El silencio en los laboratorios Quimera era diferente al del Rescoldo. No era un silencio vivo, lleno de los susurros de la roca y los Ecos distantes. Era un silencio muerto. El silencio de una tumba.
Habíamos llegado. La puerta con la inscripción "PROTOTIPOS ALFA" se alzaba frente a nosotros, una lápida para un pasado que apenas empezábamos a desenterrar. Pero después de la batalla con el Centinela, el agotamiento nos pesaba más que cualquier misterio.
"Tenemos que descansar", dijo Umberto, su voz rompiendo el silencio opresivo. Se apoyó contra una pared, su respiración todavía un poco agitada. La herida en su brazo, aunque vendada, claramente le dolía.
Asentí. Encontramos un pequeño cuarto de observación, probablemente usado por los científicos de la Era Antigua. El aire era estéril, pero era seguro. Nos sentamos en el suelo, el uno frente al otro, la puerta sellada detrás de nosotros. Por primera vez en lo que parecieron ciclos, no estábamos huyendo. No estábamos luchando. Solo estábamos... nosotros.
El silencio se extendió, pero ya no era incómodo. Era un espacio que podíamos llenar.
"¿En qué piensas?", pregunté en voz baja, rompiendo la quietud.
Él tardó un momento en responder, su mirada perdida en la oscuridad. "En un dibujo", dijo finalmente, su voz sorprendentemente suave. "Cuando era niño, tenía un dibujo de un sol amarillo. Lo escondía bajo mi cama. Mi padre me enseñó que el sol era una estrella violenta y caótica, un símbolo de la destrucción que había consumido nuestro mundo original. Pero para mí... era cálido. Era una promesa".
Lo miré, y por primera vez, no vi al Príncipe del Polvo. Vi al niño de la habitación blanca, el que había sentido en el vínculo, trazando ecuaciones en el aire, soñando en secreto con un sol que nunca había visto.
"Yo soñaba con el silencio", confesé, mi propia voz un susurro. "Un lugar donde los Ecos no pudieran alcanzarme. Donde no tuviera que escuchar el dolor de todos los demás. Donde pudiera escuchar mi propia voz".
Él asintió, comprendiendo. "El peso de tu don... es incalculable".
"No es un don", repliqué, el viejo dolor resurgiendo. "Es una maldición. Una profanación. Eso es lo que siempre me han dicho".
"Se equivocan", dijo él, con una certeza que me desarmó. Se movió, acercándose un poco más. La distancia entre nosotros se redujo a apenas un palmo. "Tu poder no es una maldición. Es un lenguaje. Uno que yo estoy empezando a entender".
Su proximidad era abrumadora. Podía sentir el zumbido de su Sombra Viva, ahora mezclado con el tenue resplandor de la Ceniza que había absorbido de mí. Podía oler el ozono de su tecnología y, debajo de eso, algo más, algo puramente suyo.
"Umberto...", empecé, sin saber qué iba a decir.
Él levantó una mano, no para tocarme, sino para detener mis palabras. Sus ojos grises, ahora fijos en los míos, estaban llenos de una intensidad que me hizo contener la respiración.
"Cuando te vi en esa cornisa", dijo, su voz apenas un murmullo, "mi sistema registró una anomalía. Una paradoja. Pero yo... yo sentí un reconocimiento. Como encontrar la única pieza que faltaba en un rompecabezas infinito".
Se inclinó hacia mí, lento, deliberado. El mundo se redujo a su rostro, a la curva de sus labios, al universo contenido en su mirada. El aire se cargó de una tensión que no era de batalla, sino de algo mucho más antiguo y peligroso.
Mi corazón martilleaba contra mis costillas. La voz lógica en mi cabeza, el eco de la suya, gritaba: Peligro. Proximidad inaceptable. Riesgo de compromiso emocional. Pero mi propio cuerpo, la Ceniza en mis venas, se inclinaba hacia él, anhelando el contacto.
Sus labios estaban a milímetros de los míos. Podía sentir su aliento, cálido contra mi piel. Iba a besarme. Y yo iba a dejarlo.
Pero entonces, sus ojos se desviaron hacia la puerta que conducía a la cámara de los Prototipos. La tensión se rompió. Se apartó, el movimiento brusco, como si se hubiera quemado.
"Tenemos una misión", dijo, su voz ronca, la máscara del Príncipe volviendo a su lugar.
Asentí, mi garganta demasiado seca para hablar. El momento se había ido.
Pero la pregunta que había nacido en ese silencio cargado permaneció. La pregunta que ambos nos hacíamos ahora.
¿Y si al fusionarnos, al convertirnos en la solución, nos perdíamos el uno al otro para siempre? ¿Y si "nosotros" no incluía a "tú" y a "yo"?
El miedo a la aniquilación a manos del Devastador era una cosa. Pero este nuevo miedo, el miedo a perder al único ser en el universo que empezaba a entenderme, era infinitamente peor.
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Editado: 26.10.2025