Hoy te vi.
Y no pude hablarte.
Me siento mal conmigo misma.
Realmente quería hablarte. Pero cuando mi amiga y tú empezaron a conversar, a reír, y yo permanecía mirando al suelo con las manos temblorosas a la espera de que ella me presentara, me sentí cobarde. Todas las fuerzas que había estado juntando poco a poco para ese momento desaparecieron y dejaron al descubierto mis inseguridades.
Cuando llegó mi turno de hablar, levanté mi cabeza y tus ojos se encontraron con los míos. Me sonreíste y se acabó el mundo.
Salí rápidamente del salón y te dejé con tu sonrisa en el rostro.
No me la merecía.