—Ahí está —susurró Caelan, su voz tan baja que casi la sentí más que la escuché. Su dedo enguantado señalaba una plataforma elevada en el flanco oriental del complejo—. El Príncipe del Polvo. Mi respiración se detuvo. No conscientemente. Simplemente... dejé de respirar. Lo vi. Y el mundo no se detuvo, no de la forma dramática que describen las canciones. No hubo un Eco ancestral resonando en mi médula, ni un latido del destino marcando el momento. Solo... silencio. Pero no el silencio ordinario. Esto era diferente. Fundamental. En medio del ruido constante de mi mente —los susurros de los muertos que había absorbido, cientos de voces superpuestas compartiendo sus últimos pensamientos; el dolor de mil vidas ajenas cosidas a mi consciencia como cicatrices; el zumbido perpetuo de la Ceniza en mis venas cantando su canción de fiebre y transformación— de repente... nada. Como si alguien hubiera apagado una radio que llevaba años transmitiendo estática directamente a mi cerebro. El silencio fue tan abrupto, tan completo, que por un segundo pensé que me había quedado sorda. Que algo había roto dentro de mi cráneo. Me llevé una mano temblorosa a la oreja, esperando encontrar sangre, pero solo había el frío familiar de mi propia piel demasiado caliente. No era sordera. Era ausencia.
La biblioteca en Booknet es una lista útil de libros, donde puede:
guardar sus libros favoritos
ver fácilmente las actualizaciones de todos los libros de la biblioteca
estar al tanto de las nuevas reseñas en los libros
Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.