Hoy te vi.
Y la curiosidad mató al gato...
¡Pero murió sabiendo!
La verdad es que ni soy un gato ni morí sabiendo. Tan solo hablé con André.
Fueron pocas palabras en realidad.
Cuando me acerqué a su lugar por segunda vez, por fin pude observar mejor el libro que estaba leyendo.
Tomé una bocanada de aire enorme y traté de hacer al menos un amigo.
—¿Te está gustando ese libro?—le pregunté nerviosamente pero mantuve mi sonrisa.
Lo que ocurrió después también me sorprendió, al igual que su actual situación de chico solitario. Lo enumeraré:
Primero, se asombró de tal manera que sus ojos se ampliaron tres veces más.
Segundo, miró a su libro con la misma expresión.
Tercero, volvió a dirigir su vista hacia mí y...
Sonrió.
¡Sí, sonrió!
El no contestaba mi pregunta todavía, así que comenté:
—Es mi libro favorito.
—Con razón que me está pareciendo genial.
Su sonrisa no desapareció mientras conversamos durante el receso sobre el libro. Cuando me dijo que mañana nos sentáramos juntos, la mía tampoco se borró en lo que resta del día.
Finalmente conocía a un amigo.