Hombres de Farsa

III

La cena iba con familiaridad, sin inconveniente alguno, a excepción del hombre grotesco que se sentaba junto a Douglas. El sr. Clausto no carecía en lo más mínimo de modales, pero su actitud huraña dejaba mucho que desear. El hombre de edad avanzada mantenía su postura erguida, arrugas marcaban sus facciones dejando claro que el tiempo había hecho efecto en él. Junto a este hombre se encontraba un niño que poseía los mismos ojos ámbar que Clausto, su melena rubia estaba perfectamente acomodada y parecía llevarse bien con Vicent. Al ver a ambos niños, cualquiera daría por sentado que son hermanos, o al menos, algún parentesco guardaban, pero lo cierto es que no. Isaac no tenía ninguna relación con los propietarios de la casa, era el más joven de los aprendices del anciano, el cual residía en la casa para poder contar con las atenciones constantes del médico, debido a que sabía que estaba enfermo, pero no que tenía. Hoy se hizo demasiado tarde para que Isaac vuelva a su casa, por lo que se quedaría a pasar la noche.

La esposa de Charles, la Sra. Devereux opto por romper el silencio que había en la mesa. - Mañana es el festival del aniversario del pueblo. – Comenta. – Con Vicent y la Srta. Hallacon estábamos pensando en asistir, ¿te gustaría venir con nosotros Isaac?

-¡Bah! – Exclama Clausto. – Ese festival es el lugar elegido por las brujas, asquerosas criaturas repulsivas, esas blasfemias aprovechan ese evento para secuestrar niños y seducir mujeres.

-¿Usted cree en las brujas? – Interroga Douglas, tratando de mantenerse serio y ocultar su hilaridad.

-Muchos creen que se acabaron con las masacres, pero esas inmundicias siguen dando vueltas, lo harán hasta el principio del fin. – Declara.

-Bueno, veo que Isaac no tiene permitido asistir. – Comenta la mujer intentando cambiar el tema. - ¿Planea asistir sr. Douglas?

-Me temo que desde pequeño mi madre insiste en viajar aquí solo por el festival, no me veo capaz de asistir sin ella por el momento. – Explica.

-Lo comprendo. – El silencio duró poco hasta que la mujer volvió a hablar. – Ya tengo planeado un vestido rojo para usted. – Le comenta a Hallacon.

-Gracias por preocuparte. – Exclama. – Pero ya tengo pensado en que usar, simplemente lo acompañare con un pañuelo rojo.

-Nunca entendí porque todas las mujeres van con un detalle de ese color. – Se atreve a confesar Douglas.

-Ningún verdadero hombre desconoce la historia de su tierra. – Acusa Clausto. – Debería avergonzarle, ¿no conoce acaso usted a la princesa perdida?

Le retumbaba en lo más profundo de la memoria, princesa perdida. Douglas creía haber escuchado ese seudónimo millonadas de veces, ninguna despertó su interés en saberlo. El joven era más de los números, Diseminaba la historia, omitiendo a los hombres que la formaban. Él creía que las vidas de quienes estuvieron antes no tenían valor alguno, solo lo que hicieron, por lo que entre sus intereses no estaba el saber la vida y obra de los antiguos gobernantes. El joven negó con la cabeza.

El laconismo de Clausto no fue impedimento para que se explayara en contar la historia antes nombrada. – Hace no mucho, existió una princesa llamada Zafiro, una joven prometedora al trono, amaba por todos y que siempre vestía con prendas rojas. – Comenta. – Pero un día, desapareció sin dejar rastro, tu aún ni habías nacido, su madre murió al año de su desaparición y asumió el tirano de su padre, tiempos horribles vinieron, tres años donde se pasó mucha hambre, hasta que la rebelión derroco a Teodoro y asumió Julio y seguido de este August, el actual rey. – Guardo silencio. – Muchos dicen que Zafiro fue asesinada por Teodoro, al igual que su madre que en paz descanse la amada Mía, pero yo sé bien que la culpa lo tienen las brujas.

-¿Por qué querían las brujas deshacerse de Zafiro? ¿Celos? – Pregunta el Sr. Charles, quien había guardado silencio durante bastante tiempo.

-No, vera usted, si ve a una mujer muy poco agraciada, está seguro se vuelve bruja. – Declara. – Entonces puede volverse infinidades de veces más hermosa que una que lo es por gracia de Dios. – Explica. – Por lo que no tienen que sentirse celosas, además, por desgracia esas criaturas son mucho más astutas de lo que uno imagina. Zafiro conocía bien la existencia de estas, estoy seguro que en el poder influenciaría a su esposo para que tenga mano dura contra ellas.

Douglas se había cansado de escuchar disparates, pero debía admitir que la manera en la que contaba sus historias desbordaba de elocuencia, no por el contenido, sino en cambio, por el tono de su voz. Además le gustaba ver como la Srta. Hallacon escuchaba con detenimiento la historia de aquel loco. ¿Una princesa secuestrada por brujas? Eso parecía sacado de un mal libro de fantasía, lo más probable es que fuera asesinada por su padre o presa de la frustración que conlleva asumir un cargo tan importante, decidió escaparse y comenzar de nuevo. Su tormento fue apaciado en cuanto terminaron de comer. Volvió a su alcoba donde se sentó en un escritorio improvisado, allí comenzó a trazar planos. Trató de mantenerse concentrado, pero un llanto infantil lo desconcentró, más que nada, porque hasta donde él sabía el día de hoy solo había dos niños en casa, ambos del sexo masculino y ese sollozo en cuestión, pertenecía a una niña. No era lo suficientemente curioso para animarse a hurgar en una casa en la que apenas llevaba un día, no cuanto todos los habitantes estaban en ella. Pero mañana la casa estaría casi vacía, el Dr. Charles seguramente estaría atendiendo enfermos al otro lado de la casa, su mujer y su hijo estarían junto a la Srta. Hallacon en el festival, dejando solo al viejo loco y tal vez a su aprendiz. Pero esto no le preocupaba, ya que Charles no parecía prestarle atención a Clausto. Por lo que estaba decidido, mañana se encargaría de explorar la casa. 

 



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En el texto hay: misterio, romance, odio

Editado: 18.10.2020

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