Hoy te vi.
Dos días seguidos ignorándolo. Había roto un record Guinness, señores.
No había sido tan difícil puesto que últimamente nos dejaban demasiado trabajo por ser quinto año y no nos sobraba tiempo siquiera en los recreos.
No había pensado tanto sobre las palabras que André me había confesado. Me estresaba, me fastidiaba y... Tenía miedo.
Sí, miedo a fracasar de nuevo, a que no valga la pena intentar algo que posiblemente se nos escaparía de las manos más adelante, a que me rompiera el corazón...
Ese corazón que estaba cubierto de parches y apenas se mantenía con vida.
Pero...
¿Y si ocurría lo contrario?
¿Y si André y yo nos complementábamos perfectamente? ¿Y si ser más que anigos nos sentaría bien? ¿Y si volvía a poseer una felicidad plena, incluso más que ahora?
Debía intentarlo.
Él estaba una carpeta más adelante que la mía, estaba de espaldas, ignorándome con la ayuda de un libro. Me había dado espacio y no me había molestado durante los dos días de silencio. Me incorporé y, antes de llamarlo, él volteó como por arte de magia.
Me asusté y solté un gritito.
Cuando sus ojos encontraron los míos, empezó a hablar:
—Ale, creo que ya es hora de aclarar lo de anteayer. Me has evitado y lo entiendo, te he dado tu espacio el tiempo suficiente para que hayas meditado—puso cuidadosamente una mano en mi hombro, atento a si rechazaba el contacto. No lo hice—. Cualquiera de las opciones que fuese tu respuesta, me gustaría que volviéramos a hablar, como amigos... o algo más que eso.
—¿Qué ocurriría si fuésemos algo más que eso?
—Sería muy feliz, no miento. Pero lo importante para mí es si tú serías feliz.
Y sonrió, el maldito sonrió. No era su sonrisa habitual, sino una que combinaba el cariño y la melancolía al mismo tiempo. Y fue esa expresión que no me hizo pensar mi respuesta.
Ustedes juzguen si fue buena o mala.
—Entonces sí—respondí mirando tras él.
Tomó mi mejilla entre sus manos. No me preocupé mucho por estar en pleno salón de clases, todos estaban acostumbrados a las muestras de afecto de parejas. —Mírame, Ale, a mí—inhaló—. ¿Quieres ser mi novia? ¿Quieres compartir tu tiempo conmigo? ¿Quieres ser la que reciba todo mi cariño?
Preguntas, preguntas, preguntas. Sí, sí, sí a todas.
Ahora yo me cuestionaba: ¿lo quería? Sí. ¿Me gustaba?
Tal vez. Eso era suficiente puesto que mi corazón estaba acelerado, latiendo rápidamente.
—No te quedes callada, es lo peor que me puedes hacer—habló perdiendo un poco la tranquilidad que lo caracterizaba—. Por favor...
Me fijé en sus ojos y, sin soltarlos, le di un beso.
En la mejilla obviamente.
Su expresión se convirtió en una de asombro, cosa que me pareció muy divertida en ese momento.
—¿Acaso tu novia debe pedirte permiso para besarte?—reí. Poco después él comprendió mi respuesta, uniéndose a mi risa.
Nunca lo había visto tan alegre, tan vivaz, tan él.
—Te quiero, te quiero, te quiero, te quiero—me dijo mientras besaba cada parte de mi sonrojado rostro.
—Yo también te quiero.
NOTA DE LA AUTORA:
¿Ya leyeron lo bonitos que son? Me dan diabetes <3