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XIII

Viernes.

El sonido de la campana inundó todo el salón indicando el final de las clases.

—Recuerden enviar sus informes para el lunes. Disfruten de un buen fin de semana —el profesor organizó sus cosas y se fue.

El mar de alumnos copió la misma acción mientras se acumulaban en la salida desesperados por dejar el edificio. Sentí un cuerpo posicionarse de pie al lado de mi asiento, era Ethel.

—¿Nos vamos? —ajustó su mochila.

—Nos vamos —respondí. Guardé mis últimas cosas y salimos cuando el área estuvo despejada por completo.

De todos modos nos iremos de aquí. ¿Para qué aguantar empujones queriendo ser los primeros en salir?

Ambas caminamos por el pasillo donde aún habían algunas personas cerrando casilleros y yendo a sus casas. Agradezco que este instituto sea así de pasivo. Es decir, nunca he visto problemas entre estudiantes, diferencias entre profesores o fallos en la metodología de las clases. Además, ha recibido reconocimientos por años por lo que tiene influencias en otros lugares; es uno de los mejores centros educativos de la cuidad.

Claro, no es por alardear.

Mientras caminamos a mitad de pasillo, me doy cuenta que Ethel hace aquel gesto que últimamente he notado cuando se siente presionada: está inflando sus mejillas.

—Estás nerviosa, ¿no es así? —llevé mi dedo índice en dirección a su mejilla derecha con el fin de desinflarla. Ella, por su parte, lo hizo otra vez.

—¿Por qué lo dices? ¿Te refieres a la competencia?

—Uh-huh.

—No, no lo estoy —respondió con simpleza a lo que yo la miré alzando una ceja y, por consiguiente, soltó un suspiro pesado—. Bueno, y quién no lo estaría. Además, estamos compitiendo contra los mejores institutos.

—Pero eres la más apta para representar al nuestro, ahora entiendo por qué te escogen cada año y traes un trofeo de vuelta.

—No estés tan segura, es difícil ganarlos, sobre todo porque tengo buenos rivales. De tan solo recordar que debo enfrentarme a Elliot Walker me da estrés.

—Sí debo estar segura porque los hechos hablan por sí solos —dije con obviedad—. ¿Y tan malo es ese tal chico?

—Es muy competitivo, sarcástico, orgulloso... —rodó los ojos.

—De acuerdo, ya entendí —quien sabe cuántos términos le añadiría—. Pero debes estar relajada, has hecho esto muchas veces y te ha salido bien —Ella es muy lista, por eso no tengo dudas de que, aún con sus temores, demostrará lo buena que es. Nos detenemos en la entrada donde acostumbramos a seguir nuestros caminos opuestos. Me acerco a ella y la rodeo con mis brazos dándole un cálido abrazo—. Anímate, te veo en unas horas.

—Adiós Venn —ella deshizo el abrazo y acomodó sus anteojos antes de despedirse y caminar lejos de mí.

Dando media vuelta después de perderla de vista, caminé despreocupada a casa. El camino era corto, de unos pocos minutos y esa era la ventaja. A estas horas todo estaba desolado o solo se encontraban algunas personas en las calles.

Después de pasar por el manto de las hojas de los árboles inclinados que cubrían el cielo, antiguos recuerdos llegaron a mi mente al ver el edificio por el que tantas veces tuve que escalar en las noches, así que me detuve.

No puedo creer que desde aquel momento hasta ahora ha pasado casi un mes y ahora se ve diferente, renovado y arreglado después de haberse retomado la construcción.

Antes de conocer a Ethan era un simple edificio a medio terminar, pero ahora tiene un valor significativo.

Las cosas cambiaron, y esta vez fue para bien.

Mis pies volvieron a dar pasos cortos en dirección a mi casa. El sonido de un artefacto metálico chocando con otro material de madera inundó mis oídos. Instantáneamente, percibí un aroma muy atrayente para mi estómago.

El cuerpo del abuelo descansaba en su sillón, dormido con su antifaz en los ojos y sin algún movimiento de su parte. Silenciosa, me dirijo hacia la cocina y para mi sorpresa, mamá estaba de espaldas cocinando.

—Mamá, ¿por qué no estás en el trabajo? —aún sin entender, me ubiqué a su lado viéndola cortar unos vegetales.

—Me dieron el día libre por las horas extras que hice la última vez —dijo despreocupada sin dejar de mover las manos—, ah, y trae aquellos tomates.

—Pero deberías estar descansando —objeté mientras le pasaba los tomates—. Podías haber esperado a que yo llegara y dejarme cocinar.

Ella negó por lo que dije sin detener sus manos.

—No son todos los días que mis hijos disfrutan de la comida que hago en el almuerzo debido a que nunca estoy para hacérselos.

Quería responder, pero tenía razón. Siempre estaba trabajando y llegaba más tarde, pero no me importa tener una responsabilidad extra cuando ella se esfuerza mil veces más que cualquiera de nosotros, y aún así quiere cocinar.

—Esto es increíble —susurré incrédula.

—Así es, todo lo que hago es increíble —dijo a lo que llevaba los vegetales a la sartén—. Despierta a papá, esto está casi listo.

Miré al abuelo quien está plácidamente dormido. Es extraño que no se haya movido cuando entré teniendo sus audífonos para la sordera activados. Estando a su lado, lo remuevo un poco.

—Abuelo, despierte —hablé cerca de su oído. Con un solo llamado se movió despacio retirando su antifaz hasta poder verme. Después de recuperar su visibilidad, procedió a inhalar con los ojos cerrados.

—Puedo oler a que ya es hora —intentó pararse sin éxito.

—Lo ayudaré.

El abuelo era pesado y para una sola persona no era trabajo fácil. Las cosas estaban a mi favor cuando la puerta fue abierta por Alec y al vernos, no dudó en llegar hasta nosotros, algo que agradecí.

—Espera —tomó al abuelo por el otro lado y buscó su silla donde lo ubicamos en el comedor.

El abuelo soltó un quejido luego de haber estado sentado.

—Ah, ya no sirvo para nada, menos mal que tengo a estos muchachos.



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En el texto hay: amor, timidez, conmovedor

Editado: 08.09.2023

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