Su risa fue mi respuesta, pero no se me pasó desapercibido la manera en la que su cuerpo se tensó, imperceptiblemente para alguien que no haya estado pendiente de su reacción, logrando que el aire dejara de transitar a mis pulmones.
—¿Qué? —Entrecerró sus ojos hacia mí, como si mi pregunta hubiera sido una completa locura. Y podría serlo ¿Quién en sus cinco sentidos sacaría como tema de conversación aquel, y de manera tan abrupta?
—Lo que escuchaste, no creo que estés sordo porque me has escuchado muchas veces que hablo solo en susurros.
—Te escuché, es solo que no me cabe en la cabeza tu pregunta.
—Sí, es algo descabellado, pero quiero saber qué piensas. —Revolví la comida, mirándolo con mi cabeza ladeada.
—No pienso nada sobre eso. Ahora ¿Qué es lo que tienes con Stevenson? —Cambió bruscamente de tema, pinchando uno de mis fríos macarrones.
Fue mi turno de entrecerrar mis ojos hacia él.
—Eso no es de tu incumbencia, pero no tengo nada con él. Si lo tuviera, no lo hubiera cacheteado por casi besarme, ni siquiera si hubiéramos estado peleando.
—¿Pero te gusta? —No supe qué responder en el momento, pero no, Matt no me gustaba en ese momento.
—De nuevo, eso no es de tu incumbencia, pero no, no me gusta. Me gustaba, es cierto, y creo que Alice me hizo “el favor” de decírselo en las vacaciones, pero ya no siento nada por él, ni siquiera interés… ya no —sacudí mi cabeza, despejando un poco mi mente —. No hablábamos de Matt y de mí.
—Lo siento, es solo que sentía curiosidad de la razón por la que te besó.
Quise corregirlo y decirle que no había sido un beso, pero no lo hice.
—No sé la razón, Alan, y tampoco deseo saberla.
—He escuchado que le gustas —comentó por lo bajo, sin mirarme a los ojos.
—No creo que eso sea cierto —reí secamente, tomando un poco de mi agua —, digo, si él hubiera estado interesado a mí era solo pedirme conocerme, porque sí, estaba loca por él… eso ya pasó, ahora solo lo veo como un casi amigo.
—O quizá no viste sus intentos de acercarse a ti… las personas vemos lo que nos conviene, tan solo puede que lo hayas querido como tan solo una ilusión y por eso no te hayas dado cuenta de que le gustas.
Me reí, cruzando los brazos.
—Pareces una chica diciéndome todo eso.
—Bueno, no me molesta parecerlo si eso te hace reír como hace un momento.
Volví a reír, dejando mi cabello caer frente a mi rostro mientras negaba con gracias.
—Eres un payaso, Alan.
—A tu orden, entonces. Los payasos estamos para hacer reír, cuando quieras puedo hacerlo —sonreí de lado. Su mano se metió en mi campo de vista, extendida —, ven, vamos, sé que no te terminarás los macarrones ahora.
Tomó mi mano, rodeándome de la misma manera de siempre: protectora.
Tiró de mí hacia la caja. En el camino intenté soltarme, pero él no lo permitió. En vez de eso, la tomó entre sus dos manos, llevándola a su boca para soplar su aliento allí y luego frotarla entre las suyas, brindando un poco del calor que me había falta.
Hizo lo mismo con la otra, sonriéndome dulcemente.
—Estás fría —dijo, pero yo no pude responderle cosa alguna. Estaba enternecida por su gesto, por su mirada y por la manera en la que me había hablado —, vamos a pagar para llevarte a tu casa.
Asentí, y con mi permiso comenzó a caminar de nuevo. Pasó su brazo por encima de mis hombros, mirándome de reojo, esperando que me alejara. No lo hice, y una de sus fáciles sonrisas se instaló en sus labios.
Salimos del local luego de que pagara. Ese día no llevaba mucho dinero conmigo, así que no discutí por él querer pagar la cuenta de ambos. Realmente no me molestaba que lo hiciera, aunque no me sentía muy cómoda sabiendo que lo hacía mientras yo intentaba alejarlo. Él llevaba una bolsa de papel con mis magdalenas dentro. Abrió la puerta por mí, como solía hacer, antes de subirse él.
—Lo siento —dije en cuanto estuvo sentado a mi lado. Me miró confuso, encendiendo el auto.
—¿Por qué?
—Por no comer lo que pediste para mí.
Me sonrió tranquilizadoramente.
—No te preocupes por eso, Abril, supongo que en realidad fue culpa mía por comprarte algo así cuando no tenía hambre.
Le sonreí un poco, dando un asentimiento, dejando el tema de lado con aquello.
El frío había vuelto a mi cuerpo, así que dejé que las mangas del suéter cayeran libremente por mis brazos hasta más allá de la punta de mis dedos.
—Abróchate el cinturón —mandó e inmediatamente lo hice. Puso la bolsa de las magdalenas en mis piernas.
Luego de un rato en silencio le escuché llamarme.
—¿Sí? —le respondí con la mirada perdida en los árboles del camino.
—¿Cuántas horas duermes? —preguntó de repente. Me tensé.
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Editado: 05.12.2018