Hombres de luna azul

Capítulo 4.

Era desalentador ver partir a mis padres días antes de lo acordado. Les di una sonrisa triste, sintiendo el beso de mi padre en mi frente como despedida.

—No será tanto tiempo, pequeña —prometió, pero yo sabía que la realidad sería otra.

Había una complicación con el caso que llevaban, así que debían volver e intentar solucionar todo.

—Cuídense, los esperaré aquí. Recuerden llamarme al llegar.

Los vi partir, quedándome completamente sola de nuevo. Dejé salir mi aliento, girándome para subir a mi habitación y cambiar mi ropa. Había sido desalentador llegar y ver sus maletas en la puerta, solo había pasado una semana y ya se habían tenido que ir.

La casa estaba en completo orden gracias a mi madre, así que no tenía nada qué hacer. En el instituto no habían dejado deberes, así que estaba completamente libre. Pensé en mensajear a Aarón, pero descarté esa idea, sabía que me quedaría horas hablando con él de ser posible y no contaba con un paquete ilimitado de mensajería. Pensaba en comprarlo, pero siempre lo había aplazado.

Me dediqué a leer un poco y a comenzar una serie nueva que apenas iba por la primera temporada.

La casa, siempre que mis padres partían, se sentía demasiado solitaria para mí sola. Desde que mi hermana se había ido a la universidad había pensado en pedirle a mis padres cambiarnos hacia un lugar más cercano y más pequeño, pero sabía que en aquella casa habitaban muchos recuerdos imposibles de dejar por ellos. Fue por eso que volvimos de la ciudad, nada me aseguraba que conseguirse otro lugar no acabase de la misma manera.

Al día siguiente llegué a mi clase de cálculo con las mejillas sonrojadas al saber quién me esperaba allí, en la mesa.

Seguía temiendo, algo dentro de mí me decía que él, y quizá sus amigos, podrían hacerme daño. Pero también había otra parte de mí curiosa por su ser.

Alcé los ojos en cuanto llegué al aula. Él ya se encontraba allí, solo, y solo bastó un segundo para notar que en su mirada de percibía algo peligroso, en todo él de hecho. Me surgió la preguntada de si era una persona acostumbrada a controlar, porque si figura parecía atenta, con aquella aura de misterio emanando de él. Sus ojos se toparon conmigo, y aquel brillo amenazante desapareció de sus ojos.

El calor se adhirió a mí un poco más. Caminé con la cabeza gacha hasta la mesa, hacia el único lugar que no estaba ocupado. Había pensado en sentarme en otro asiento esa mañana, pero Alice se había retrasado.

Él me saludó efusivamente. Yo solo pude devolverle el saludo con una escuálida sonrisa.

—¿Usas gafas? —preguntó curioso mirando los lentes que me acompañaban ese día.

Negué.

—Son de descanso —informé, aunque en realidad había ocasiones que los usaba nada más que no se notaran mucho las ojeras que adornaban mis ojos.

Un señor entró, con actitud seria.

La mayoría, al ver al hombre, se quedó en silencio. Dejó su maletín sobre la mesa.

—Buenos días, muchachos, soy el profesor Ocana, quien los acompañará por el resto del curso —habló con voz firme, y solo me preguntaba donde estaba el profesor del día anterior —. Si no estoy equivocado, el día anterior se les avisó el contratiempo que tuve, pero de igual manera se los volveré a explicar…

Siguió hablando y podía asegurar que la mayoría le prestábamos atención a lo que decía. Parecía un tipo duro, estricto. Y eso vino a quedar claro en cuanto avisó sobre los asientos que en ese momento usábamos, y sobre que nuestro compañero lo sería por el resto de sus clases.

Miré a Alan de reojo, notando que sonreía. En cuanto el hombre pasó una hoja con la división, él anotó su nombre con aparente alegría, yo, no tanto, pero anoté mi nombre a su lado.

El profesor Ocana siguió con el tema justo en donde el otro hombre lo había dejado. Y luego de unos minutos, en los que sentía mis párpados decaer, miré con una hoja pasó a mi lado de la mesa.

Quise sonreír, y no dudé en aceptar comenzar, de nuevo, aquel tonto juego.

Sabía que debía prestar atención si quería seguir manteniendo mi promedio en aquella clase, pero mi concentración no estaba al máximo y aquel profesor tampoco ayudaba mucho con la monotonía en su voz.

Ese día fue la misma rutina, solo que en aquella ocasión fui yo la ganadora. Sonreí para mis adentros, tomando mi mochila y saliendo antes que él.

—Quiero la revancha. —Me sobresalté al sentir su aliento en mi oído. Volteé con el corazón en la mano.

—Tendrás que esperar hasta mañana. —Negó, suavemente, con una sonrisilla en sus labios.

—¿Qué te parece si lo hacemos hoy, a la tarde?

Mis hombros se tensaron. Miré hacia todos los lados, intentando no fijarme en sus ojos. Me estaba proponiendo salir, o pasar un poco más de tiempo juntos, y, si era sincera, no quería hacerlo. Ya era mucho compartir esos momentos en clase de cálculo, no estaba segura de querer más, no con él.




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