La quietud reinaba la mesa a la hora de la cena, casi podía percibir que nadie tocaba el plato y de alguna manera sentía que todas las miradas estaban puestas en mí. Los ojos me pesaban y trataba de no levantar la cabeza, no quería encontrar su mirada inquisidora que me culpaba de algún crimen de quien sabe qué. Tal vez, también, mi cabeza me jugaba en contra, tal vez la somnolencia me hacía sentirme intrusa y en realidad las miradas eran un aviso, un cuidado o una caricia.
No pude más con la duda y levante los ojos. No me encontré ni con miradas furtivas ni con rostros amorosos, me rodeaba una burda imagen de mi familia, de cabezas infladas que superaban por dos la proporción de su cuerpo, seres inimaginables y sin embargo tan reales que me hacían dudar de que aquello era un sueño. Eso hasta que escuche un eco que llamaba mi nombre, y entonces desperté.
Abrí los ojos, y la oscuridad me rodeaba. En un principio pensé que la luna no brillaba esa noche o bien que las nubes negras habían tapado los rayos mortecinos de luz blanca, fue entonces que sentí que no estaba apoyada sobre superficie alguna, que mi cama tal vez se encontraba a kilómetros de distancia o a años de haber culminado su existencia, o bien podría no haber existido nunca. De inmediato desee seguir dormida. No quería buscar otra explicación, era tan difícil aceptar la realidad que me golpeaba directo en el pecho, o bien donde tendría que haber estado mi pecho que no era otra cosa que parte de la misma oscuridad. Si tan solo fuera certeza el hecho de que mi cuerpo estuviera descansando a años luz de pensamiento, esperando que un súbito estimulo me hiciera levantar de la cama, si tan solo tuviera esa certeza podría negar la revelación que ante mí se presentaba. Estaba muerta.
La luz del sol golpeo mi rostro de golpe y me supe despierta finalmente, con un sudor frio que recorría todo mi cuerpo y terminaba perdiéndose en el colchón. Pasaron las horas y mis ojos aún continuaban abiertos fijos en el techo de la habitación buscando de alguna manera que se desmoronase hacia arriba o se convirtiera en agua que caería sobre mi rostro y me despertara nuevamente, como un bucle infinito que me mantenía entre lo onírico y la vigilia. Finalmente cuando ya no hubo caso de seguir esperando, me levante.
Desde ese día pienso que la frontera entre mi fantasía y mi realidad se ha roto, a veces me encuentro derivando en una nebulosa de pensamientos cuando estoy en plena calle. Aun hoy me miro al espejo esperando que de él brote algo que me indique que sigo soñando o pasar su superficie hacia algún otro mundo. Y otras veces me convenzo de que soy real al sentir el cabello sobre la frente o el roce de mis dedos que se desliza por mi piel, pero aún queda la duda de que la revelación fuese cierta y que, en otra vida, yo haya dejado de respirar.
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Editado: 26.09.2019