Estaba en el campo de entrenamiento, el aire espeso con el olor a roca húmeda y el ozono agrio de las lámparas de práctica. El complejo subterráneo siempre olía igual: mineral, antiguo, como si respiráramos el aliento fosilizado de la tierra misma. Las paredes de piedra negra sudaban humedad perpetua, y el techo abovedado se perdía en sombras que ninguna lámpara podía alcanzar completamente. El sonido de mi cuchillo de obsidiana raspando contra la piedra de afilar era el único ritmo en un mundo que se preparaba para estallar. Un susurro metálico, hipnótico, que marcaba el tiempo como un reloj de muerte. Raspa, raspa, raspa. Cada pasada eliminaba una fina capa del filo, revelando un borde más agudo, más hambriento. La obsidiana era traicionera: cortaba mejor que cualquier metal, pero se quebraba si no sabías tratarla. Como todo lo valioso en este mundo podrido. Mañana nos enfrentaríamos a los Hombres de Polvo. A sus máquinas que no respiraban ni sangraban. A su silencio perfecto, ese vacío ensordecedor que precedía a la masacre. Habían arrasado la Colonia Occidental en menos de una hora. Trescientas almas. Borradas. Como si nunca hubieran existido, excepto por los Ecos que sus muertes dejaron atrás, fantasmas de terror cristalizados en el aire. Pero mi mente no estaba en ellos. Estaba en ella. En Shiva. En la forma en que su mirada se volvía ausente después de absorber un Eco, como si una parte de su conciencia se quedara atrapada en el recuerdo devorado. En cómo sus manos temblaban después, no de miedo sino de hambre, de esa necesidad creciente que la consumía de adentro hacia afuera. Como una adicta. Como algo que ya no era completamente humano. La última vez, había absorbido el Eco de un niño muriendo. Lo vi en sus ojos cuando regresó a sí misma: terror infantil mezclado con la conciencia adulta de su propia monstruosidad. Durante tres días no habló. Solo miraba sus propias manos como si fueran herramientas ajenas, instrumentos de una crueldad que no podía comprender pero que ejecutaba con perfección escalofriante.
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