Hoy te vi.
André, tu amigo, me dijo que te encontraría en la salida en la puerta de entrada del colegio. Él mencionó que ayudaría a distraerte para ganar tiempo. Él me apoyaba para poder hablarte. Fue un gesto muy dulce de su parte. Antes, le habría preguntado a mi amiga, pero ya no confío mucho en ella. Se está distanciando.
Bueno, de todos modos fue raro hablar con él. Después de todo no era experta en el sexo opuesto.
Todo lo hice por ti.
Cuando tocó el timbre a las tres de la tarde, me preparé para lo que se iba a venir.
Tú saliste primero, como era de costumbre estas últimas semanas. Preferías irte antes a quedarte a pasar el tiempo con tu grupo.
Me distraje en guardar mis cuadernos y ya no podía verte cuando terminé de alistar mi mochila, así que corrí y baje las escaleras rápidamente. En ese momento lamenté estar en el cuarto piso.
Costaba respirar.
Y en este preciso momento también me está costando respirar y no tumbarme en mi cama.
Oye, Darío, me faltaba pocos metros para llegar a la puerta de salida. La primera vez que pasaba por aquí. Yo siempre había preferido salir por la otra, la que estaba en la espalda del colegio.
Con el corazón en el pecho, llegué al lugar, a unos metros de ti.
Te vi.
Los vi.
André no me había comentado un pequeño detalle. Que tú no ibas a estar esperándome ni que ibas a estar de la mano con mi amiga.
Después de eso, corrí a mi casa sin mirar atrás. Heme aquí, ahora, esclava de mis lágrimas que sigo derramando por ambos.