Hombres de ceniza (romantasy-concurso)

12.1: La Herida Invisible [Punto de Vista: Fusionado]

El mundo se desvaneció. En el espacio entre un latido y otro, en el umbral donde la mirada de él encontró la inconsciencia de ella, no hubo túnel, ni frío, ni guerra. Solo un puente que se tendió en el silencio, y dos corrientes de ser que se mezclaron por primera vez sin resistencia.

--- SHIVA --- [VISIÓN: Un niño de cabello plateado, solo en una habitación blanca e infinita, trazando ecuaciones de campo oscuro en el aire con un dedo tembloroso. La única mancha de color en su mundo estéril: un dibujo infantil de un sol amarillo, oculto bajo su cama como un tesoro prohibido.] [SENSACIÓN: El peso de una corona de acero invisible, tan pesada que agrieta las vértebras. Una voz paternal, fría como el vacío interestelar, resonando en su mente: "La eficiencia es moralidad." ] [EMOCIÓN: Una soledad tan vasta y profunda que tiene eco.]

--- UMBERTO --- [VISIÓN: Una niña con las rodillas raspadas, riendo a carcajadas bajo un cielo de hongos bioluminiscentes. Un niño mayor, Caelan, le seca las lágrimas con un trozo de túnica, su rostro una mezcla de exasperación y amor incondicional. El olor a pan de hongos recién horneado.] [SENSACIÓN: El cosquilleo de la magia de la Ceniza fluyendo por primera vez a través de sus propias venas, cálida, viva y aterradora. La textura de la piedra viva bajo sus palmas, pulsando con una energía que no es caótica, sino simplemente... diferente.] [EMOCIÓN: El dolor agudo y protector de un amor fraternal que siempre fue un ancla y, a veces, una cadena.]

--- FUSIÓN --- [AMBOS VEN, AL UNÍSONO: Un símbolo grabado en un medallón de metal negro que ambos han visto en sus sueños más profundos. No es un símbolo de la Ceniza ni del Polvo. Es un ojo estriado, con una pupila de cristal y una lágrima de obsidiana. Y una palabra, susurrada por una voz que no es de este tiempo, una voz que es a la vez creación y destrucción: "Devastador..." ]

La visión se rompió tan rápido como había llegado.

Shiva despertó de su estupor con un jadeo, sus ojos abiertos de par en par, viendo a Umberto en la entrada de la grieta. Ya no era un extraño. Ya no era el enemigo. Era el niño de la habitación blanca.

Umberto dio un paso atrás, aturdido, su mano en el pecho como si hubiera recibido un golpe. Acababa de sentir, por una fracción de segundo, lo que era ser amado incondicionalmente. Fue más desconcertante que cualquier tecnología que hubiera conocido.

Sus miradas se encontraron, ahora en la cruda realidad de la caverna. No hubo necesidad de palabras. El puente estaba tendido.

La pregunta ya no era "¿quién eres tú?".

Era "¿qué hemos empezado a ser juntos?".




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