Hopeless: Solo un poco rotos.

Decimo novena parte: Condenados

1

 

“2019”

 

Todo parecía continuar como normalmente, o eso consideró Douglas mientras caminaba por el pasillo que le dirigía hacia el sector de enfermería luego de haberse asegurado de que Leah parecía seguir dormida. A su despacho, para ser exactos.

Sin embargo, aquella tranquilidad que sentía en el ambiente lo inquietaba más que si estuviera oyendo tiroteos en los pasillos. Los días que parecían ser “tranquilos” siempre ocurrían las peores cosas, lo sabía por experiencia.

 

Había sido tranquilo aquel día hace ya seis años.

Cuando todos habían quedado condenados a pesar de los esfuerzos por qué no fuera de esa forma. No habían podido escapar cuando el lugar decidió terminar de devorarlos, la mayoría había olvidado lo que pasó, pero él no y los veía repetir año tras año los mismos sucesos hasta que era demasiado tarde para intentar hacer algo al respecto.

 

Parecía un bucle sin fin, del que solo podrían escapar cuando comenzaran a recordar lo que había pasado, especialmente Leah, solo entonces serían libres. Solo entonces el maldito lugar los dejaría marcharse, avanzar a la siguiente etapa... Fuera la que fuera.

 

Extrañaba a su pequeña hija, Rosie. Recordaba que su esposa se la había llevado luego de pedirle el divorcio antes de que todo ocurriera, antes de perderla para siempre. Sin embargo, le parecía ciertamente curioso como Belle le recordaba un poco a su niña, ambas eran risueñas e igual de alegres solo que Rosie actuaba infantilmente por naturaleza de su edad… Belle por la niñez que le habían arrebatado.

 

Tal vez un día, si esperaba lo suficiente… Podría volver a verla.

 

Sacó un relicario de plata de su bolsillo, observando las distinguidas letras talladas en la pequeña tapa con forma de corazón. “L'amour est toujours plus fort” estaba escrito en un perfecto francés, el idioma natal de su abuela.

 

-Mi pequeña Rosie… -Murmuró, abriendo el relicario para observar la fotografía en su interior. Acarició la imagen con un sentimiento de anhelo embargándolo, un suspiro salía de sus labios cuando sintió que lo empujaban ligeramente a un lado.

 

Al alzar la mirada, no pudo evitar fruncir ligeramente el ceño, con algo de suspicacia a la mujer que se volteaba a sonreírle encantadoramente. Llevaba lo que parecía ser un traje femenino con falda de tubo en tonos celeste pastel y tacones altos que seguro resonarían con cada paso que diera, parecía más una administrativa que una enfermera. Cabello rubio peinado como si estuvieran en los cincuenta, tal vez sesenta.

 

-Disculpe, señorita, no puede estar aquí. Las visitas se presentan en el vestíbulo, no puede rondar por el hospital sin compañía del personal –Dijo mientras guardaba el relicario nuevamente en su bolsillo y se acercaba un paso más a ella.

 

-Oh, Douglas, querido ¿no me reconoces? –

 

Él frunció aún más el ceño. Un rostro ligeramente redondo, terso como un durazno de un tono suavemente bronceado y pómulos cincelados. Pecho promedio, caderas estrechas y piernas esbeltas. Parecía realmente atractiva pero no lograba dar con algún detalle que la hiciera reconocerla.

 

- ¿La conozco, señorita? -Preguntó, sintiéndose algo impaciente.

 

Ella dejó salir una risita cubriendo sus labios, como un gesto delicado que solo había visto en una persona a lo largo de su vida. El reconocimiento lo golpeó como un ladrillo en el estómago.

 

- ¿Señora Laurent? -No pudo contener la sorpresa en su voz mientras sus ojos se abrieron grandemente al igual que la sonrisa en el rostro de la mujer.

 

-La misma que viste y calza, mi querido ¿ya viste estas bellezas? -Acarició sus muslos provocativamente para luego dar una pequeña vuelta demostrativa, antes de volver a verlo- Ya no necesito el maldito bastón y mis cataratas han desaparecido. Puedo volver a usar tacones como en antaño, es increíble -

 

El hombre definitivamente estaba sin palabras. Era Darien Laurent, la directora del hospital... Con al menos cuarenta años menos.

 

–Es... Es... ¿Cómo es posible que...?

 

Ella le echó una mirada que parecía rozar la burla mientras se colocaba las manos en la cintura, recordándole momentáneamente a la silueta de un jarrón que decoraba en una pequeña columna cerca del escritorio de la recepcionista.

 

–¿Cómo? Oh, dulzura –Sí, ella definitivamente parecía estar burlándose de él. Se le acercó un poco, denotando efímeramente lo baja que la mujer podía verse a su lado. Luego posó una de sus manos en la mejilla del hombre, acariciándole con suavidad por un momento– Cariño, pareces haber olvidado bajo las órdenes de quién estamos...–Su voz se convirtió en algo parecido a un susurro, un siseo burlón de advertencia que intentaba pasar por un dulce recordatorio– ¿Quién crees que me devolvió mi juventud a cambio de que lo ayudara con algo? –Había un "algo", indistinguible, invisible, totalmente desagradable en la sonrisa de la rubia.

 

Él guardó silencio, reconociendo entonces la estupidez de su propia pregunta. El hospital no les pertenecía desde que aquel… aquella cosa, había llegado al mismo. Por lo que en realidad era demasiado obvio quien podría hacer que una mujer que rondaba en los setenta, con cataratas y que se quejaba de dolor de cadera constantemente, volviera a la flor de su vida.




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