2.1: El Debate sobre Shiva

"Es demasiado arriesgado", dijo un Anciano —Torus, creo, aunque todos se veían iguales con sus túnicas grises y rostros demacrados—, su voz un susurro de polvo y años acumulados. "Enviar a la... anomalía... tan cerca de su tecnología es invitar al desastre".
Anomalía. Ni siquiera podían usar mi nombre. Como si pronunciarlo les diera demasiado poder, como si reconocer mi humanidad hiciera más difícil sacrificarme cuando el momento llegara.
"La chica es inestable", continuó Torus, gesticulando hacia mí con dedos nudosos como raíces. "Hemos documentado diecisiete incidentes de pérdida de control en los últimos seis ciclos lunares. Diecisiete. Y esos son solo los que sabemos. ¿Cuántos más oculta?"
Una murmuración recorrió la sala. Miradas acusatorias se clavaron en mí como alfileres en un insecto de colección. Quise gritar que esos "incidentes" habían salvado vidas, que cada vez que había perdido el control había sido porque estaba absorbiendo suficiente dolor ajeno como para romper a cualquiera. Pero mi voz no importaba aquí. Yo era el tema de discusión, no un participante en ella.
"Además", Torus se inclinó hacia adelante, su expresión endureciéndose, "su presencia podría atraer exactamente el tipo de atención que buscamos evitar. Los Hombres de Polvo han estado buscando anomalías energéticas desde la Masacre de la Colonia Occidental. Si detectan su firma..."
"El desastre ya está aquí", interrumpió el General Kaelen, su voz cortando el aire como un cuchillo a través de seda podrida. Se puso de pie con un movimiento fluido que desmentía sus cincuenta años de combate, sus manos —manos que habían estrangulado a hombres y firmado sentencias de muerte con la misma eficiencia— golpeando la superficie del mapa de piedra tallada que dominaba la mesa central.