"Hoy miré al horizonte, parado en aquella playa donde una vez pude sentir tu mirada a lo lejos. Hoy pude sentir nuevamente ésa mirada, acechando mi corazón, queriendo encarnar nuestra conexión, una conexión tan irreal como efímera, tan cierta que daría hasta miedo saber que en verdad ocurrió. Aún contemplo ese sentimiento a lo lejos y te veo ahí, te veo parada frente mío, llorando hacia tu horizonte al igual que yo... aún nos tenemos, horizonte a horizonte nos vemos... te espero."
Una joven de ojos cristalinos mirando al mar suspiraba. Nunca se supo su nombre ni de dónde venía, sólo se sabía de ella su amor al horizonte donde cada amanecer llegaba con su largo y floreado vestido gris, con sus pies descalzos, su sonrisa tenue y su mirada enamorada, deseosa de encontrar a aquel que había largado su corazón al mar dentro de una botella, impregnada en tinta y papel.
"15 de marzo - lluvia suave, clima agradable.
Hoy he decidido salir a caminar bajo la lluvia, como solía hacerlo de niño, y he llegado a la playa. Al haber lluvia no había personas, por lo que decidí llegar al mirador que se encuentra sobre el rompeolas. Tomé refugio en el mirador y me senté sobre un banco mirando al mar. Aún no termino de entender qué fue aquella extraña sensación que sentí luego de fijar mi vista en el horizonte. Se sintió como si alguien me mirara fijamente a los ojos y me llamara, una sensación tan dulce que solo una inocente y pura mujer podría ofrecer. Aún puedo sentir su cálido llamado. ¿Debo responder?"
Un joven extraviado en sus pensamientos busca una explicación a lo que pudo sentir en aquel mirador. Se siente desconcertado al sentir sus sentimientos en conflicto, no sabe si sentir miedo por lo irracional de su situación o sentir cómo su cuerpo y mente se entregan ante el llamado lejano y cálido del horizonte. Algo es seguro, está decidido a mirar nuevamente hacia el mar.
Al día siguiente decidió volver al mirador en la playa. Tan solo quería saber que no había sido un sueño y que podría haber encontrado eso que su corazón tanto deseaba. Al llegar al mirador su corazón comenzó a latir fervientemente, nervioso por lo que podría pasar, anhelando sentir esa mirada que lo llevó al desvelo y a su inestable sentir. Y así esperó mirando a lo lejos hasta llegar el ocaso, una combinación perfecta entre el claro mar y el naranja difuminado en el cielo que el sol dejaba caer en el horizonte, que casi no se distinguía.
Casi sin esperanza cerró sus ojos como último esfuerzo antes de partir, y entonces, los abrió antes de girar, pero en ese instante pudo sentir tal sentimiento que deseaba sentir, y se acercó aún más a la orilla hasta casi caer donde mueren las olas. Buscaba los ojos donde nacía la mirada que tanto revuelo causaba en su pecho, pero sólo veía cómo la noche suspiraba a lo lejos. Al llegar la oscuridad, decidió volver a su hogar donde le esperaba tan sólo una litera para reposar su cuerpo mientras su mente seguía en aquel horizonte. Al caer en sueños pudo ver desde dónde provenía aquel sentir que las olas le llevaban.
Vio a una joven en su floreado vestido mirándole fija y dulcemente a los ojos, llamándole, esperándole, amándole más allá del mar. Sintió tan real el sueño que sentía nadar hacia ella. Tanta desilusión golpeaba su frente gota a gota al despertar bajo su techo, en su lecho, su hogar bajo una tormenta. Se levantó a mover su litera y poder dormir anhelando volver a su sueño con esa mirada, pero el insomnio lo invadió, como cada noche que soñaba con ella.
"20 de marzo - la tormenta continúa.
Aún no se puede llegar al mirador, puesto que la tormenta es incesante y bloquea todo intento por llegar a la playa... ¡Cómo anhelo volver! Sigo soñándole sin poder aún alcanzarla, sigo deseándola..."
Habían pasado diez días ya de tormenta cuando de pronto cesó. Dos días después pudo llegar al mirador, quebrado en deseos y desilusiones, rogando volverla a ver. Esperó nuevamente hasta el ocaso semi-visible por las grises y tormentosas nubes que se alejaban por el horizonte.
Creyó que no volverían aquellos ojos a mirarle y hacerle sentir ese desorden de emociones que tanto lo había atrapado.
"27 de marzo - la tormenta se alejó y sigue su camino al mar.
Hoy he podido regresar a mí ya establecida obsesión por su mirada. He el dichoso ocaso que antecede su dulzura, pero aún no llega... te lo ruego... ven hacia mí, perdóname por no volver, el camino hacia ti no dejaba ningún atajo con ésta tormenta. Déjame sentirte, pronto no faltarte nunca más. Llámame para saber que aún me esperas. Aún te busco, deja hallarte..."
Ese día se arrodilló ante la ausencia de su horizonte, aquel que se había adueñado de sí. Esa noche durmió en tristeza al no hallarla, y soñó su viaje a nado hacia ella, solo que ahora se alejaba y su sueño no lo interrumpía una tormenta.
Cinco días sin saber de ella en su mirador, cinco días de incesante angustia y terrible soledad. En su sueño cada vez se alejaba más, era como nadar en reversa, acercándose cada vez más a esos días en que no era dueño de esa mirada.
"1 de abril - el otoño hace sentir el frío de su ausencia.
Cada ocaso es más cruel para mi búsqueda que el anterior. ¿Dónde estás? Quiero sentirte otra vez, saber que me miras. Aún te llama mi corazón, siente tanto frío sin ti, tanta lejanía. Siento que pasaron siglos desde tu último llamado. Espero aún me busques, yo lo hago cada día..."
Aún con esperanzas, aunque cada vez menos, continuaba semanas hasta que se hicieron meses. Un día decidió dar su último suspiro, su último llamado de desesperación. Tomó una botella y escribió una carta. Llegó al mirador donde contemplaba su horizonte decidido a soltarla a las olas. Apretó su carta dentro de la botella tomando valor para arrojarlas, cuando sintió nuevamente esa sensación que tanta falta le hacía. Sacó su carta y la quemó frente al mar. A la hora de sus sueños el insomnio lo inspiró t escribió una carta más acorde a sus deseos.
"Hoy cuatro de julio estaba decidido a despedir mi corazón de ti, obligarme a terminar con la obsesión que llena mi alma de angustia, pero hoy no pude hacerlo, hoy fue chocar contra el muro de los lamentos, pero con más lamentos. Hoy miré al horizonte, parado en aquella playa donde una vez pude sentir tu mirada a lo lejos. Hoy pude sentir nuevamente ésa mirada, acechando mi corazón, queriendo encarnar nuestra conexión, una conexión tan irreal como efímera, tan cierta que daría hasta miedo saber que en verdad ocurrió. Aún contemplo ese sentimiento a lo lejos y te veo ahí, te veo parada frente mío, llorando hacia tu horizonte al igual que yo... aún nos tenemos, horizonte a horizonte nos vemos... te espero.
Te confieso que he llorado tu ausencia, he puesto mi mejor en volver a verte en el mirador. Sentirte aún es un deseo, uno interminable, donde deseo más de lo que tengo, pero sólo pido tus besos, esos besos que sólo tu mirada solía darme con el frío del mar, llegando el ocaso, calmando mis deseos, anhelando fervientemente encontrarte, tenerte ante mí y conocer la belleza de tu mirada. Aún lo espero..."
A la mañana siguiente llegó al mirador, con si botella, decidido a romper el horizonte que separaba dos corazones, su carta llegaría a destino sin importar cuánto tiempo le lleve. Se paró mirando al horizonte, se armó de valor, decisión y esperanza, respiró profundamente y lanzó aquel anhelo hacia el mar. Él solo pudo seguirla unos minutos hasta verla perderse entre las olas que la alejaban.
Y así pasó el tiempo y el joven seguía sus citas con el horizonte, cada ocaso, sin importarle el peligro de tormentas, ventiscas e inclusive huracanes que azotaban la playa, su segundo hogar. Él sabía que allí estaba ella, esperándolo, llamándolo, pero sólo quería cumplir un nuevo deseo, que su carta sea leída por tal dulzura que lo visitaba diariamente.
Un año había pasado desde aquel cinco de julio en el que su corazón se convirtió en marea buscando aquella dulce mirada. Llegando al mirador, pudo notar algo que se acercaba a la playa, algo que venía arrastrándose en la fina arena y que cada vez estaba más cerca. Al acercarse, recordó aquella botella de inmediato y súbitamente creyó que nunca había salido de aquellas olas. Corrió incesantemente a alcanzarla y comprobar por sí mismo que era lo que su razón le indicaba. Tomó la botella, la destapó y retiro la carta que en su interior se encontraba. Su corazón latía en una amalgama de deseos cumplidos y de ilusiones desilusionadas mientras abría ese papel protagonista ya de aquel cinco de julio llegado el ocaso. Lanzó in largo y pesado suspiro al terminar de abrir aquel papel que podría contener en él el fruto de sus anhelos o la destrucción de sus sentimientos. Sólo pudo mirar de frente la carta, pero tal era su ansiedad que sus ojos desenfocaban las palabras sin dejarlo ver claramente lo que había en ellas. Decidió llegar al mirador, sentarse, entrar en sí, calmar su ansiedad y luego revisar aquel papel. La expresión en su rostro decía lo que, con las palabras, no se explicaría al darse cuenta de lo que realmente había ocurrido.