El mundo se contrajo hasta quedar reducido a la figura de mi hermano en la entrada del túnel. Caelan. Su rostro, que una vez fue mi refugio, ahora era el de un extraño, endurecido por un deber que yo no podía comprender. Y en su mano, el orbe del Separador pulsaba con una luz fría que prometía deshacer mi alma.
"Caelan, no lo hagas", supliqué, mi voz un susurro roto. A mi lado, sentí a Umberto ponerse tenso, su cuerpo convirtiéndose en un escudo frente a mí.
"No tienes que hacer esto", dijo Umberto, su voz tranquila y cortante como el hielo. Era la voz del Príncipe del Polvo, el estratega, pero debajo de ella, sentí una corriente de furia protectora a través de nuestro vínculo. Una furia que era por mí.
"Sí que tengo que hacerlo", respondió Caelan, dando un paso hacia nosotros. "Ustedes no lo entienden. Su unión... el Protocolo Quimera... es el preludio del verdadero Devastador. No es un monstruo, es un evento. Una singularidad que borrará la realidad. Los Vigías lo saben. Nuestros ancestros lo sabían".
"Nuestros ancestros tuvieron miedo", repliqué, poniéndome en pie, mi propia ira comenzando a arder. "Miedo de algo que no podían controlar. ¿Y tú, hermano? ¿Te has convertido en su eco? ¿En un carcelero de su miedo?".
El dolor cruzó su rostro, una grieta en su máscara de resolución. "Hago esto para protegerte. Para proteger a todos. Es el juramento que hice".
"¡Tu juramento era conmigo!", grité, el sentimiento de traición un sabor amargo en mi boca.
"Mi juramento es con el mundo", dijo, levantando el orbe. "Y el mundo no puede sobrevivir a vuestro amor".
La palabra "amor" quedó suspendida en el aire, una verdad que ninguno de nosotros se había atrevido a nombrar en voz alta. El impacto de ella fue más potente que cualquier arma. Sentí a Umberto estremecerse a mi lado.
Y entonces, Caelan activó el Separador.
El canto disonante llenó la cueva de nuevo, pero esta vez fue diferente. Más fuerte. Más enfocado. El dolor fue instantáneo y cegador. Era como si miles de agujas de hielo estuvieran desgarrando el vínculo desde dentro, deshilachando el tejido de nuestro "nosotros".
Caí de rodillas, gritando. Umberto rugió de dolor, su Sombra Viva parpadeando inestablemente a su alrededor.
"¡Lucha, Shiva!", proyectó en mi mente, su pensamiento un faro en la tormenta de dolor. "¡Ancla tu mente a la mía! ¡No dejes que nos separe!".
Pero era demasiado. El poder del artefacto, diseñado por los mismos creadores del Protocolo Quimera, era absoluto. Sentí cómo la lógica de Umberto se desvanecía de mi mente, cómo su calor se enfriaba. Sentí cómo el silencio, mi viejo y odiado compañero, comenzaba a regresar.
Y en ese momento de debilidad, la voz de Caelan resonó, no en el aire, sino en mi cabeza. Un truco que le había enseñado cuando éramos niños, una forma de susurrar a través de los Ecos.
"Lo siento, hermana. Pero es la única manera. Theron me lo prometió. Serás libre. Volverás a ser solo tú".
La comprensión me golpeó con la fuerza de un derrumbe. Esto no era solo un ataque. Era un rescate retorcido. Él creía que me estaba salvando.
Y esa comprensión me dio la fuerza que necesitaba.
"No", susurré, levantando la vista, mis ojos llenos de lágrimas de rabia y dolor. "No quiero volver a estar sola".
Me concentré, no en luchar contra el Separador, sino en hacer lo contrario. Me sumergí en el vínculo. Me entregué a él por completo, buscando la esencia de Umberto en medio del caos. Y la encontré.
Nuestras mentes se tocaron, y en ese instante, no hubo lógica ni emoción. Solo una decisión unificada.
Juntos, liberamos nuestra Fusión.
No fue un escudo. No fue un arma. Fue una declaración. Una onda de energía pura, de Sombra y Ceniza en perfecto equilibrio, que no se expandió hacia afuera, sino que implosionó hacia adentro, colapsando sobre nuestro propio vínculo. En lugar de luchar contra el Separador, lo alimentamos, sobrecargándolo con el mismo poder que intentaba deshacer.
El orbe en la mano de Caelan brilló con una luz cegadora. Gritó, soltándolo mientras el artefacto se sobrecalentaba. El canto disonante se convirtió en un chillido agudo y luego, con un sonido como de cristal rompiéndose, el Separador estalló en mil fragmentos.
El silencio que siguió fue absoluto.
Nos pusimos en pie, temblando, pero unidos. El dolor se había ido. El vínculo, aunque magullado y dolorido, seguía intacto. Más fuerte que antes.
Caelan nos miraba, sus ojos muy abiertos por el horror y la incredulidad. Había fallado. Su última y desesperada apuesta se había hecho añicos.
"Se acabó, Caelan", dije, mi voz firme.
Pero no se había acabado. Detrás de él, en la entrada del túnel, nuevas figuras emergieron de las sombras. No eran Vigías. Eran los Cazadores de Sombras de Valerius. Y esta vez, no venían a capturar.
El líder levantó su rifle, apuntando no a nosotros, sino a Caelan.
"El objetivo secundario ha demostrado ser un obstáculo", dijo la voz metálica del Cazador. "Protocolo de contingencia: eliminar todas las variables".
El disparo resonó en la cueva.
Y vi, con un horror que heló el tiempo, cómo mi hermano, el traidor, el guardián, el niño que una vez me secó las lágrimas, caía al suelo.
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Editado: 12.11.2025