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2019.
Agnes no pudo evitar sentir algo de lastima por el chico cuando entró a la habitación, cerrando la puerta tras de sí para evitar que alguien oyera que estaba allí. Después de todo, ella como paciente no podía entrar a la habitación de otro, mucho menos de alguien como él luego del incidente que había ocurrido hace ya dos semanas. Su medio hermano se veía mal, el color que había adquirido con sus momentos afuera se estaba desvaneciendo, incluso su cabello parecía aún más claro de lo normal.
Era como si se estuviera debilitando, había escuchado a la enfermera Grace llorar a escondidas hace tres días cuando Adair comenzó a negarse a comer.
–¿Cómo entraste? –Preguntó él con voz rasposa, amortiguada a través del bozal, mientras volteaba a verla ligeramente. Estaba hecho un ovillo en la esquina de la habitación y con una camisa de fuerza que le impedía mover los brazos, por lo que no podía apartarse los mechones de cabello de la cara.
–Soy una Duncan, siempre sé cómo arreglármelas –Contestó mientras tomaba asiento en el suelo frente a él– Se me enfría el trasero ¿Cómo puedes estar como si nada allí? –Habló con su habitual sentido del humor, queriendo internamente contagiarle un poco al rubio, aunque reconocía que él nunca había sido exactamente una persona alegre.
El muchacho continuó en la misma posición sin cambiar de expresión, solo mirándola con esos orbes grisáceos que recordaba de su tío Kyle. Por lo que ella suspiró mientras recargaba un codo sobre su pierna y luego apoyaba la mejilla en su palma, viéndolo con una mueca.
–Entonces corrijo… ¿Qué diablos haces aquí, Agnes? ¿Tienes idea de lo peligroso que es entrar al cuarto de un monstruo hambriento como yo? –Indagó, como si realmente no comprendiera que estaba haciendo ella ahí. Es decir, Grace no tenía opción, a Belle le agradaba demasiado como para dejarlo solo pero ¿ella qué?
Oh, cierto. Agnes había comenzado a querer acercarse cuando supieron que eran hermanos. Medio-hermanos, pero era casi lo mismo. Era extraño para él aceptar que compartía sangre con la perturbada castaña que parecía mantener algún tipo de extraña alianza con Novakov.
–Somos familia, no podía solo dejarte solo ¿sabes? Solo lo hice una vez, y aunque sé que ella debía pagar por lo que hizo… Aun así, me duele. No te dejaré solo a ti, no eres un monstruo, Adair, solo estás así porque las circunstancias te llevaron a esto, como a mí –Ella le sonrió un poco, nunca había sido la más sentimental (probablemente solo Addie lograba sacar esa faceta suya) pero de vez en cuando era capaz de demostrar ciertos sentimientos verdaderos, era capaz de decir palabras sinceras.
–Soy mayor que tú, no tienes ninguna obligación conmigo –Objetó mientras finalmente volteaba un poco más el cuerpo, aún recargado contra la pared mientras la observaba– Siempre he estado solo, las personas a mi alrededor son temporales, siempre lo han sido. Además, no es que puedas hacer algo por mí ahora.
–Puede ser… Pero ¿sabes algo? –Se acercó aún más, inclinándose para murmurar contra su oído– Si yo me voy de aquí, tú te vienes conmigo –Luego se apartó y a causa de la expresión que la castaña llevaba, no pudo evitar que despertara un real interés en su interior. Un cosquilleo que reconocía de su infancia, cuando la hermana Hanna le proponía un trato a cambio de que se portara bien y no peleara con los otros niños.
–¿De qué estás hablando?
–En unos días, nos iremos de aquí, así que tienes que hacer buena letra o intentarlo…–Extendió su mano para tocar su frente, pues lo veía medio raro “¿Fiebre?” Frunció el ceño al sentir la calidez– Un Duncan nunca deja a los suyos atrás, siempre son su prioridad –Habló recordando viejas lecciones arraigadas en su mente y en su piel, recuerdos dolorosos pero muy educativos a su peculiar manera.
Quizá ella ya no estaba entre los vivos, pero sus perversas enseñanzas, su espantoso recuerdo continuaba en ellos por más que pretendieran dejarlo atrás. Se encontraba presente en la cálida sangre que fluía por sus venas, en la que manchaba sus manos, en cada aliento que daban y cada mentira que escapaba de sus labios al hablar. Irina Collins-Duncan era una persona que nunca podrían olvidar aunque los días, meses o quizá años pasaran, siempre sería una sombra sobre sus cabezas recordándoles cómo actuar.
–Yo no soy un Duncan, soy Collins –Replicó cerrando los ojos ante el tacto fresco ¿las manos de Agnes siempre eran así de frías?
–Eso es lo de menos –Alegó la castaña deslizando su toque de la frente por el costado de su rostro, como una suave caricia y rememorando una ocasión en que había quedado sola cuidando de un Murdock afiebrado. Markov estaba en el trabajo e Irina le había prohibido llamarlo, le había dicho que se ocupara mientras ella regresaba de su cita con su estilista, recordaba haber temido que el niño muriera a su cuidado– Tienes mi sangre y eso es todo lo que me importa.
Se acercó y besó su frente quedamente, sobresaltando al rubio que abrió los ojos de golpe solo para verla acomodarse a su lado, recargando la cabeza en su hombro. Agnes fingió no erizarse ligeramente al oír el estómago de Adair rugir, algo completamente normal en su situación pero que ella no podía evitar relacionar con la “condición” que le había llevado a terminar internado en ese lugar.
Se miró las manos, teniendo la repentina sensación de que algo andaba mal.
Pero no era la única que comenzaba a tener esa sensación, había otros pacientes que también lo sentían. Como Nikolai, que trataba de encontrar sentido a la visión que tenía ante él y que, aunque no le asustaba realmente, le parecía intrigante, atraía su atención por un simple motivo.