Hombres de ceniza (romantasy-concurso)

2.4: La Intervención de Caelan

"Yo iré con ella", dijo una voz firme a mi lado, resonando en la cámara de piedra con una autoridad que no venía del rango sino de algo más profundo.
Caelan. Mi hermano. Se había adelantado sin que yo lo notara, materializándose de las sombras donde había estado observando. Su postura era desafiante, su cuerpo —más grande que el mío, más sólido, construido para soportar golpes que me romperían— una muralla entre mí y el Consejo.
Kaelen frunció el ceño, sus cejas juntándose como nubes de tormenta. "Tu lugar está al mando de la defensa del perímetro sur, Caelan. Tenemos informes de actividad del Polvo en ese sector. Necesitamos a nuestros mejores soldados donde más importan".
"Mi lugar está donde ella esté", respondió mi hermano, su tono sin dejar lugar a discusión. No era arrogancia. Era declaración de hecho, como decir que el agua es húmeda o que la piedra es dura. "No como su superior. No como líder de escuadrón. Como su guardia personal. Es mi derecho. Y mi juramento".
Silencio. Un silencio tan denso que podía sentirlo presionar contra mis tímpanos.
Caelan continuó, su voz bajando pero no suavizándose: "Ustedes la están enviando a su muerte. Lo saben. Yo lo sé. Ella lo sabe". Me lanzó una mirada rápida, una disculpa silenciosa. "Al menos permítanle morir con alguien que la ame junto a ella. No sola. No rodeada de extraños que la ven como una herramienta".
Una tensión palpable llenó la sala. Podía saborearla en la parte posterior de mi garganta: ira, resentimiento, respeto reluctante. Algunos de los Ancianos murmuraban entre sí, escandalizados por la franqueza de Caelan. Los Generales se miraban, calculando cómo esta modificación afectaría sus ecuaciones tácticas.
Elara levantó una mano, un gesto pequeño que sin embargo silenciaba toda la cámara. "El vínculo entre hermanos es sagrado", dijo lentamente, como si cada palabra tuviera que ser extraída de algún lugar profundo. "Especialmente cuando uno ha jurado proteger al otro. Negar ese juramento sería invitar mala fortuna".
Kaelen finalmente asintió, a regañadientes, como si cada movimiento de su cabeza le costara algo valioso. "Como quieras. Pero el líder del escuadrón es Roric. Sus órdenes se obedecen sin cuestionamiento. Incluso las tuyas, Caelan. Si te ordena que te retires y dejes a la chica, obedeces. ¿Entendido?"
Caelan no respondió de inmediato. La pausa se extendió hasta volverse incómoda. Finalmente: "Entendido, General".
Fue una mentira. Ambos lo sabíamos. Si llegaba el momento, Caelan me elegiría a mí por encima de cualquier orden. Y probablemente moriría por esa elección.




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