La calle se abría a sus ojos prácticamente como en una vertical haciendo que la sola idea de iniciar el ascenso le hiciera doler los músculos de las piernas, que de por sí ya estaban agotados por el partido de futbol jugado un par de horas antes. Aunque el bien sabía que aquella no podía llamarse calle, más bien callejuela, callejón, una extensión de cemento donde difícilmente cabía un automóvil entero y en cuya vereda no podía transitar más de una persona; tal vez sería más espaciosa sino fuera por el cumulo de chatarra que se ubicaba a los lados dejado allí por todos los talleres mecánicos de la zona. El espacio estrecho sumado a las sombras puntiagudas que proyectaban los autos en desuso volvían totalmente obsoletos los pequeños focos que colgaban por encima de la callejuela emitiendo una titilante luz naranja.
La oscuridad no le asustaba, después de todo había vivido allí toda su vida. Conocía centímetro por centímetro de la pequeña calle y a todos sus posibles transeúntes, incluso sabía muy bien cómo moverse en la oscuridad de la plazoleta donde la calle desembocaba unos metros más abajo y donde muchos se habían encontrado con experiencias poco agradables al no saber cómo surcar los mares de verde tiniebla.
Su única preocupación real en aquel momento era que su madre no hubiera dejado la llave de la puerta debajo de la maceta en la entrada de casa. Más de una vez había tenido que escalar por la pequeña ventana que daba a la cocina y a tientas tratar de no aterrizar sobre la heladera o los estantes de fruta que se encontraban pegados a la pared. Aquella pequeña travesía era siempre la mejor solución, comparada al menos con tener que llamar a su madre para que bajara a abrir la puerta, siempre tenía que recibir alguna reprimenda, ya que si bien la mujer ya hace rato había perdido la esperanza que el llegase temprano tras un partido de futbol no perdía la ocasión para recordarle que no fuera desconsiderado con el sueño que le costaba tanto concebir. Una vez en la entrada se dio cuenta, tal como temía, que la llave no estaba.
A regañadientes volvió su vista a la pequeña ventana, agarro uno de los cajones de madera que siempre tenía mano a lado de la escalinata de entrada y lo coloco contra la pared. Gano altura subiendo al pequeño montículo y trato de abrir la ventana, pero esta no cedió. Su madre la había hecho bien, esta vez se había asegurado que no tuviera otra opción de llamarla, tomó el teléfono y como quien no quiere la cosa marco el numero: “El numero al que está llamando no se encuentra disponible”
¿Acaso tendría que quedarse toda la noche fuera? Incluso la mujer había apagado el teléfono, eso ya lo irritaba. Las luces de la calle parpadearon en un flash y se apagaron dejando la callejuela en tinieblas. No tenía miedo, pero aun así la respiración se le acelero y en un movimiento rápido y desesperado volvió su mano hacia el picaporte de la entrada principal que para su incertidumbre cedió y dejo la puerta levemente entornada.
Abrió la puerta lentamente tratando de no hacer ruido y se sorprendió al ver la luz del pasillo encendida. Era inusual que su madre estuviera despierta a aquellas horas, y hace un tiempo ya que había abandonado la costumbre de esperarlo cuando volvía pasada la medianoche. Avanzo hasta el salón y se percató del televisor encendido que proyectaba líneas estáticas en escala de grises. Encamino sus pasos hacia la escalera y encontró la habitación de su madre totalmente vacía.
Un mal presentimiento le cruzo el cuerpo y se alojó en el pecho, causando una opresión alarmante que le hizo sentir que su corazón se saldría del cuerpo. Volvió nuevamente a la sala mientras digitaba rápido los números del celular, respondió la llamada una voz de mujer indicándole que el aparato remitente se encontraba apagado. Se instaló en el sillón de la sala, observando el aparato con ansias que su madre devolviera la llamada. No era necesaria tanta preocupación, seguramente habría salido a la casa del vecino a conversar de las buenas nuevas del barrio, sin embargo estaba resuelto a esperarla de todos modos. Los ojos le pesaban, y probablemente la mañana siguiente le encontró dormido.
(…)
Los primeros rayos del sol se colaron por la ventana del piso de arriba, y la mujer abrió los ojos. Se sacó la pereza contorsionando levemente el cuerpo y finalmente se calzo las pantuflas y partió hacia el baño. Una vez terminada su higienización matinal bajo por las escaleras hacia el salón, encendió la televisión y fue hacia la cocina para preparar el desayuno.
Dos tazas rebozadas de café humeaban sobre la mesa, y las tostadas inundaban la habitación con ese aroma a pan caliente. Le sorprendía que a esa hora el muchacho no se hubiera levantado. Se encamino hacia su cuarto que se encontraba allí mismo en la planta baja y lo encontró vacío. La cama aún estaba hecha y faltaba en su armario la ropa de futbol que se había llevado la noche anterior. Nunca se había demorado tanto en volver a casa, nunca llegaba temprano tampoco, generalmente a las dos o tres de la mañana. Siempre le decía que llegase temprano pero el muchacho insistía que no había peligro alguno, que conocía el barrio como la palma de su mano. Nunca había tardado tanto y eso le preocupaba.
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Editado: 26.09.2019