Hopeless: Solo un poco rotos.

Decimo octava parte: Muerta

1

 

2019.

 

Fuego.

 

Todo a su alrededor estaba ardiendo, podía escuchar los gritos de los pobres incautos que acababan devorados por las llamas ardientes o de los que presos de su desesperación eran alcanzados y lamidos por lenguas de fuego al intentar escapar, el aroma a carne quemada, sangre, pólvora y angustia flotaba en el aire, inundando el ambiente… Tornándose casi palpable al tacto.

 

¿Qué estaba pasando? ¿Estaba soñando otra vez? ¿Era otra alucinación? Se sentía demasiado abrumada, mareada, caminaba tambaleándose por el pasillo mientras trataba de ignorar el aroma a carne quemada que se extendía por el lugar y hacía que se le revolviera el estómago, conteniendo las ganas de vomitar.

 

-Estás realmente cerca de recordar lo que sucedió hace casi seis años, querida -Esa voz profunda le resultó tan familiar, la hizo voltear en algún punto mientras en su mente surgía la pregunta de porque el fuego parecía no tocarla a ella- Mi preciosa Caroline -

 

"¿Caroline?" El nombre retumbó en su mente, una parte de ella lo reconocía pero sus recuerdos seguían nublados y no comprendía ¿Porque la llamaba así? Su nombre era Leah, no Caroline. Ella nunca había conocido a nadie llamada así.

 

-Ese no es mi nombre -A pesar del temblor que la recorría, y la confusión que le inundaba por no ser alcanzada jamás por aquel calor letal, se esforzó en mostrarse firme ante aquel ente- Nunca lo ha sido.

 

Mr. P sonrió galante ante la muchacha, con las manos tras la espalda caminó hacia ella, causando que Leah retrocediera inconscientemente. Aquella oscura mirada del demonio no hacía más que acrecentar el temor en la pobre chica, que notaba como su valor se reducía con cada paso.

 

-Si lo ha sido. -Contestó con aparente calma mientras extendía una mano para acariciar la mejilla de la pelirosa aunque ella lo esquivó- Es el nombre que yo y tu madre te dimos cuando naciste, aunque ella nunca te quiso. Yo te amé desde el primer momento, querida mía.

 

El hombre de traje se mostraba sereno, encantador, pero a pesar de que no buscaba asustar a la joven, estaba fallando en ello pues su simple presencia era digna de hacer estremecer a los más valientes. Los humanos eran tan sensibles a presencias como él.

 

-Mi madre me quería -Su voz sonó demasiado trémula para que pasara por una afirmación, hasta ella era consciente de que había duda en su voz. No estaba segura, sus recuerdos eran extrañamente confusos- ¿Amarme? ¿Que eres? ¿Que quieres de mí?

 

En cuanto ella parpadeó, Mr. P se desvaneció al igual que aquellos aromas que la estaban ahogando y el calor que había comenzado a sofocarla. Miró a su alrededor, todo estaba tan intacto como cuando había despertado esa mañana.

 

-A este paso voy a volverme realmente loca -Murmuró para sí misma, viendo a Edith MacMillan pasar a su costado.

 

Aún no se acostumbraba a la idea de que la mujer no era más que un fantasma atrapado en aquel lugar, uno que no recordaba haber fallecido en realidad y a causa de eso se veía incapaz de irse. Sentía lástima por ella...

 

...Esperaba no terminar como ella.

 

Dirigió sus pasos a la sala recreativa pero entonces su realidad volvió a distorsionarse, apareciendo en un salón de paredes color beige, y Mr. P la tomó de la cintura con una mano, sosteniendo la otra con la propia mientras le hacía dar un par de vueltas como si pretendiera bailar un vals con ella. Sintió su piel erizarse al sentir las manos del demonio casi obligarla a moverse, jaló su mano para soltarse pero él era más fuerte.

 

–Soy tu creador si quieres ponerlo de esa manera –

 

Le daba una terrible mala espina la manera en que le observaba, como esa mirada tan profunda le recorría sin ningún reparo. Cómo un depredador analizando a su presa antes de devorarla por completo, le daba escalofríos pensar en ello.

 

-Lo que quiero de tí, es que guíes a mi niño para que se convierta en lo que debe ser -En una última vuelta, su cuerpo quedó pegado al de él y el ente la miraba con una sonrisa, los ojos oscuros brillaban con algo que no identificaba- Tiene guardianes, pero serás tú su guía, Caroline... Mi amada Caroline, he vivido tanto tiempo, estoy tan harto de mi condenada situación. -Lo sintió acariciarle la mejilla, pasando los dedos por sus labios- Será él quién cambie eso, pero tiene el corazón tierno de su madre, debes ayudarlo a cambiar para que acepte en lo que se convertirá.

 

-Yo no sé... No sé de que hablas -Su voz sonó tan débil, incluso a sus propios oídos, tan temblorosa e inquieta, tan confundida y vulnerable. Una total delicia para el hombre- Por favor, déjame ir, déjame sola, yo no tengo idea de que quieres, no te entie...-

 

-No seas tan mala hermana para Salem -La voz grave, firme, interrumpió sus palabras antes de que pudiera terminar balbuceando lo que pasaba por su mente.- Él te necesita, Leah.

 

Salem.

Ese nombre haciendo eco en su mente, la familiar sensación de querer tenerlo entre sus brazos y protegerlo, el sentimiento de cariño incondicional que le invadia cada vez que pensaba en esa adorable carita. Necesitarlo como si fuera una parte de ella... Sentir que era una parte de ella.

 

-¿Q-Que sabes tú de Salem? -Le pareció alarmante como la sola mención de su nombre le relajó por completo, aunque continuara entre los brazos de aquel demonio.

 

-Él es tú futuro, mi dulce niña, sé que en el fondo de tu ser. Tu alma suplica, lo anhela y lo llama pero no puedes estar cerca, yo puedo hacer que se vean, que al fin puedas abrazarlo como tanto deseas -Se fue inclinando sobre ella, aun sosteniendo el mentón de la chica que no apartaba la mirada, sonreía como si actuar de esa manera fuera natural en él. Posiblemente lo fuera- Puedo hacer que todo lo que quieres... Salir de aquí, estar con Salem, volver a ver a tu madre, conocer a tu padre... Se haga realidad. Solo debes recordar lo que la bruja quiso hacerte olvidar.




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