tensión alrededor de los ojos. Preocupación, probablemente. O tal vez solo fatiga.

"La retirada fue caótica pero controlada", comenzó, sus palabras cayendo en el patrón familiar de un informe militar. "Perdimos diecisiete efectivos en la explosión inicial. Otros veintitrés resultaron heridos, ninguno de gravedad. La máquina sufrió daños extensos pero no completos. El núcleo de procesamiento álmico permanece intacto, aunque su calibración se perdió por completo".

Continuó con los detalles técnicos mientras yo procesaba la información. Diecisiete muertos. Un número. Una estadística. Debería sentir... ¿qué? ¿Culpa? ¿Remordimiento? Había diseñado la misión. Había ordenado el despliegue. Sus muertes eran matemáticamente mi responsabilidad.

Pero cuando intenté acceder a la respuesta emocional apropiada, todo lo que encontré fue estática. Y debajo de la estática, filtrándose como agua a través de grietas, estaba el eco del amor de Shiva por Caelan. Protegiéndolo. Salvándolo.

Mientras yo había sacrificado a diecisiete hombres sin pestañear.

La disonancia era ensordecedora.

Mientras Valerius detallaba los aspectos técnicos de la operación fallida, mi discurso fue impecable.

Hice las preguntas correctas en los momentos correctos. Di las órdenes apropiadas para asegurar el perímetro y comenzar el análisis de los restos. Mi rostro, observé en el reflejo de una pantalla cercana, era una máscara perfecta de control. Ningún músculo fuera de lugar. Ninguna expresión que pudiera traicionar la tormenta interna.




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