Hombres de luna azul

Capítulo 13

—No sé qué hacer con él, Alice —dije por el teléfono, acariciando detrás de las orejas del pequeño gatito que había resultado dentro de mi casa sin razón aparente.

—Puede que sea de algún vecino —resolvió ella.

—Alice, el vecino más cercano está a media hora caminando, no creo que este pequeñito haya venido hasta aquí. Además, aparecía asustado, y no hay manera de que haya entrado por sí solo… Me aterra la idea de que haya entrado alguien aquí solo para decirlo.

Alice suspiró, y casi podía imaginarla poniendo sus ojos en blanco ante mis palabras.

—No creo que alguien haya ido hasta tu casa a dejar un gato, Abril, pero podrías quedártelo o llévalo a un refugio.

—Si hubiera alguien más aquí en casa me lo quedaría, pero sería cruel dejarlo todo el día solo. Y no quisiera meterlo en una caja, pero es la mejor opción por el momento.

Me acomodé mejor el teléfono en el hombro, dejando el pequeño gatito, que apenas y podía mantenerse de pie, en la mesa por un segundo.

El timbre de la casa sonó, y el felino se enderezó como pudo, mirando atentamente hacia la entrada. Lo tomé en brazos, despidiéndome rápidamente de Alice antes de caminar hacia la puerta.

El gato comenzó a retorcerse en mis brazos, algo que no había hecho minutos atrás.

Abrí la puerta, y el porte de Alan se hizo presente frente a mí, mientras miraba al arisco gato en mis manos.

El minino, enojado, desfundó sus garras, mandando un zarpazo hacia Alan, quien solo lo miró serio. El gatito saltó de mis brazos, corriendo escaleras arriba, casi tan asustado al momento en que lo había encontrado en mi habitación, con su pelaje erizado y su cola alzada.

Alarmas resonaron en mi cabeza ante ese suceso.

—¿Desde cuándo tienes gato? —preguntó, aun con su mirada fija en las escaleras.

—Desde nunca, solo… apareció —suspiré, sabiendo la razón por la que se encontraba en mi puerta. Una idea para atrasar lo inevitable se me ocurrió —, ¿Puedes llevarme a un lugar? Y luego podemos hablar. Necesito preguntarte una cosa.

Él asintió, y suponía que sospechaba de qué iba el favor que me haría y la conversación que tendríamos.

Corrí en busca de alguna caja en donde pudiera meter al pequeño minino y en cuanto tuve al enoje gato encerrado en aquellas paredes de cartón, salimos en dirección al refugio.

En gato maullaba desesperado, y solo podía darle golpecitos y caricias a la caja como si fuera a él. Alan, quien iba resoplando a cada minutos, tampoco me ponía las cosas demasiado fáciles.

 

—Quisiera que se calle.

—Yo quisiera que tú te callaras, es solo un gato, Alan… un gato que al parecer no te quiere.

—No me gustan los animales —contestó enfurruñado, casi como un niño pequeño. Y yo podía imaginar la razón por la que no le gustaban esas bolitas de pelos —. Llegamos.

El auto paró en el refugio de animales. Alan se bajó y abrió la puerta por mí para que yo pudiera salir sin mucha dificultad al tener las manos ocupadas con la caja.

Le agradecí y comencé a caminar, suponiendo que él me seguiría dentro, pero lo único que hizo fue apoyarse en su auto.

—¿No vendrás?

—No, te espero aquí. —Entrecerré mis ojos con sospecha. Cogí bien la caja y seguí mi camino hacia las puertas del hogar de animales, escuchando como los maullidos disminuían un poco al estar dentro del local.

—Hola —hablé tímidamente a la encargada del lugar. Ella me sonrió de vuelta, sin notar la caja en mis manos.

—¡Hola! ¿Deseas adoptar un animalito?

Negué, poniendo la caja sobre el mostrador.

—De hecho, he venido a traer uno que encontré y no puedo quedármelo.

Su boca se abrió con un poco de sorpresa, antes de que quitara la tapa y soltara una exclamación al ver el gato dentro.

—¡Oh, pero que cosita tan bella! —Tomó al animalillo en sus manos, y este se dejó acariciar por ella sin ningún problema. La chica me sonrió —, gracias por traerlo, hiciste bien ¿Quieres pasar y asegurarte de que estará cómodo aquí hasta que alguien lo adopte?

—No, lo siento, tengo prisa. Confío en usted. —Sonreí y con otras pocas palabras me despedí de ella y del felino.

Salí del refugio, notando que Alan hablaba por su teléfono y gesticulaba como si estuviera enojado por alguna razón. Pero colgó antes de que yo llegara hasta él, así que no pude escuchar ni una palabra de su conversación.

Me subí al auto sin esperarlo. Un segundo después fui acompañada por él dentro del auto.

—¿Hacia dónde vamos ahora?

—No sé, a cualquier lugar… da igual.

Él me miró de reojo, y, al ver que no decía ni una sola palabra en el camino, aparcó a un lado de la solitaria carretera y tomó con delicadeza mi rostro para que lo mirara.




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