Hombres de ceniza (romantasy-concurso)

Capítulo 12: El Encuentro del Destino [Punto de Vista: Umberto Sagan]

Estaba en medio de un túnel sin marcar cuando su llamada me golpeó. No fue un sonido, ni una transmisión. Fue una inyección pura de sensación directamente en mi conciencia.

Sentí el dolor ardiente de una herida mágica como un fuego en mis propias venas. La frialdad de la roca húmeda como un escalofrío en mi espina dorsal. Y su desesperación... era un vacío en mi propio pecho, una súplica tan cruda y potente que hizo que mi lógica se detuviera.

No era una ubicación. Era una herida abierta en el mundo. Y ella me estaba pidiendo que la sanara.

El impulso fue primario, anulando cualquier protocolo. La misión ya no era una cuestión de análisis o estrategia. Era una necesidad.

Su último mensaje fue una baliza. "El dolor siempre señala el camino". Dejé de seguir los mapas de mi HUD. Apagué los sensores geológicos. En su lugar, me concentré en el vínculo, en esa conexión anómala que ahora era mi única brújula. Seguí la sensación de angustia, el eco de su dolor, que se intensificaba con cada paso que daba en la oscuridad.

Mi Sombra Viva, ahora una fusión inestable de oscuridad y tenues destellos de luz ceniza, se arremolinaba a mi alrededor. Ya no era solo una herramienta de sigilo. Se había convertido en una extensión de mis nuevos sentidos, alertándome de peligros ambientales, de criaturas que se escondían en las grietas, permitiéndome moverme como un fantasma a través de un mundo que no era el mío. Era un viaje no a través del espacio, sino a través de nuestra conexión compartida.

Finalmente, la sensación de dolor se hizo casi insoportable. Me llevó a una estrecha grieta en una pared de roca, oculta tras una cascada de musgo bioluminiscente. El aire en la entrada olía a enfermedad, a fiebre y a una desesperación tan densa que casi podía saborearla.

Desactivé mi campo de sigilo y me deslicé dentro.

La escena que me recibió me detuvo en seco. Era íntima y desgarradora.

Shiva estaba allí, acurrucada contra un hombre joven, su hermano, supuse. Su piel estaba pálida, marcada por la necrosis mágica que yo había sentido a través del vínculo. Ella parecía estar semiconsciente, su cuerpo temblando por el frío y el agotamiento. Una capa de Sombra Viva, débil y parpadeante, la envolvía como un manto raído, un último esfuerzo de su poder para protegerlos.

En ese momento, no vi a la Aberración. No vi a la feroz guerrera del campamento. Vi a una joven aterrada, protegiendo lo único que le quedaba en el mundo. Y mi corazón, un órgano entrenado durante toda una vida para no sentir, dio un vuelco doloroso.

Avancé lentamente, mis botas no haciendo ningún ruido en el suelo de piedra. Me arrodillé a su lado.

Mi mano, enfundada en el guante tecnológico de mi armadura, se detuvo a centímetros de su brazo. La Sombra Viva que la rodeaba se agitó débilmente, como un animal asustado. Pero no me atacó. Reconoció mi esencia. La otra mitad de sí misma.

Extendí los dedos y, por primera vez, la toqué.

No fue un agarre de captura. No fue un movimiento táctico. Fue un contacto suave, casi reverencial, en su hombro. Un gesto que decía: Estoy aquí. No estás sola.

Ella se estremeció bajo mi contacto, un murmullo escapando de sus labios en su sueño inquieto.

"Shiva", susurré, y mi propia voz me sorprendió. Estaba despojada de toda frialdad, de toda autoridad. Era extrañamente suave. Vulnerable.

"He venido".




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