Hoy te vi.
—¿Por qué me escogiste?
—Yo no te escogí, tú lo hiciste—le refuté a André en el receso. Teníamos las manos tomadas, unidas tal como nuestro lazo.
—Es en serio—me miró fijamente.
—Está bien, está bien, me acerqué a ti porque eres guapo e inteligente.
—¿De verdad? No te creo, mentirosa.
—Estabas solo.
—¿Qué?
—Te vi y estabas solo, me pregunté por qué y por simple curiosidad fui a tu sitio—le sonreí—. Parece que no me equivoqué.
—Correcto.
—¿Y tú? ¿Por qué me aceptaste como tu fiel acompañante?—le di una mirada pícara—, ajá, ya sé. Seguramente porque soy bella e inteligente. No cabe duda que tú eres el afortunado.
—En qué te he convertido, señorita vanidosa. Me lamento a los dioses.
—Qué gracioso.
—Porque me gustabas.
Quizás no había escuchado bien, quizás mi mente había construido por sí misma aquellas palabras tan extrañas para mi comprensión.
—¿Te gustaba?—pregunté incrédula.
—Me gustabas, y... Me gustas, Ale.
No respondí y me quedé pensativa durante el día entero.