Hombres de ceniza (romantasy-concurso)

2.6: La Presentación del Equipo

Más tarde, nos reunimos con el equipo en la armería. El espacio era funcional hasta el punto de brutalidad: paredes cubiertas con armaduras desiguales, armas que mostraban décadas de reparaciones, equipo que había sido usado por soldados muertos y reasignado a los vivos sin ceremonia.
Roric ya estaba allí, revisando su equipo con la meticulosidad de alguien que sabía que un error podía matarte. Era un veterano, su rostro una máscara de cicatrices y escepticismo. Tenía tal vez cuarenta años, pero la guerra te envejece de formas que no se pueden medir en tiempo. Sus ojos eran duros, del tipo que había visto demasiados compañeros morir y había dejado de aprender sus nombres para evitar el dolor.
Me miró como si yo fuera un explosivo inestable que se veía obligado a llevar en su mochila. Sin disimulo. Sin cortesía. Solo evaluación clínica.
A su lado, una joven técnica llamada Elia jugueteaba nerviosamente con un sensor, sus dedos volando sobre los controles con familiaridad nacida de años de entrenamiento. Era pequeña, probablemente más joven que yo, con cabello corto cortado de forma práctica y ojos que brillaban con una curiosidad voraz.
Sus ojos encontraron los míos, y en lugar de apartarlos rápidamente con miedo como la mayoría hacía, se quedaron. Me estudió. No con hostilidad, sino con una fascinación que me aterró más que cualquier odio abierto.
Porque el odio podía ser entendido. El odio tenía límites. La fascinación no.
"Entonces eres tú", dijo, su voz aguda y joven. "La Devoradora de Almas. He leído los informes sobre tu fisiología. Tu canal es único, ¿sabes? La forma en que metabolizas energía psíquica desafía todos nuestros modelos actuales de cómo funcionan los dones. Teóricamente, no deberías ser posible".
"Elia", advirtió Roric. "Concéntrate en el equipo".
"Disculpa. Es solo que es... fascinante". Me sonrió. Fue una sonrisa genuina, sin malicia. Y eso, de alguna forma, era peor.
El resto del equipo se presentó con menos palabras. Jax, el explorador: un hombre delgado con movimientos fluidos que hablaban de años navegando túneles oscuros. Sus ojos eran inquietos, siempre buscando salidas, siempre calculando rutas de escape. Supervivencia era su religión.
Y Caelan, de pie un poco apartado del grupo, una tormenta contenida en un cuerpo humano. Su equipo ya estaba listo —siempre eficiente, siempre preparado— pero no se movía para unirse a los demás. Mantenía distancia deliberadamente, estableciendo que él estaba aquí por mí, no por ellos.
Un equipo fracturado antes de empezar. Unidos solo por necesidad, no por confianza. En combate, eso nos mataría más rápido que cualquier enemigo.




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