El estruendo de la batalla entre el Centinela y nuestros perseguidores se desvaneció detrás de nosotros, un eco distante que nos compraba un tiempo precioso. Nos adentramos en túneles que ni siquiera los mapas más antiguos del Rescoldo se atrevían a registrar. La arquitectura natural de las cavernas daba paso a estructuras antediluvianas, pasillos de metal pulido que absorbían la luz y el sonido.
"Este lugar...", susurró Shiva, su mano rozando una pared grabada con circuitos que parecían venas. "No fue construido por nuestra gente. Ni por la tuya".
"No", respondí, mis propios sensores luchando por identificar las aleaciones. "Esto es más antiguo. Parte de la infraestructura original del Protocolo Quimera. Rutas de servicio, probablemente".
El dolor en mi pecho, la manifestación física de nuestro vínculo, se había convertido en una brújula. Un dolor sordo cuando estábamos cerca, una punzada aguda si nos separábamos demasiado. Era una cadena, pero también un sistema de alerta. Y en ese momento, la cadena se tensó.
"Alto", dije, deteniéndome en seco.
Shiva se giró, su mano ya en la empuñadura de su cuchillo. "¿Qué pasa?".
"Silencio". Me concentré, filtrando los sonidos ambientales. No había nada. Y ese era el problema. El goteo constante de agua se había detenido. El zumbido de los cristales de energía en las paredes se había apagado. Era un silencio antinatural. Un silencio cazador.
Están aquí, proyectó Shiva en mi mente, su pensamiento una punzada de alarma.
No son los Vigías, respondí, analizando el patrón. Su movimiento es demasiado... sincronizado. Demasiado perfecto.
De las sombras, emergieron. Tres figuras. Sus armaduras eran de un gris mate que parecía devorar la luz, sin un solo rasguño, sin un solo adorno. Se movían con una sincronía robótica, sus rifles de energía levantándose al unísono. Los Cazadores de Sombras. La élite de Valerius.
No hablaron. No hubo advertencias ni demandas de rendición. Su protocolo era simple: eficiencia.
El primero disparó. El rayo de energía no era un pulso caótico, sino un haz concentrado diseñado para neutralizar la Sombra Viva. Me moví, interponiendo un escudo de mi propia Sombra, pero el impacto fue como un martillo. La energía pura, sin la "corrupción" de la Ceniza, era difícil de desviar. Me hizo retroceder, el esfuerzo enviando una oleada de dolor a través del vínculo.
Shiva gritó, no de dolor, sino de rabia. Lanzó un hechizo, una ráfaga de aire comprimido cargado de Ceniza. Pero los Cazadores se movieron como uno solo, esquivando el ataque con una agilidad inhumana. No eran solo soldados; eran máquinas de matar.
"No podemos vencerlos en un enfrentamiento directo", analicé, mi mente táctica luchando contra el dolor. "Están diseñados para contrarrestar mis habilidades. Y son inmunes a las tuyas a nivel emocional. No tienen Ecos que puedas absorber".
Entonces no atacamos sus mentes, respondió Shiva, su pensamiento afilado como la obsidiana. Atacamos sus cuerpos.
Fue una idea brutal y desesperada. Los Cazadores eran humanos, pero sus mentes habían sido "limpiadas". ¿Qué pasaría si se las devolvieran?
"¡Distráelos!", gritó ella.
Entendí al instante. Canalicé mi Sombra, no como un arma, sino como un espejismo. Creé docenas de copias ilusorias de nosotros mismos, corriendo en todas direcciones por los pasillos. Por una fracción de segundo, la perfecta sincronía de los Cazadores se rompió. Dudaron, sus sensores intentando discernir el objetivo real.
Fue todo el tiempo que Shiva necesitó.
Cerró los ojos y extendió las manos. No tiró de un Eco. Empujó.
A través de nuestro vínculo, sentí lo que estaba haciendo. Estaba buscando en su propia memoria, en el vasto océano de almas que había absorbido a lo largo de los años, y seleccionando los Ecos más puros y potentes: el terror de un niño perdido, la agonía de un amante traicionado, la furia de un guerrero caído. Y luego, los lanzó.
No como un ataque, sino como una transmisión. Una bomba psíquica de pura y abrumadora emoción.
Los Cazadores de Sombras se desplomaron.
Sus cuerpos se convulsionaron, sus rifles cayendo al suelo. Sus cascos, diseñados para filtrar datos, no tenían defensa contra un torrente de sentimientos puros. A través de sus comunicadores, por primera vez, escuché sus voces. No eran órdenes. Eran gritos. Gritos de hombres cuyas mentes, vaciadas a la fuerza, estaban siendo inundadas por una vida de emociones que no eran suyas.
Uno de ellos se arrancó el casco, sus ojos muy abiertos, llenos de lágrimas y un horror que nunca antes había conocido. "No... no siento...", balbuceó antes de colapsar.
Nos quedamos allí, en el silencio que siguió, jadeando. Shiva se apoyó contra una pared, pálida como la muerte. El esfuerzo la había dejado al borde del colapso.
"Shiva...", empecé, acercándome a ella.
"Estoy bien", mintió, su voz temblorosa. "Pero no podemos quedarnos. Valerius sabrá que sus hombres han caído. Enviará más".
Tenía razón. Habíamos ganado la escaramuza, pero al hacerlo, le habíamos mostrado a nuestro enemigo una nueva forma de luchar contra nosotros. Y sabíamos que Valerius, con su lógica fría y despiadada, adaptaría su estrategia.
La próxima vez, los Cazadores no vendrían con las mentes vacías. Vendrían con escudos psíquicos. O peor aún, con algo que ni siquiera nosotros podíamos prever.
#2065 en Novela romántica
#397 en Fantasía
enemigos a amantes, romantasy, ciencia ficción post-apocalíptica
Editado: 12.11.2025