Hombres de ceniza (romantasy-concurso)

7.1: La Duda del Soldado Perfecto [Punto de Vista: Valerius]

La lógica era un baluarte. Una fortaleza construida con los ladrillos de la certeza y el cemento del deber. Pero la orden del Príncipe había sido... ilógica.

"Viva".

No "neutralizada". No "recuperada para análisis de inteligencia". Viva.

Repasé los datos del enfrentamiento en la cornisa por centésima vez. La fluctuación del 0.02% en la Sombra Viva del Príncipe, justo en el momento del contacto visual con la Aberración, no tenía explicación en ningún manual de campo. Era una anomalía. Un error en el sistema perfecto que era Umberto Sagan.

Mientras los informes se desplazaban por mi pantalla holográfica, un olor fantasmal me asaltó, tan real que me hizo levantar la vista. El aroma a tierra mojada y ozono después de una lluvia ácida. El olor de mi infancia en los puestos de avanzada de la superficie contaminada, en los márgenes de la sociedad del Polvo, donde los nanitos eran un lujo y la supervivencia una ecuación diaria. Recordé a mi hermana menor, Elia, muriendo lentamente de una enfermedad que los médicos no podían purgar. Una corrupción celular, decían, heredada de un ancestro "contaminado" por la magia del planeta.

Eliminamos la debilidad para ser fuertes, me repetía a mí mismo, el mantra de mi vida. Pero el Príncipe mira a esa Aberración no como a una debilidad, sino como a una respuesta.

Un subordinado, un joven teniente con más ambición que experiencia, se aclaró la garganta a mi lado. "Comandante, los protocolos de caza de alto valor dictan neutralización por saturación de energía en caso de resistencia. ¿Modificamos los parámetros de la misión de captura?".

Lo miré, y por una fracción de segundo, vi el rostro pálido y febril de mi hermana en el del joven soldado. La lógica se tambaleó.

"Cumpliremos la orden del Príncipe", dije, mi voz más fría de lo habitual para ocultar la fisura que se abría en mi interior. "Al pie de la letra. Él... tiene sus razones".

Fue la primera vez en mi carrera que ejecutaba una orden sin comprender completamente su lógica. Y eso me aterraba más que cualquier enemigo.

La lealtad siempre había sido una ecuación simple con una sola variable: el deber al ideal del Polvo. Pero ahora, una segunda variable se había introducido, una que lo complicaba todo. La lealtad al hombre, a Umberto Sagan. El hombre que, quizás, había encontrado en el corazón de la corrupción lo que nosotros llevábamos milenios buscando en la pureza: una cura para nuestra propia esterilidad.




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