Metí los libros en mi casillero, dejando solo aquellos que necesitaría para las primeras horas. Puse la chaqueta allí, por comodidad.
—Trevor es genial ¿Sabes? Pasamos todo el día de ayer hablando por teléfono y es completamente maravilloso. —Levanté mis cejas, sorprendida por su mirada soñadora y su sonrisa ilusionada.
—Supongo que eso significa algo. Del único que te he escuchado hablar de esa forma es de Ian.
—Sí, sí significa algo —metió suspenso hacían una dramática pausa antes de dar un salto y casi gritar: —¡Tengo una cita con él el sábado a las seis treinta!
—¿Y qué pasa con Ian? —pregunté, recordándole lo mal que estaba hacía pocos días.
—Nada, él ha quedado en el pasado —se cogió de hombros como si lo importara, pero luego suspiró con pesar —, no puedo esperar a un hombre que no está interesado en mí. Puede que lo estuviera, pero formalizó su relación con Kadisha, la amiga de Ámber, hace pocos días. Supongo que tampoco me pierdo de un gran hombre, no cuando salía con Kadisha, besaba a Amber y hablaba conmigo al mismo tiempo.
—Y Trevor…
—¿Crees en el amor a primera vista? —Negué, metiendo el último libro y cerrando el casillero —, bueno, pues yo sí creo en él, y con Trevor pasó algo similar, fue solo que pusiera sus ojos sobre mí y ya me tenía intrigada. En fin, yo como que realmente me ilusioné con él y ayer hablamos todo el día, y me di cuenta que la ilusión que siento puede convertirse, rápidamente, en cariño, y ese cariño, quizá en algo mucho más grande.
—Bien, entonces te deseo lo mejor en tu cita. —Le sonreí, dispuesta a hacer mi camino a mi primera clase.
—¿Y tú? ¿No tienes algo que decirme? —dijo cruzando sus brazos sobre su pecho y recostándose en el casillero a mi lado. Ladeé la cabeza, confusa.
—Hmm… no, creo que no. Te veré en receso, llegaré tarde si no me apuro.
No dejé que dijera otra palabra, solo me giré y caminé hacia el aula de clase. Pero al estar a punto de llegar me di cuenta que había dejado la chaqueta de Alan escondida en mi casillero. Cerré los ojos, respirando con frustración. No podía devolverme, el profesor esperaba en la puerta a que todos entraran en su clase y no me arriesgaría a que me dejara por fuera. Luego tendría tiempo de dársela. Hasta podría enviarla con Alice si es que ella iba a verse con Trevor, su hermano.
Suspiré, frunciendo el ceño, enojada conmigo misma, por ser tan despistada.
Me senté automáticamente en el asiento que me había asignado, sin notar la persona que venía detrás de mí.
—Pareces enojada. —Me sobresalté al escuchar la voz a mi lado.
No respondí, solo mantuve mi mirada en la mesa. Lo admitía, no tenía por qué estar de aquel humor esa mañana, no cuando había logrado dormir mucho mejor de lo que había dormido las últimas semanas, pero quería acabar con esa situación de una vez por todas, y sin su chaqueta no podría conversar con él para dejar las cosas como estaban.
Solo necesitaba que se mantuviera en su promesa de no hacerme daño, necesitaba confiar en ello y tal vez así le daría un final a lo que había sucedido en el pasado.
—Sí, estás enojada, y supongo, por tu silencio, que no me dirás el por qué ¿Verdad? —Negué mientras tomaba asiento —, hey, mírame —tomó mi rostro y lo giró hacia él con delicadeza. Entrecerré mis ojos en una amenaza implícita, a lo que él reaccionó levantando una ceja —. Ya saben lo que dicen, la ira envenena la sangre.
Resoplé.
—¿Podrías quedarte en silencio en esta clase? ¿Por favor?
Frunció un poco el ceño, desconcertado.
—Claro, lo que tú quieras.
Y así fue. La clase pasó con lentitud, y prontamente me vi en una mesa de la cafetería con Alice frente a mí, parloteando sobre su atuendo de ese fin de semana.
—No creo que sea necesario que salgas a comprar un vestido. Tengo el que usé para la renovación de votos matrimoniales de tus padres, podría prestártelo.
—Oh, ese me gusta, el café claro.
—Beige.
—Sí, ese. ¡Oh, Abril, te amo! —gritó, lanzándome sobre mí para darme un abrazo.
Aclaré mi garganta, sintiendo como la sangre subía a mis mejillas mientras mi mente me torturaba pensando que las personas en la cafetería nos estarían mirando. No me gustaba llamar la atención, pero Alice era profesional haciéndolo.
—Alice, las personas nos están mirando, estoy segura.
—No seas paranoica, están metidos en lo suyo.
De pronto, un par de bandejas llenas de comida golpearon la mesa. Alice se separó de mí, poniendo una sonrisa coqueta en cuanto vi al chico que acababa de llegar. Yo, en cambio, me pegué en la frente al ver a su acompañante.
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Editado: 05.12.2018