Hombres de luna azul

Capítulo 3

Mis padres eran unos amantes de la naturaleza, es por eso que cada que ellos llegaban a casa teníamos por costumbre ir a un pequeño prado que había cerca al bosque y, por ende, cerca a casa.

Hacer aquel picnic conllevaba, también, que cada uno de nosotros se encargara de llegar algún tipo de comida. Yo esa vez me encargaría del postra, por lo que, en cuanto llegamos del centro comercial, me puse a hacer la mezcla para que estuviera listo al día siguiente a la hora de partir.

Quité un cabello que molestaba en mi frente mientras ponía la capa de galletas. Mis padres habían subido a su habitación, así que en ese momento me encontraba a solas en la cocina.

Después de meter el postre en el refrigerador, subí a mi habitación y entré a mi baño. Comencé a trenzar mi cabello, mirando como ya se había formado costra en las heridas que tenía en mis brazos producidas por mí misma gracias a aquel sueño. Suspiré, alejando los ojos de esa parte de mi cuerpo para mirarme fijamente con el reflejo, pero no pude observarme por mucho tiempo. Nunca podía.

Lavé mi rostro en cuanto tuve mi cabello como quería. Las gotas de agua rodaban libremente por mi cara hasta llegar a mi barbilla, en donde caían hasta el lavado. Mis ojos azul oscuro estaban brillosos por el cansancio, poco dilatados por la luz y sensibles por las dos anteriores.

«Deberías levantar más tu cabeza. Me gustan tus ojos»

Me miré de nuevo en el reflejo, sin entender del todo qué le gustaba de mis ojos. Bien, sí, no eran del todo comunes. Mis ojos eran de un azul muy profundo, parecido al color que tienen algunos bebés al nacer, y con muy pocas motas de azul más claro que el que predominaba. Pero eso solo lo podría notar si te quedas mirándolos fijos, si solo los mirabas de manera rápida, podrías confundirlos con unos ojos corrientes.

Y tenía presente que levantaba muy pocas mi cabeza y que la mayoría de veces que lo hacía, lo hacía motivada por la curiosidad o por la educación. Aunque lo quisiera, sabía que no lo lograría.

Sacudí la cabeza, intentando despejarme. Apagué la luz del baño y caminé a oscuras hasta mi cama. Me recosté allí sabiendo que, aunque estaba cansada, demoraría un rato más en quedarme dormida.

Increíblemente aquella noche al sentirme protegida por mis padres, logré dormir hasta el otro día. Desperté un poco temprano a preparar todo para nuestro día familiar.

Pasamos un buen rato los tres juntos. Ellos tomaban fotos de prácticamente todo mientras yo me quedaba relajada en la manga con un libro. Desde que podía recordar, mi madre se había mostrado conocedora de lo que es la fantasía. Le gustaba leer sobre ello y eso me lo enseñó a mi hermana y a mí, aunque yo era lo que seguía haciéndolo luego de tanto tiempo.

Me tomé un par de fotos con ellos, aunque no muchas porque realmente odiaba mi aspecto en ese momento. No me gustaba casi maquillarme, pero lo estaba contemplando como una opción para la vuelta al instituto.

Al día siguiente mi padre veía un partido de basquetbol por la televisión. Yo estaba acurrucada en su costado, mirando a los jugadores, a pesar de que no sabía nada de deportes. Sentía mis ojos pesados por el cansancio, pero los comentarios de mi padre me mantenían despierta. Participaba poco, pero lo hacía.

Llegó un momento en que mis ojos se cerraron y dejé de pertenecerle a este mundo para pertenecer al mundo de los sueños.

Los días siguientes me encontraba mucho mejor en cuanto al descanso. Pero se acaba el tiempo, mis padres tendrían que partir en solo unos días y yo ya comenzaría el instituto.

El lunes, el día más temido por la mayoría de estudiantes, Alice pasó por mí. Mi día no había ido muy bien hasta ese momento; al levantarme tropecé con sábanas porque mi cerebro aun estaba aturdido por el sueño, me pegué con la puerta del baño, me cayó shampoo en los ojos, cogí zapatos distintos y me puse la camisa al revés. Hubiera salido así de no ser por mi madre.

Minutos después de estar lista, escuché el claxon del auto de Alice, avisando su llegada. Tomé mi mochila y bajé las escaleras, gritando una despedida para mis padres. Salí, pero justo en el momento en que recordé que no había empacado mis llaves, la puerta se cerró detrás de mí.

Suspiré. Mis padres saldrían hacia las oficinas de la ciudad y volverían a la noche. Sin mis llaves, tendría que quedarme esperando que volvieran porque Alice seguramente se quedaría en el grupo de debate.

—¿Te quedarás todo el día allí parada? Porque de ser así, me dices que no quiero llegar tarde. —La broma de Alice no me hizo tanta gracia como a ella.

Caminé malhumorada hasta su auto.

Ella se rio al verme de malhumor, intentando abrochar el cinturón de seguridad.

—¿Mal día?

—Ni te imaginas. Solo quiero que este día se acabe para enrocarme en mi cama con un plato de palomitas mientras veo una película. Lo peor es que creo que días mucho más malos que este están por llegar.




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