El silencio que siguió a nuestra huida de los Cazadores de Sombras era casi tan ensordecedor como sus gritos. Nos movíamos por los túneles más profundos, un laberinto de roca y metal antiguo que parecía indiferente a nuestra desesperación. Cada paso era un esfuerzo, cada respiración un recordatorio del precio que había pagado al desatar esa bomba de Ecos. Me sentía vacía, como si una parte de mí se hubiera ido con ellos.
Pero no estaba sola en mi vacío. A mi lado, Umberto se movía con una rigidez que no era natural en él. A través del vínculo, sentía su lucha: su mente lógica intentando procesar el torrente de emociones que había presenciado, su cuerpo luchando contra el dolor de la distancia que se abría entre nosotros.
Las cicatrices en nuestra piel, el mapa de nuestra Fusión, habían empezado a arder. Un dolor sordo y persistente que se intensificaba con cada metro que nos separaba en los estrechos pasajes. Era una cadena invisible, tirando de nosotros, recordándonos que ya no éramos dos.
"Aquí", dijo él, su voz ronca. Señaló una alcoba lateral, una pequeña cueva formada por el derrumbe de una antigua estructura. En su interior, un tenue resplandor emanaba de un filón de cristales de Ceniza incrustados en la pared. "Necesitamos descansar. Estabilizarnos".
Entramos en el refugio improvisado. El aire era más cálido, la luz de los cristales pulsaba con un ritmo suave y familiar. Pero en cuanto nos detuvimos, el dolor se volvió insoportable. Me doblé, agarrándome el pecho, un jadeo escapando de mis labios. Umberto se apoyó contra la pared, su rostro una máscara de dolor controlado.
"El vínculo...", susurré, las palabras apenas audibles. "Se está... desgarrando".
"Es una necesidad física", analizó él, su voz tensa. "La proximidad es necesaria para mantener la estabilidad energética. Como dos imanes que se repelen y se atraen al mismo tiempo".
Nuestras miradas se encontraron a través de la penumbra. Había una pregunta en sus ojos, una mezcla de análisis y una vulnerabilidad que me robó el aliento. Lentamente, se acercó. Cada paso que daba hacia mí, sentía cómo el dolor en mi pecho disminuía, reemplazado por una corriente eléctrica, una tensión de un tipo completamente diferente.
Se detuvo frente a mí, tan cerca que podía sentir el calor que irradiaba su armadura. "Tu piel...", dijo, su voz un murmullo. "...me quema. Pero sin ti, me desmorono".
Levanté una mano temblorosa, no por miedo, sino por una necesidad que no podía nombrar. Mis dedos rozaron el metal frío de su guante. El contacto fue como un relámpago. El dolor se desvaneció, reemplazado por una oleada de alivio tan intensa que casi me hizo caer de rodillas. Él cerró los ojos, un suspiro escapando de sus labios.
"No quiero esto", admití, mi voz quebrada.
"Yo tampoco", respondió él, abriendo los ojos. Su mirada era un océano de conflicto. "Pero no puedo soltarte".
Y en ese momento, el mundo se rompió de nuevo.
No fue una explosión. Fue un susurro. Un coro de voces antiguas y sin cuerpo que llenó la caverna, emanando de los propios cristales de Ceniza. Eran los Vigías del Silencio.
"La Anomalía debe ser purgada", cantaron al unísono, sus voces resonando en la roca. "La Fusión es la antesala de la aniquilación".
Figuras encapuchadas se materializaron desde las sombras, sus túnicas tejidas con la misma Ceniza que nos rodeaba. No llevaban armas, solo su voluntad, una fuerza psíquica que golpeó nuestras mentes como un martillo.
Instintivamente, Umberto y yo nos unimos. No como antes. Esta vez, fue una defensa desesperada. Él levantó un escudo de Sombra Viva, y yo lo infundí con mi Luz de Ceniza. El resultado fue un campo de energía híbrida, un domo de crepúsculo que nos protegió del asalto mental.
Pero dentro del escudo, algo sucedió. La energía fusionada actuó como una lente, enfocando nuestro vínculo. Y por un instante, vi a través de sus ojos y él a través de los míos. Vimos una imagen, no un recuerdo, sino una visión: un lugar en el corazón del planeta, una cámara de energía pura donde un árbol de cristal y luz esperaba. El Corazón del Planeta.
Y entonces, sentí algo más. Un pensamiento que no era mío, ni de Umberto. Un susurro familiar en el borde de mi conciencia.
Hermana...
Caelan. Estaba cerca.
La visión se desvaneció. El asalto de los Vigías cesó tan abruptamente como había comenzado. Las figuras encapuchadas retrocedieron hacia las sombras, sus voces dejando un último eco en el aire. "El Centinela ha caído. La Purificación encontrará otro camino".
Nos quedamos solos, jadeando, el escudo disipándose a nuestro alrededor. La amenaza se había ido, pero nos había dejado un regalo envenenado: la certeza de nuestro destino y la duda de quién nos guiaría hacia él.
"Caelan...", susurré, mi corazón un nudo de esperanza y miedo.
Pero antes de que Umberto pudiera responder, una nueva figura apareció en la entrada de la cueva.
No era un Vigía. No era un Cazador. Era... un reflejo. Un hombre alto, con cabello plateado y ojos que ardían con una luz dorada. Llevaba un uniforme oscuro, pero de sus manos goteaba Sombra Viva. Su rostro era una mezcla imposible de los rasgos de Umberto y los míos.
Nos miró, y una sonrisa que era a la vez familiar y monstruosa se dibujó en sus labios.
"Sujeto Alfa-Mae. Sucesor Sagan", dijo, su voz una distorsión de las nuestras. "El Comandante Valerius os envía sus saludos. El Proyecto Espejo ha sido un éxito".
Sus ojos, un espejo de los míos, se clavaron en mí. Y me sonrieron.
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Editado: 12.11.2025