Los niños de ahora no saben lo que es el carnaval, la tradición, la comunidad alrededor del mojón y las familias que te recibían a brazos abiertos para compartir un poco de rica chicha o el picante de pollo que lento se venía cocinando a leña desde temprano.
Hoy no hay más que un vestigio, una suerte de espejo deformado por la industria y el comercio. Un rio de vino barato mezclado con gaseosa naranja y el retumbar del ritmo latino de turno. Parezco viejo ya diciendo que se han perdido los valores, el ritual de la fiesta sagrada…
Recuerdo hace ya unas décadas, quien sabe si tres o cuatro, cuando aún me quedaban fuerzas para visitar el norte, habíamos ido con una novia hacia alguna pequeña localidad perdida por ahí. El calor radiante nos acompañó toda la tarde y ya llegada la noche cuando el frio se presentó inevitablemente, nosotros ya estábamos refugiados en una capa de estupor producto de la chicha recién preparada que nos habían convidado.
Habrán sido ya las cuatro de la mañana, cuando pese a que la fiesta aún seguía nuestro pequeño grupo (mi novia y la amiga) decidimos dar por terminada la noche. Ellas se dirigieron para una casa donde las aguardaban unas camas calentitas y cómodas, donde no había lugar para una persona más. Yo por mi parte fui para la comisaria del pueblo, donde me habían conseguido asilo. El comisario me recibió con una sonrisa condescendiente y me guio al lugar donde iba a dormir (una celda por supuesto). La verdad sea dicha, me pareció un lugar bastante cómodo y cualquier cosa era mejor que morirse del frio afuera.
Dos horas pasaron desde el momento en que caí dormido hasta que unos ruidos de afuera me despertaron. Yo sabía bien que las fiestas del carnaval duraban tanto tiempo y no me extrañaba que el ruido sea como el de una comparsa. No pude volver a conciliar el sueño por lo que aproveche para ir a visitar esa pequeña tertulia que se desarrollaba afuera de la comisaria. Me levante, y camine hacia el frente donde el comisario dormitaba placido envuelto en unas frazadas.
Afuera, el viento pasaba reventando la ropa y si no fuera por la campera de lluvia que llevaba, habría traspasado las prendas de lana y penetrado helando los huesos. Busque algun rincón fuera para orinar y con mis ojos busque la fuente del alboroto que había escuchado hace unos segundos.
No había ni una persona fuera, pero el ruido aún se escuchaba a veces como si estuviera a mi lado y otras como si se encontrase distante. Camine rodeando la comisaria, pegado un poco a la pared y con una ligera sensación de extrañeza. Los ruidos se hacían más claros mientras me acercaba más hacia el fondo del edificio, que terminaba en una depresión del terreno y luego caía hacia un extenso plano donde a cualquier otra hora no habría habido más que piedras, tierra y cardones.
Pero lo que ante mí se presentaba era algo distinto. Una comparsa como nunca había visto antes en mi vida danzaba abajo, ocupando todo el terreno. Estaban todos disfrazados como de diablos y bailaban un ritmo desconocido, de movimientos grotescos al ritmo de lo que parecía ser la clásica música carnavalera pero tocada a un tempo más lento y casi descoordinado. Algo me decía que esas personas que bailaban alli no eran humanos, eran extrañamente altos y su postura era extraña, como torcida.
Me acerque un poco mas solo para verlos mas de cerca, camine casi hasta la saliente que desembocaba en el pequeño llano y en mi movimiento patee una piedra que rodo hacia abajo chocando y haciendo un ruido prácticamente imperceptible para cualquier persona, pero ellos lo escucharon. Voltearon en perfecta coordinación y dirigieron a mi sus miradas, ojos de un amarillo incandescente se escondían tras las máscaras y un murmullo en una lengua inentendibles es hizo escuchar, casi como si fuera el eco mismo del momento el que me estuviera hablando. Uno de los más altos, y el que al parecer llevaba el papel de Diablo en ese desfile de demonios, se acercó unos pasos casi al borde del llano a casi centímetros desde donde yo estaba apenas observándoles desde arriba. Un movimiento brusco de su mano me sobresalto de repente. Estiro el brazo hacia mí y finalmente como corriendo una cortina de aire, desapareció de mi vista, él y toda la comparsa.
Treinta años han pasado, o tal vez cuarenta y aun no puedo olvidar los ojos amarillos como pequeños soles que me hablaban cuando ese diablo me miro. Muerte decían esos ojos, quien sabe si la mía o la de ellos, hoy en día no me atrevo a preguntar.
Pensándolo bien, tal vez sea algo bueno que los jóvenes de hoy en día no sepan realmente que significa el carnaval. Tal vez sea mejor que disfruten su fiesta en la ignorancia y después retomen sus vidas. Así nunca vivirán lo que yo he vivido y no se despertaran con un nudo en la garganta todas las noches soñando con ojos amarillos. Tal vez sea mejor que el recuerdo de los viejos carnavales termine por morir en mi memoria.
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Editado: 26.09.2019