El dolor ya no era un muro, sino una puerta. Mientras mi cuerpo descansaba, agotado por el mensaje desesperado que había enviado a través del vínculo, mis sentidos, en lugar de apagarse, se abrían como flores nocturnas en la oscuridad más profunda. La roca a mi alrededor ya no era silencio. Era un coro.
Apoyé la mejilla contra la pared de la grieta, y ya no vi una piedra lisa e inerte. Vi las "venas de memoria" de la roca, finísimos hilos de energía luminiscente que contaban la historia de presiones tectónicas y flujos de agua de milenios pasados. Era una biblioteca de tiempo geológico, abrumadoramente hermosa en su complejidad silenciosa.
El goteo constante de agua desde una estalactita cercana ya no era solo un sonido. Cada gota que golpeaba el suelo llevaba consigo un "Eco de pureza", un registro sonoro de su largo viaje a través de la piedra filtrada. Era una sinfonía de limpieza, una melodía constante que, nota a nota, calmaba la ansiedad que se arremolinaba en mi pecho.
Mi mano rozó el vendaje que Umberto había puesto en mi brazo. Y por primera vez, no solo sentí la tela. Sentí un "Eco de intención". Pude percibir la determinación concentrada con la que él había limpiado la herida, el destello de preocupación que lo atravesó cuando la daga se hundió, el cálculo frío y rápido que lo llevó a interponerse. Su cuidado había dejado una huella energética, una firma que ahora podía leer como si fuera una palabra escrita.
En este estado amplificado, una "fuga" del vínculo se filtró en mi conciencia. No era el torrente de emoción que él me enviaría más tarde, sino algo más sutil, un murmullo de fondo de su ser. "Escuché" un zumbido de lógica pura, como una colmena de abejas de cristal, su mente en estado de reposo resolviendo ecuaciones de campo de forma subconsciente. Y en medio de esa frialdad matemática, un único "Eco de emoción" que se repetía en un bucle persistente: la imagen de mis ojos en el túnel, una y otra y otra vez, con una obsesión que ya no tenía nada de científica.
La herida del canal en mi pecho, el punto de nuestra fusión, ya no dolía. Se había convertido en un centro de intercambio, un nexo. Cuando acerqué la mano, un fino vapor de Sombra Viva, inconsciente y dócil, se desprendió de mis dedos, danzando en el aire antes de disiparse. Mi cuerpo no estaba rechazando el poder del Polvo. Lo estaba metabolizando. Lo estaba haciendo mío.
Al mismo tiempo, la magia de la Ceniza a mi alrededor ya no era algo que necesitaba invocar. Era algo que exhalaba. Un halo tenue y dorado me envolvió sin que yo lo conjurara, y vi cómo sanaba pequeñas grietas en la roca a mi alrededor, cómo una pequeña espora de hongo cercano comenzaba a brotar con una vitalidad renovada.
Abrí los ojos. No había dormido, pero tampoco estaba completamente despierta. Estaba... afinada. Sintonizada con una nueva frecuencia de la realidad. El mundo no había cambiado, pero yo sí.
Y por primera vez, no tuve miedo de aquello en lo que me estaba convirtiendo.
Tuve hambre de ello.
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Editado: 26.10.2025