El mundo se redujo a tres puntos de luz en la oscuridad: los ojos grises y atormentados de Umberto, los míos reflejados en ellos, y el orbe frío que pulsaba en la mano de mi hermano.
Caelan. Su rostro era una máscara de dolor y resolución, una combinación que me heló la sangre más que cualquier amenaza del Polvo.
"Lo siento, hermana", dijo, su voz quebrada por un juramento que yo no entendía. "Pero esto termina aquí".
Activó el Separador.
No hubo una explosión. No hubo un rayo de luz. Hubo un sonido, un canto bajo y disonante que no viajó por el aire, sino a través de nuestro vínculo. Y luego, el dolor.
Fue como si alguien hubiera vertido fuego líquido en las cicatrices de nuestra Fusión. Un ardor insoportable que no quemaba la piel, sino el alma. Grité, o creo que lo hice, y caí de rodillas. A mi lado, escuché a Umberto ahogar un gruñido de agonía. El pulso del Separador estaba diseñado para hacer una sola cosa: desenredar lo que se había unido. Estaba rompiendo el "nosotros".
Pero entonces, en medio del tormento, sentí sus brazos a mi alrededor. Umberto me rodeó desde atrás, su cuerpo temblando contra el mío, apretándome con una fuerza desesperada. No era un gesto de consuelo. Era un acto de pura supervivencia.
"No lo dejes entrar", jadeó, su aliento caliente en mi oído. "Ancla tu mente a la mía. ¡Ahora!".
Instintivamente, lo hice. Me aferré a su presencia en mi mente, a la fría lógica que ahora era mi refugio. Y sentí cómo él hacía lo mismo, aferrándose a la caótica sinfonía de mis Ecos. Al unirnos, al abrazarnos para contrarrestar el pulso, el dolor no desapareció, pero cambió. Se convirtió en un calor insoportable, una sobrecarga de energía que nos conectaba a un nivel más profundo.
"Si muero, que sea contigo, Shiva", susurró, su voz una confesión rota contra mi cabello. "Tu alma es mi ancla, aunque me destruya".
Y en esa declaración, en esa entrega total, la visión regresó. El árbol de cristal en el Corazón del Planeta, brillando con una luz que era a la vez Sombra y Ceniza. Nuestros latidos se sincronizaron con su pulso, un ritmo único y poderoso.
Levantamos la vista. Caelan nos miraba, su rostro una mezcla de horror y asombro al ver que su arma no nos estaba separando, sino forzando una unión más profunda.
"¡Funciona!", gritó uno de los Vigías a su lado. "¡Sigan presionando!".
Pero Caelan dudó. Por una fracción de segundo, vi al hermano que conocía, al niño que me había protegido de las pesadillas.
Esa duda fue nuestro único respiro.
Umberto y yo actuamos como uno solo. Con nuestras manos aún entrelazadas, canalizamos la energía de nuestra Fusión, no hacia afuera, sino hacia adentro, creando un escudo que no bloqueaba, sino que absorbía. La luz y la sombra danzaron a nuestro alrededor, un capullo de crepúsculo que pulsaba con nuestros latidos sincronizados.
El canto del Separador chocó contra nuestro escudo, y el pulso se amplificó, rebotando hacia adentro. Y con él, nuestras emociones. El miedo, el dolor, la desesperación... y algo más. Algo que había estado ardiendo bajo la superficie, esperando una chispa.
Deseo.
Sentí su miedo a perderme, su calor, su necesidad... y lo quise todo. Lo sentí a través del vínculo, una confesión silenciosa que me hizo jadear.
"Siento tu miedo, tu calor...", susurró Umberto, su voz apenas audible sobre el zumbido del orbe, su rostro enterrado en mi hombro. "...y lo quiero todo".
El mundo exterior se desvaneció. Solo éramos él y yo, atrapados en una tormenta de poder y deseo prohibido.
La sobrecarga fue demasiado para el Sujeto Espejo, que todavía se retorcía en el suelo. Con un último grito de estática, "¡Perfección... perdida!", su forma se disolvió en una nube de polvo gris e inerte.
La distracción nos dio una oportunidad. Rompimos el escudo y, envueltos en una ráfaga de Sombra y Ceniza, nos lanzamos hacia el túnel más cercano, huyendo no solo de los Vigías, sino de la intensidad de lo que acabábamos de sentir.
Mientras corríamos, miré hacia atrás. Vi a Caelan, de pie, el Separador ahora inactivo en su mano. Los Vigías lo estaban rodeando, sus rostros encapuchados vueltos hacia él, sus posturas acusadoras.
Y escuché su último pensamiento proyectado hacia mí, una mezcla de arrepentimiento y una advertencia final.
"Perdóname...".
El eco del árbol de cristal resonó en mi mente, no como una visión, sino como una guía, un camino que se abría en la oscuridad.
Nos adentramos en lo desconocido, mi mano firmemente sujeta a la de Umberto. El dolor de la separación había sido reemplazado por el terror de nuestra conexión.
Si esto es amor, pensé, mientras el túnel nos tragaba por completo, que me consuma.
#2065 en Novela romántica
#397 en Fantasía
enemigos a amantes, romantasy, ciencia ficción post-apocalíptica
Editado: 12.11.2025