En las profundidades donde la roca canta con la presión de las edades, el nuevo latido se sintió como un segundo sol naciendo en las entrañas del mundo. No era el tambor guerrero de la Ceniza, ni el zumbido estéril del Polvo. Era un ritmo nuevo, una sinfonía de creación y control que no se había escuchado desde el principio de los tiempos. Y las Bestias Silentes, que no tenían ojos pero lo veían todo, alzaron la cabeza.
Los Hongos Cantores, cuyos racimos bioluminiscentes mantenían la estabilidad psíquica de las profundidades con sus melodías calmantes, cambiaron su tono abruptamente. Su canto pasó de un murmullo armónico a una nota aguda y urgente, una alarma orgánica que se propagó por los túneles como una onda de choque sónica.
Más abajo, los Gusanos de Roca, criaturas ciegas que se alimentaban de minerales y digerían los Ecos residuales como si fueran nutrientes, detuvieron su lento avance. En un pánico instintivo, comenzaron a excavar frenéticamente hacia la superficie, huyendo de la fuente de energía nueva. Para ellos, sabía a un "vacío que crea", una paradoja existencial que sus mentes primordiales no podían procesar.
Incluso las Arañas de Sombra, depredadores que tejían redes de silencio para atrapar sonidos y almas descarriadas, se volvieron hiperactivas. Sus telas, normalmente invisibles, comenzaron a brillar con un patrón intermitente de plata y negro, el mismo de la energía fusionada, como si intentaran desesperadamente copiarla o contenerla.
Pero la reacción más profunda ocurrió en una cámara sellada por flujos de lava milenarios. Allí, algo que había dormido desde la Guerra Antigua se agitó. No era el gran Vacío. Era un Centinela. Una bestia de piedra viva y metal orgánico, creada como un guardián fallido en los primeros días del Protocolo Quimera.
Tenía la forma de un gran felino, su cuerpo hecho de basalto pulido y venas de cobre que brillaban con una luz interna. Un ojo era un cristal de Ceniza pura, ardiendo con una energía dorada. El otro era un núcleo de Sombra Viva solidificada, un abismo en miniatura. Su programación primaria, latente durante eones, se activó al detectar la firma inconfundible de una Fusión Alfa estable. Su directiva era simple, absoluta e implacable: "Contener o eliminar la anomalía".
El Centinela no era malvado. Era una fuerza de la naturaleza. Una respuesta inmunológica del planeta hacia lo que percibía como una amenaza existencial a su frágil equilibrio.
La conciencia colectiva de las Bestias Silentes, una inteligencia de enjambre formada por millones de microorganismos que habitaban la roca misma, procesó el evento. No con palabras, sino con arquetipos puros, con verdades que se filtraron en los Ecos más profundos del planeta. Un mensaje simple y aterrador que, en la superficie, un sanador sensible podría llegar a sentir como un escalofrío en la espalda.
Los Dos-Que-Son-Uno han despertado.
El Centinela camina.
La Purificación ha comenzado.
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Editado: 26.10.2025