Había una vez un hombre sonriente que vivía en un barrio pequeño y tranquilo. Siempre fue amable y conciderado con sus vecinos, pero bajo la superficie escondía un hambre profundo y primordial, de querer causar dolor y destrucción a los corazónes ajenos. El hombre había elegido este barrio como lugar de caza y pasaba sus días en la ventana de su hogar, observando a sus vecinos con sus oscuros ojos, estudiando sus hábitos y patrones.
Nadie sospechaba del hombre más allá de ser un vecino amigable y extrovertido. Siendo un cliente habitual del centro comunitario local, donde ayudaba con proyectos y eventos. Siempre hacía tiempo para charlar y tomar una taza de café con sus vecinos, riéndose y bromeando con ellos como si no tuviera segundas intenciones.
Pero en verdad, el hombre estaba esperando pacientemente su oportunidad de atacar. Para empezar; Había elegido una pequeña familia para que fueran sus primeras víctimas: una pareja joven con un niño pequeño. Le pareció perfecto el hecho de que eran tan inocentes, ingenuos e inconscientes del peligro que acechaba más allá de la puerta de entrada.
Una noche, mientras la familia dormía profundamente en sus camas, el hombre atacó. Se deslizaba hacia la casa, moviéndose en la oscuridad como una sombra. Tuvo mucho cuidado al hacer ningún sonido, su sonrisa nunca se desvaneció cada vez más ancha a medida que daba sus pasos con dirección a los dormitorios.
Se detuvo en la puerta y observó la pacífica vista de la familia dormida. Disfrutó del poder que sintió en ese momento, Y con una sonrisa silenciosa y satisfecha, se veia las gotas de sangre que chorrear en sus garras lamiendo este de manera burlona, sin más se retiró, dejando detrás de él la casa totalmentedestruida, con sangre por donde quiera que se vea, y más que dado por hecho de que su trabajo apenas había comenzado.