Hoy te vi.
Puse manos a la obra.
Hoy me levanté más temprano de lo habitual; fui la primera en llegar al salón. Eso justamente quería.
¿Por qué?
Sencillo, para poder hablar contigo a solas.
¿Por qué?
Fácil. No, no me iba a declarar. No aún. Era para poder ser más íntimos.
¿Por qué?
Quería dar todo de mí.
Y eso hice.
Llegaste, tan lindo, apuesto y con tus lindos ojos posándose en la única persona sentada: yo.
—Hola—te dije.
Seguiste mirándome absorto, como si estuvieras sorprendido. Después de unos segundos, muy largos para mí, respondiste con una sonrisa radiante, esas que me gustan.
—Hola, viniste temprano —te sentaste a mi costado— y... ¿ya estás mejor?
— Sí —asentí con una sonrisa—. Todo es gracias a ti, Darío.
—No digas eso. Yo solo ayudé, tú hiciste el trabajo duro. Algunas personas si quiera son capaces de salir adelante con una sonrisa en el rostro, tal como tú.
Me sonrojé a mil, mis mejillas ardían y los latidos de mi enamorado corazón resonaban, al menos quería que los escucharas.
Me enamoraste más, y me planteé que si anhelaba más momentos así contigo tenía que esforzarme mucho, como hoy.
Te sonreí, me sonreíste, nos sonreímos.
Poco después, la burbuja se rompió en el momento que ella apareció, no obstante, ya había alcanzado mi objetivo y no me afectó demasiado.
Quería más...