Hombres de ceniza (romantasy-concurso)

Capítulo 31: El Eco del Deseo [Punto de Vista: Shiva Mae]

Corrimos. La palabra de Caelan, "Perdóname", era un fantasma que nos perseguía por los túneles oscuros, más rápido que cualquier Vigía. El eco del árbol de cristal en nuestra mente era nuestra única brújula, un faro que nos guiaba hacia las entrañas del planeta, hacia el Corazón del Mundo.

Pero el cuerpo tiene sus límites, incluso cuando el alma está en llamas.

La energía que habíamos gastado en la batalla, en la Fusión, en la huida... finalmente nos pasó factura. Mis piernas fallaron primero. Tropecé, y habría caído de bruces sobre la roca si los brazos de Umberto no me hubieran rodeado, deteniéndome.

"Shiva", jadeó, su voz ronca.

"No puedo... no puedo más", susurré, mi cuerpo temblando incontrolablemente. El agotamiento era un veneno, y la distancia que habíamos creado entre nosotros, aunque fuera de unos pocos pasos, había reavivado el fuego helado en nuestras cicatrices de Fusión.

Él me sostuvo, su agarre firme. "Aquí", dijo, guiándome hacia una pequeña alcoba, apenas un hueco en la pared del túnel. "Solo... solo un momento".

Colapsamos juntos en el espacio reducido. No había forma de mantener la distancia. Me apoyé contra la pared, y él se deslizó hasta quedar sentado frente a mí, nuestras rodillas casi tocándose. El simple hecho de estar cerca alivió el ardor de las cicatrices, pero lo reemplazó con una tensión de un tipo completamente diferente.

En la penumbra, iluminados solo por el tenue brillo de nuestras propias cicatrices, podía ver el agotamiento en su rostro. Las líneas de control alrededor de sus ojos se habían suavizado, revelando al hombre debajo del príncipe. Sus ojos grises, normalmente un océano de lógica fría, ahora eran una tormenta de emociones contenidas.

"No puedo resistirte más, Shiva", susurró, su voz tan baja que casi fue un pensamiento. "Cada latido tuyo me arrastra más profundo".

Su confesión fue como una chispa en un polvorín. El aire se volvió denso, pesado, cargado con todo lo que no habíamos dicho, con todo lo que habíamos sentido. El deseo que el Separador había amplificado no se había ido. Solo había estado esperando.

Levanté una mano, mis dedos temblando. Tracé la línea de su mandíbula, sintiendo la piel áspera por la falta de afeitado, una imperfección tan humana que me robó el aliento. Sus dedos trazaron mi piel como llamas silenciosas, un tormento que anhelaba. Mi corazón se aceleró, un tambor salvaje contra mis costillas.

"Umberto...", mi voz era un hilo.

Él se inclinó, cerrando la poca distancia que quedaba. "Te deseo, aunque nos destruya", murmuró contra mis labios.

Y entonces, el mundo se rompió.

No fue la voz de Caelan. No fue un Vigía. Fue un eco. Un eco del Espejo, el último grito de su existencia disuelta, rebotando en las paredes de nuestra mente.

¡Perfección... perdida!

El grito psíquico fue una onda de choque. Nos separó, el momento íntimo destrozado. El casi-beso, la promesa de un instante de paz, se desvaneció en el aire.

"¿Qué ha sido eso?", jadeé, mi mano en el pecho, donde el vínculo ahora vibraba con alarma.

"Un eco residual", analizó Umberto, su máscara de control volviendo a su lugar, aunque sus ojos todavía ardían. "La energía de su disolución... ha desestabilizado el túnel".

Como para confirmar sus palabras, el suelo tembló. El techo sobre nosotros crujió, y una lluvia de polvo y pequeñas rocas cayó a nuestro alrededor.

"Tenemos que movernos", dijo, poniéndose en pie y ofreciéndome una mano. "Ahora".

Tomé su mano, el contacto ahora puramente funcional, la magia del momento rota. Pero mientras nos adentrábamos de nuevo en la oscuridad, huyendo del túnel que se derrumbaba detrás de nosotros, un pensamiento se apoderó de mí.

El eco del Espejo nos había interrumpido. Nos había salvado de un precipicio del que quizás no habríamos regresado.

Pero mientras sentía el calor de la mano de Umberto en la mía, una parte de mí, una parte que me aterraba y me emocionaba a partes iguales, deseó con todas sus fuerzas habernos caído.




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