Hombres de ceniza (romantasy-concurso)

 Capítulo 14.5: La Caza del Centinela [Punto de Vista: Umberto Sagan]

Corrimos. El eco de nuestra batalla contra los soldados de la Ceniza se desvaneció detrás de nosotros, reemplazado por el sonido de nuestra propia respiración agitada y el golpeteo de nuestras botas contra la roca antigua. La adrenalina aún cantaba en mis venas, una melodía aguda sobre el bajo constante del dolor en mi brazo.

"Por aquí", dije, tirando suavemente de la mano de Shiva para guiarla por un túnel lateral que mis sensores marcaban como estructuralmente estable. "Nos dará algo de ventaja".

"¿Ventaja contra quién?", preguntó ella, su voz un susurro tenso. "Kaelen enviará más".

"No me refiero a ellos", respondí, deteniéndome en la penumbra. "Sentí la alarma que activamos. La del Protocolo de Contención. No era una señal para tu gente. Era... algo más. Una respuesta del propio planeta".

Antes de que pudiera terminar, el suelo tembló. No fue un temblor sísmico. Fue un paso. Un paso pesado, resonante, que hizo vibrar la roca hasta nuestros huesos.

Del fondo del túnel, dos puntos de luz aparecieron en la oscuridad. Uno, un cristal dorado que ardía con la energía pura de la Ceniza. El otro, un núcleo de Sombra Viva solidificada, un abismo en miniatura.

La criatura emergió a la luz. Era una bestia del tamaño de un depredador de la Era Antigua, un gran felino hecho de basalto pulido y venas de cobre que brillaban con una luz interna. Se movía con una gracia imposible para su tamaño, cada paso silencioso y deliberado. El Centinela. El guardián fallido del Protocolo Quimera.

"Análisis", susurró la voz de Shiva en mi mente, una perfecta imitación de mi propia lógica. Nuestro vínculo, me di cuenta. Está aprendiendo.

"Es un mecanismo de contención", respondí por el mismo canal, mi propia voz teñida de una urgencia que no era puramente táctica. "Su directiva es simple: eliminar la anomalía. Nosotros".

El Centinela no rugió. Inclinó la cabeza, sus ojos dispares fijándose en nosotros, y luego cargó.

La batalla fue una pesadilla de lógica y caos. Mis disparos de energía de Sombra se disipaban inofensivamente contra su piel de piedra. Los hechizos de Ceniza de Shiva, fragmentos de roca afilada que ella lanzaba, rebotaban en su armazón metálico.

"¡No podemos penetrar su coraza!", gritó ella, esquivando una garra que dejó surcos de medio metro en la pared.

"Sus movimientos no son aleatorios", analicé, mi mente trabajando a toda velocidad. "Sigue un patrón de ataque predictivo. Izquierda, derecha, embestida central. Repite cada tres ciclos".

"¡No me sirve de nada saber su rutina de baile si no podemos hacerle daño!", replicó ella, su sarcasmo afilado incluso en medio del combate.

Fue entonces cuando lo vi. Una de las venas de cobre en su hombro brillaba con más intensidad que las otras. Un conducto de energía principal.

"¡El hombro izquierdo!", le transmití. "Es su nexo de poder. Si podemos sobrecargarlo...".

"¿Con qué? ¿Buenos deseos?", jadeó ella.

El Centinela se preparó para otra embestida, esta vez directamente hacia mí. No había tiempo.

"¡Shiva, ahora!", grité.

No sé qué esperaba que hiciera. Pero lo que hizo desafió toda lógica.

En lugar de atacar, corrió hacia la bestia. En el último segundo, esquivó la embestida y, en un movimiento fluido y desesperado, colocó su palma directamente sobre el conducto de cobre brillante.

"¡No! ¡La energía te matará!", grité, el pánico una sensación extraña y desagradable.

Pero no estaba atacando. No estaba absorbiendo. Estaba... escuchando.

A través de nuestro vínculo, sentí lo que ella sentía. No era solo energía. Era información. Un torrente de código antiguo, la programación del Centinela. Y el poder de Shiva, su don para absorber Ecos, estaba haciendo algo nuevo. No estaba absorbiendo el alma de la máquina. La estaba leyendo. La estaba... hackeando.

Por una fracción de segundo, la luz en los ojos del Centinela parpadeó. Su cuerpo de piedra se agarrotó, confundido, su protocolo de ataque interrumpido por una directiva que no entendía.

Fue la apertura que necesitaba.

Canalicé mi Sombra Viva, no como un escudo, sino como una aguja. Un pulso concentrado de energía oscura que golpeó el conducto de cobre justo donde la mano de Shiva lo había desestabilizado.

Hubo un sonido agudo, como cristal rompiéndose. La vena de cobre se sobrecargó y estalló en una lluvia de chispas. El Centinela se tambaleó, uno de sus ojos apagándose. Luego, con un gemido que sonó como el de una montaña derrumbándose, se desplomó, inerte.

Shiva cayó de rodillas, jadeando, su mano temblando. Corrí hacia ella.

"¿Estás bien?", pregunté, mi voz cargada de una preocupación que ya no intentaba ocultar.

Ella levantó la vista, sus ojos muy abiertos, una mezcla de terror y asombro.

"Lo sentí, Umberto", susurró. "Su código. Su... mente. Pude... pude tocarlo".

La miré, y por primera vez, el verdadero alcance de lo que éramos comenzó a tomar forma en mi mente. No éramos solo la unión de dos poderes. Éramos el nacimiento de un nuevo lenguaje. Uno que podía hablar tanto con las almas como con las máquinas.

Y esa comprensión, esa nueva y aterradora posibilidad, era mucho más peligrosa que cualquier bestia de piedra.




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