Huellas

Capítulo 1 - NELSON

La escena se parecía a muchas de las que ya había visto. Al menos desde afuera. Desde afuera, era un espectador más. Lo que veía era la cinta reflectante con el título de no pasar cubriendo el perímetro que los policías armaron momentos antes de que él se parara en esa esquina, famosa ya, por las violentas disputas de terrenos de bandas de delincuentes. La noche era pálida. Era pálida y olía a acre, aún desde la esquina en la que estaba, esquina desde la que era espectador, como muchos curiosos de los que estaban allí. Hacía frío, menos mal que se le ocurrió mirar el diario El Mercurio la noche anterior, cuando llegaba del trabajo, pues de otra forma no hubiera llevado la ropa adecuada. Los días eran cambiantes. Había dormido poco, aun menos si consideraba el sexo que le exigió Jenny de madrugada y considerando también lo que le costaba dormir desde hacía ya un mes. No plantaba cabeza si no se drogaba con somníferos, pastillas no recetadas, por supuesto, por ningún médico. Pero, oye, pensó, ¿quién pide recetas ya en este país? Y a propósito de recetas, vio pasar justo delante de sus ojos al agente Padilla para luego traspasar el perímetro. Recién entonces se bajó de su vehículo, un Ford del 84 con la pintura verde olivo ya en estado de claras señales de deteriorarse en su segundo acabado y se acercó al fin a la escena del crimen. El olor a acre se acrecentó y también el olor a sal marina, era la definición que tenía de la muerte, pero nunca fue bueno para las descripciones, sino para las acciones. Soto, quien se hacía presente siempre en televisión, hablaba ya con dos o tres periodistas. No quiso ni mirarlo, nunca lo hacía, así que siguió de largo sin mirar atrás. Levantó la cinta reflectante y se hundió en la boca del lobo.

-Debes estar sorprendido -dijo Padilla, que venía saliendo de la casa- ¿cuánto ha pasado? ¿Diez minutos desde que nos llamaron? Y el puto de Soto ya tiene gente con cámaras haciendo preguntas.

-No sé -respondió. Luego sacó una cajetilla de cigarros de su chaquetón oscuro y preguntó al detective si tenía fuego.

-Ah, la mierda. Pensé que lo habías dejado.

-Sí, pero anoche Jenny me dijo que estos son mentolados.

-Ya, ya.

-¿Tienes fuego?

 

Padilla sacó un encendedor de plástico rojo a medio acabar, lo encendió y le acercó la pequeña llama. Por un momento su rostro se iluminó e hizo contraste con la palidez nocturna y las luces de las balizas que daban vueltas y vueltas. A su amigo nunca le había caído bien Jenny, pero él sabía que eso poco importaba. El hecho de que Carlos Padilla fuese gay no lo privaba de nada. Sólo una vez había tenido sexo con él y lo disfrutó, es verdad, pero de eso ya habían pasado años y ahora sólo optaba por mujeres, en este caso, una puta que lo acompañase en sus pesadillas nocturnas para trabajar calmado, si eso era posible.

-¿Qué tenemos? -dio la primera calada. El humo le sentó bien en los pulmones, como un calor que su vientre demandaba desesperado desde que salió de su vehículo.

-Asesinato en primer grado -Padilla llevó sus brazos a sí mismo para rodearse con ellos, justo cuando caían las primeras e ínfimas gotas de lluvia.

-Carlos, ¿por eso me llamaste?

-Te llamé porque todo indica que es el Carnicero de nuevo. Los forenses acaban de decírmelo allá adentro.

 

El agente Nelson Maldonado tenía treinta y cinco años y era todo un nerd en la Policía de Investigaciones. A los diecinueve años dejó de estudiar historia universal para después titularse de periodismo en la Universidad Católica. Consiguió un pequeño puesto en el diario el rancagüino, una columna donde aprovechaba su interés por la psicología asesina de la zona y fue así como se enteró del Carnicero, un ser que mataba, sin excepción, una vez cada dos años. Por entonces, pensó que lo que más lo acercaría al matón de Santiago, sería unirse a la policía de investigaciones, así que comenzó su proceso de matrícula y aprobó. La agencia, sin embargo, notó en él una capacidad que lo hacía distinto: era capaz de ver los asesinatos antes que pasaran, los detalles, y, en algunos casos, dar con cierta eficiencia lugar a pruebas que demostraran la culpabilidad del sospechoso. Fue el vice director quien decidió poner a Nelson en el caso del Carnicero, y desde entonces habían pasado varios años sin capturarlo.

-¿Estás bien? -Padilla pisaba ya la colilla de cigarro, como quien aplasta una cucaracha que se aferra a la vida.

-Sí -dijo Maldonado, mientras doblaba los pliegues de su chaquetón hacia arriba de modo que le cubriera el cuello de la lluvia- es sólo que pensé que ya no sabría más de él.



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En el texto hay: fantasmas, sexo, terror

Editado: 02.03.2019

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