El mapa era una obra de arte y de horror: cada túnel, cada cámara, cada asentamiento de nuestro mundo subterráneo meticulosamente grabado en basalto negro. Y avanzando desde el norte como una mancha de cáncer, marcas rojas denotaban el progreso de la Máquina de Limpieza del Polvo.
"La Máquina de Limpieza avanza diez metros cada ciclo", dijo Kaelen, su dedo trazando esa línea roja inexorable. "No está limpiando la Ceniza. La está matando. Está matando nuestro mundo, nuestras fuentes de alimento, nuestros cultivos de hongos, los líquenes bioluminiscentes que nos dan luz. Todo lo que toca se convierte en piedra estéril. Muerta. Y nosotros moriremos con ella si no actuamos".
Marcó un punto en el mapa, profundo en territorio del Polvo. "Necesitamos destruirla. Un solo golpe quirúrgico al núcleo de energía. Pero acercarse es imposible. Sus sensores detectan cualquier firma energética orgánica a kilómetros de distancia. Cualquier firma normal".
Sus ojos, grises como la ceniza después del fuego, se fijaron en mí. "Pero la chica no es normal. Su firma es... caótica. Fragmentada. Los Ecos que ha absorbido la vuelven ilegible para sus sistemas de detección estándar. Es estática. Ruido. Y en ese ruido, podemos esconder a un equipo entero".
Todas las miradas se posaron en mí. Sentí el peso de su evaluación, su desesperación, su esperanza tóxica. Yo era la firma energética impredecible. Yo era la grieta en su lógica de guerra. Yo era la herramienta que usarían y descartarían en un solo movimiento.
"Además", añadió Kaelen, su voz bajando a un tono casi conversacional pero no menos mortal, "si la misión falla, si el equipo es comprometido, la chica se convierte en nuestro activo final. Puede absorber los Ecos de muerte del equipo, ganar sus habilidades, sus conocimientos. Puede convertirse en un escuadrón entero dentro de un solo cuerpo".
#5432 en Novela romántica
#1577 en Fantasía
enemigos a amantes, romantasy, ciencia ficción post-apocalíptica
Editado: 26.10.2025