Matías
Ver a mi pequeña hermana casarse me hace sentir lleno de orgullo. La amo mucho, Diana ha sido siempre mi ancla a tierra. Ha estado para mí en cada uno de los momentos de mi vida. Estuvo cuando me rompieron el corazón por primera vez, estuvo cuando conocí a la que creí el amor de vida, y estuvo cuando me rompieron el corazón nuevamente. En cada caída, ella ha estado ahí para darme su mano y ayudarme a levantar.
Verla caminar al altar donde la espera, Liam me hace feliz, ambos han pasado mucho y finalmente tienen la oportunidad de ser felices. He visto de primera mano cómo Liam la ama, y como ella lo ama a él. El tipo es duro como una roca, se recuperó rápido después del accidente por mi hermana y sobrina y admiro su fortaleza. Nadie merece más a mi hermana que él.
Escuchar sus votos casi me hace pensar en el amor nuevamente, pero ya he comprobado en numerosas ocasiones que este no está hecho para mí. Valeria marcó un antes y después, pero mi exnovia Camila ha marcado el punto final. Tal vez estar solo es mi destino, y luchar contra ello es una pedida de tiempo.
Tomo a mi sobrina de los brazos de mi madre cuando se pone intranquila. La mezo de un lado a otro hasta que se calma, Isobel me hace sacar mi lado paterno, uno que no sabía que tenía hasta que ella nació. Me hubiera gustado tener hijos, pero ya parece imposible.
La ceremonia termina y nos disponemos a disfrutar de la recepción. Mi hermana se acerca a tomar a su hija y aprovecho el momento para felicitarlos.
—Me siento orgulloso de ti, Diana. Has conseguido todo lo que querías. —la abrazo fuerte contra mí—. Sin embargo, no olvides que siempre serás mi hermana pequeña.
—Gracias, hermano mayor. —Escucharla llamarme así me trae recuerdos felices de nuestra juventud.
—Felicidades, hombre. —Liam y yo nos damos un abrazo corto.
—Gracias, cuñado.
Me alejo de ambos para que disfruten de su primer baile, me acerco a la mesa de los aperitivos y todos se ven tan provocativos que empiezo a comer como si no hubiera un mañana. Soy un hombre grande y, por lo tanto, necesito mucha comida. Cuando levanto la vista de mi plato, veo a la amiga de Diana. Angélica es simplemente hermosa, su pelo rojo parece fuego y sus ojos grises parecen capaces de ver tu alma. Sus ojos son tan expresivos que puedo notar lo incomoda que se siente ante el sujeto que le habla, ella trata de ser amable, pero noto como quiere alejarse.
En contra de los pensamientos que me dicen que me mantenga alejada de ella, me acerco con el objetivo de alejarla de una situación incómoda.
—Hey, ¿Cómo la están pasando? —interrumpo la conversación de la forma más casual que se ocurre—. No te conozco, ¿eres familia del novio?
—Hola, soy el acompañante de un familiar. —responde inseguro mi pregunta.
—Con razón. —Me giro hacia Angélica—, ¿Te gustaría bailar? —le tiendo la mano esperando que acepte.
—Espero que no te importe. —le digo al tipo en tono relajado.
—Claro que no. —contesta y se aleja sin despedirse.
Regreso mi atención a ella, esperando que acepte mi invitación. Ya no parece tensa e incómoda, ahora parece molesta y no entiendo la razón. ¿Será que no estaba incómoda y yo malinterpreté las señales?
—¿Por qué me invitas a bailar? —Su pregunta me parece extraña.
—Te vi incómoda con ese sujeto, y quise ayudar. —le respondo con la verdad.
—Bueno, gracias, Matías. Pero no necesito tu ayuda. —Se aleja de mí.
Miro al cielo en señal de una ayuda divina porque no entiendo lo que acaba de pasar. Literal, no puede haber forma de que sea tan de malas y tonto al mismo tiempo. Soy muy inteligente en mi trabajo, tengo mi propia empresa sobre ingeniería de software y nos va bien. Pero cuando se trata de mujeres, siempre encuentro una forma de arruinarlo. Me muevo en la misma dirección en la que ella se alejó. Quiero disculparme por lo que sea que haya hecho mal, es amiga de mi hermana y si logro el firmar el contrato con la compañía en la que ambas trabajan, nos veremos seguido.