La fiebre de Caelan empeoraba. Su piel ardía al tacto, y la herida en su pecho pulsaba con esa luz dorada y enfermiza. Cada respiración era un estertor superficial que me partía el alma. Me acurruqué a su lado en la oscuridad de la grieta, compartiendo mi calor corporal, sintiéndome más inútil y sola que nunca.
El huésped en mi mente había estado en silencio, pero su presencia era una presión constante. La lógica fría, la eficiencia táctica... eran herramientas que me habían ayudado a escapar, pero no podían hacer nada aquí. No podían salvar a mi hermano.
La desesperación era un océano, y me estaba ahogando.
Y en el fondo de ese océano, hice lo único que me quedaba. Me rendí. Dejé de luchar contra el huésped. Dejé de intentar separar mis pensamientos de los suyos. En lugar de eso, me sumergí en el vínculo, en el canal que nos unía, buscando no respuestas, sino a él.
Umberto.
Proyecté su nombre en el vacío, una llamada silenciosa. Y por primera vez, sentí una respuesta.
No fue una voz. Fue una oleada de sensaciones que no eran mías, pero que reconocí de la Fusión Violenta. Sentí su propia lucha: la frustración de su lógica enfrentada a la "corrupción" de mis emociones. Sentí su determinación, su viaje a través de los túneles, siguiéndome no como un cazador, sino como una aguja de brújula siguiendo su norte.
Y lo más abrumador de todo: sentí su soledad. Era diferente a la mía. La mía era la soledad del paria, del que nunca ha pertenecido. La suya era la soledad del que está en la cima, del que nunca ha podido conectar. Era un abismo frío y ordenado, y por un instante, me dolió como si fuera mío.
En ese momento de conexión, entendí. No me estaba cazando. Me estaba suplicando. Éramos el mismo error, la misma ecuación rota, repetida en dos cuerpos diferentes.
La compasión nació en mi pecho, una emoción tan intensa que me hizo jadear. No era compasión por el enemigo. Era por la única otra alma en el universo que podría, quizás, entenderme.
Y con esa compasión, vino una idea. Una idea terrible y esperanzadora.
Miré a Caelan, moribundo. Mi magia "contaminada" no podía sanarlo. Pero, ¿y si la contaminación era la cura? ¿Y si la Fusión, el equilibrio entre la Ceniza y el Polvo, era la única respuesta?
Era una apuesta desesperada. Un acto de fe en el monstruo que me perseguía.
Cerré los ojos y me concentré de nuevo en el vínculo. Esta vez, no llamé. Respondí.
No envié palabras. Envié sensaciones. Proyecté el dolor ardiente de la herida de Caelan, la frialdad de la roca bajo mis manos, la imagen de su rostro pálido y sudoroso. Y envolviéndolo todo, una pregunta cargada de una urgencia que trascendía el odio y la guerra. Una oferta de tregua.
¿Puedes ayudarme? Si lo haces, te escucharé.
La energía que gasté en el intento me dejó vacía, al borde del colapso. Me acurruqué junto a mi hermano, el último vestigio de mi fuerza desvaneciéndose. Antes de que la oscuridad me reclamara, envié un último fragmento a través del canal, una guía en la negrura, una baliza de dolor.
"No me encuentres", susurré al aire helado, sabiendo que él lo oiría en su mente. "Sabrás dónde estaré. El dolor siempre señala el camino".
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Editado: 26.10.2025